Desearía comenzar esta segunda entrega por donde concluyó la anterior. ¿No existirá absolutamente ninguna forma para aprovechar descentralizadamente la energía solar que nos llega y producir electricidad para las casas, pequeños negocios, casas de abuelos, escuelitas, círculos infantiles, bibliotecas, etcétera? ¿Nos podrán bloquear el sol?
La respuesta para la primera pregunta, claramente, es positiva. Incluso, si se les preguntara sobre el tema, muchos funcionarios apoyarían la idea con vehemencia. Tenemos una crisis energética, tenemos mucho sol y tenemos la voluntad para hacerlo. ¿Qué nos lo impide? Hablemos de lo “objetivo” y lo “subjetivo”.
Utilicemos una valiosa herramienta —no es la única existente— de la Unión Europea para medir el rendimiento de un sistema fotovoltaico (PV por sus siglas en inglés) que, al menos a mí, me despertó la curiosidad. Es una aplicación online, Photovoltaic Geographical Information System (PVGIS), de fácil acceso a través de Internet.
Nos permite, a partir de geolocalizar nuestra posición exacta, introducir datos de manera sencilla, como por ejemplo: capacidad de generación por kilowatts; orientación de los paneles (en el caso de Cuba se recomienda orientarlos hacia el Sur, aunque hoy se debate sobre este aspecto dadas las condiciones climáticas de la Isla); el ángulo de inclinación y otros datos que pueden ser dejados automáticamente al sistema, o puede el usuario introducirlos manualmente. A partir de esos datos, el PVGIS calcula el rendimiento mensual de la instalación durante un año. Las cifras se muestran en Kilowatts/hora (KWh)
La captura de pantalla corresponde al 8 de agosto de 2023, en la calle 178 esquina a 1ra. en el reparto Flores, municipio Playa, La Habana.
Las barras azules en el segundo recuadro indican el análisis del rendimiento de una instalación de 3 Kw. El dato curioso estriba en que se supone que el infierno de la tríada junio-julio-agosto sería la más productiva. Sin embargo, es marzo el mes de mayor rendimiento de los paneles solares. Por increíble que pueda parecer, en los meses de verano es cuando menos rinde la instalación.
Una de las respuestas más probables puede encontrarse si se busca en el mapa a los principales fabricantes y desarrolladores de esas tecnologías: China, Europa, Canadá, Estados Unidos. En esas geografías los rayos solares son escasos (comparados con la nuestra) y llegan de forma oblicua, más inclinados mientras más hacia el norte se avance. Por ello es necesario construir las celdas de manera que aprovechen toda la energía posible. Por eso marzo es el mes de mejor rendimiento. Cuando junio, julio y agosto los agarran, sencillamente, los derriten y baja el rendimiento.
Esa tecnología, por demás, es cara y de difícil acceso. Ahora mismo, en medio del conflicto bélico en curso entre Ucrania y Rusia, poco y a muy alto precio se podrá encontrar en Europa en materia de energías renovables. Los precios del gas, el petróleo, el carbón, el uranio andan por las nubes, la crisis energética se hace sentir allí y lo que hay en términos de energía verde está restringido.
China es un gran productor y proveedor, pero con todos los problemas que enfrenta la llamada “cadena de suministros” a nivel global, el encarecimiento de los fletes, la distancia y un sinnúmero de otros factores, también se vuelve compleja la adquisición de dichas tecnologías, que no son solo paneles solares. A estos les acompañan inversores, reguladores de voltaje, instalaciones de aterramiento, las formas de aluminio para las estructuras, incluso baterías en caso de instalar con respaldo, así como otros muchos equipos.
Otra cuestión básica que debemos entender con respecto a la energía fotovoltaica es lo referido al área. Recordemos que, dado el modelo de desarrollo a gran escala, que requiere grandes inversiones y centrales generadoras de energía, la idea predominante —justificada a partir de criterios de eficiencia de la generación— es la de grandes granjas solares en las que se puedan producir varios gigawatts (miles de megawatts) de electricidad para respaldar grandes procesos productivos, o como sustitutos de los reactores a base de combustible fósil.
Pero conozcamos a nuestro amigo el Panel Solar. Está conformado por células fotovoltaicas, generalmente a base de silicio y arseniuro de galio. Estos materiales absorben la energía proveniente del sol y, mediante un mecanismo de vibración la convierten en electricidad. Hasta aquí todo perfecto, con la excepción del dichoso “galio”, un elemento de la tabla periódica de Mendeleiev (descubierto, por supuesto, por un químico francés) y que clasifica entre los llamados “minerales raros”, junto al “germanio” (claro está, descubierto por un químico alemán). Los 17 minerales raros (con nombres más raros aún) son críticos para la fabricación de semiconductores y toda la tecnología contemporánea depende de ellos.
Podemos imaginar la disputa de los gigantes mundiales por el dominio de esas tecnologías y esos minerales. China controla alrededor del 80 % de esas reservas. Así que cuando leamos noticias sobre la disputa comercial entre el gigante asiático y Estados Unidos, tengamos en cuenta que buena parte está referida a esos elementos.
Un panel solar común —aunque se están desarrollando tecnologías flexibles— es un cuadrilátero rígido. Una versión eficiente, con capacidad para generar 550 watts ocupa un área de 2,04 por 1,14 metros. Si queremos producir 1 kilowatt, el área sería de, aproximadamente, 4 metros cuadrados. Si queremos producir 1 megawatt (1000 kilowatts) se requerirán, proporcionalmente, 4000 metros cuadrados de superficie. Y así sucesivamente, podemos ir escalando hasta darnos cuenta de que no alcanzaría el terreno de una isla estrecha y pequeña para producir electricidad de manera centralizada y masiva.
Y por supuesto que se sacan cuentas considerando que la inclinación de los paneles permite reducir el área de las granjas. La pregunta es ¿en cuánto? Del mismo modo que no se puede hacer un análisis simplista y alarmista en lo referido a la relación entre generación y área, tampoco se puede obviar que el lado más ancho de la Isla es de 81 kilómetros y el eje es de alrededor de 1250. Debemos pensar cómo aprovechar lo que ya está ocupado y tratar de preservar al máximo el territorio cultivable de que podamos disponer.
Recordemos el dilema que acompaña al tema de la energía en nuestro país: la producción de alimentos. Tenemos una necesidad imperiosa de cultivar todo lo que se pueda en todo el espacio de tierra posible. Entonces, cómo se solucionará la necesidad de producir energía con todo el sol que nos quema, contribuir a impulsar la producción de alimentos y la agricultura con toda esa energía, sin comprometer grandes áreas que pueden (y deben) ser utilizadas para cultivos.
Existe otro reto en el plano de lo “objetivo”, lo que está fuera de la voluntad de las personas. Tenemos que hablar de presupuesto. El gobierno de Cuba se alineó con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, a través del Programa Nacional para el Desarrollo Sostenible (PNDES). Uno de los puntos cruciales pasa por el cambio de matriz energética y el uso de las energías renovables.
Sin embargo, son tecnologías costosas y el país atraviesa una de sus peores crisis económica y financiera, con altos niveles de estanflación. La presión externa para asfixiar al pueblo cubano va en aumento, la persecución de cualquier transacción internacional es extraordinaria. Todo ello complica sobremanera cualquier transición a energías limpias.
Pero, voy caminando por el boulevard de San Rafael, o cualquier calle sin árboles de Centro Habana y La Habana Vieja y puedo imaginar esas calles estrechas techadas con paneles solares, dando sombra y generando electricidad. Eso mismo lo sueño cuando ruedo la bici por la calle 7ma, en el área del Parque Ecológico, en Playa. Sueño en las áreas techadas de los estadios de béisbol, llenas de paneles solares y luminarias de ese tipo para que nuestros peloteros jueguen de noche y nuestro pueblo tenga la fiesta que es la pelota, sin esa limitación.
El reto material es inmenso, pero no imposible. Ya veremos cómo podemos, las personas y las instituciones, sortear tamaña piedra.
El tipo que creía en el sol
Por Héctor Zumbado
Y todo a media luz
A media luz los dos
A media luz los besos
A media luz de amor.
El tipo era de ese tipo de gente. Aunque no se sabía bien la letra, y las cambiaba todas, era de esa gente que creía en los tangos. Y un tipo que cree en los tangos es un tipo con el que hay que tener cuidado.
Este Gardel cotidiano, que a veces se desdoblaba
En Bartolomé Moré
en Toña la de Veracruz
en el increíble Mozart
en uno de los Beatles
(o en los cuatro a la vez)
en Rimsky Korsakov
en Méndez, José Antonio
o en Peza, Juan de Dios
Este Gardel cotidiano, tenía tremenda fe en el dado. Era de esa gente. Que creía. Creía en las posibilidades, aunque estuvieran encaramadas en el lomo de Rocinante. Era de esa gente. De ese tipo de gente que si su equipo tenía tres carreras abajo, el noveno inning, nadie en base, con dos out, oscureciendo y empezando a llover, decía:
—Ahora, ahora tú verás que empatamos.
Y, bueno, con un tipo así no se puede. Con un tipo así todo es posible.
Por eso un día ¡se le ocurrió enlatar el sol! No sabía cómo hacerlo. Pero sabía, intuía, presentía, creía que se podía hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón! ¡Enlatar el sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una etiqueta:
Tropical Sunshine
Genuine.
Abra por la línea de puntos.
250 gramos de cálido sol tropical
Tibio y sensual.
Radiante y juguetón.
No guardar en lugar fresco.
¡Qué vacilón! Coger todo el sol que sobre. El de la acera del sol, por donde nadie camina. El de las doce del día, que hace arder la guardarraya. O el que cae pesadamente en los tramos de la costa, calentando el diente de perro. Todo ese sol. Cogerlo y meterlo en laticas. Y mandarlo para allá fuera. A Europa. En invierno, que es cuando el sol se pierde y no hay quien se empate con él.
¡Excelente renglón de exportación! ¡Qué vacilón!
Y con su latica bajo el brazo salió a vender su idea. A persuadir. A convencer. A transmitir con el brillo de los ojos la posibilidad de lo posible.
Pero por cosas del azar, no dio con los receptivos.
Esos que cuando escarban la tierra con los dedos
no piensan en la higiene de las uñas
solamente en la semilla.
Esos
que si tienen que ir a pie hasta Santiago
se llevan una buena tumbadora.
Dio con los otros.
Esos que están hechos de suave plastilina
(…) Que prefieren la orillita de la playa
y se pierden el azul que hay en lo hondo.
Esa gente que camina despacio por la vida
(…) que ven fantasmas en las noches de trasluz
y se detienen a mirar las hojas muertas del rosal.
Esos
que solo ven el arco iris
cuando llueve
nada más.
Se puso fatal. Con esa gente, casualmente, se empató. Con los precavidos. Los comprimidos. Los monocromáticos y calculosos. Los plastilínicos y siempre dudosos.
Y, claro, le dijeron ne, niente, never. A otra cosa mariposa. Primero le analizaron la idea. Mmm… ¿enlatar el sol? La calcularon. La estudiaron. La batieron. La exprimieron y la plancharon.
Y lo que es peor, trataron de convencerlo. De persuadirlo. De frenarlo. De calmarlo. De clavarle los pies sobre la tierra. Y echarle cal. Y arena. Y piedras. A ver si se estaba quieto. Y se dejaba de tanta bobería. Y le dijeron —en tono serio, profundo, profesoral y definitivo:
Chico pero si es que tú no tienes nada
una idea nada más
y entusiasmo
y una gran imaginación
—que eso es bueno—
y constancia
y dedicación
y un maravilloso optimismo
pero tú no tienes nada
una lata
y una idea nada más.
Hicieron lo peor que se le puede hacer a un tipo. Aplastarle la ilusión. Romperle en dos el entusiasmo. Plancharle la esperanza.
Y el tipo que creía en el Sol —del encabronamiento que cogió— rompió la lata de un piñazo y se quedó pensando en el Quijote.
Y entonces
súbitamente
de aquella latica chiquitica
lenta
lentamente
empezó a
amanecer.
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