“Yo no creo que haya sido en vano, pero pudo ser mucho mejor”.
Silvio Rodríguez. Hacia el porvenir
No soy bueno para hacer o exigir declaraciones de principios, mucho menos autos de fe. Así que seré muy breve en la introducción a la parte “subjetiva” de los desafíos para los caminos del sol en Cuba.
Nací, crecí, me eduqué y decidí vivir en mi país disfrutando sus bondades y sufriendo sus demonios. Pude, y aún puedo, establecerme en cualquier otro lugar. Las generaciones más jóvenes tienen otros planes, otra bitácora. En el plano más personal, mi madre pertenece a la generación del “caldero histórico”, esa gente dura de pelar que a sus 91 tiene su mente clarita y una salud de hierro. Quiere que sus huesos fertilicen su tierra, y no creo que desde fuera la ayuda sea igual. Como decía un jefe de una tribu Comanche, “el dinero no se come”.
Dicho lo dicho, exploremos esa parte sinuosa, sensible y complicada que pasa por la superestructura, por las formas de pensar y organizar la sociedad, por lo que pudiéramos transformar, al margen (y a sabiendas) de los obstáculos gigantescos que, desde el punto de vista objetivo, material, enfrenta la tarea de transformar la matriz energética de nuestro país.
Un primer y fundamental escollo pudiera ser la carencia de una conciencia, una educación y una cultura sobre las energías renovables y su uso. No parece existir una noción extendida y generalizada de la importancia de estas otras vías, de lo que tenemos a mano para trabajar.
A pesar de no contar con reservas importantes de hidrocarburos —y, claro, muchos, entre quienes me incluyo, diríamos por razones obvias: “gracias a Dios”— nuestra economía, y nuestra vida en general, casi en su totalidad, basa su funcionamiento en el uso de combustibles fósiles. Y esto tiene un reflejo en nuestra conciencia, cultura y educación.
Indaguemos en cuántos programas docentes en cualquier nivel de la enseñanza están dirigidos hacia el desarrollo de una conciencia transformadora del uso de las energías en general y del uso de las fuentes renovables en particular. Con todos los problemas de transporte, y a pesar del incremento de vehículos eléctricos (mayoritariamente ciclos) la conciencia cotidiana se mueve en torno al automóvil de gasolina o diésel.
La perspectiva de sistemas móviles amigables con el medio ambiente, sin emisiones, sin ruido, no se manifiesta a gran escala en nuestra sociedad. De hecho, buena parte de quienes se transportan en las famosas “motorinas” han sustituido el ruidoso tubo de escape de las motocicletas de combustión, por bocinas con reguetón. Uno no sabe ya qué ruido contamina más.
En la percepción general de la población no existe la idea de “invertir” en energías renovables. Un módulo de paneles solares, inversores, baterías con la calidad requerida (porque esa energía renovable hay que almacenarla) puede generar corriente eléctrica entre 15 o 20 años, algunos fabricantes llegan a garantizar hasta 30 años de explotación, sin apagones, sin cambios de voltaje, sin preocupación por la cuenta a fin de mes, con autonomía total. Sin embargo, existe una especie de barrera cultural que hace preferir protestar por los apagones a ser parte de la solución de manera proactiva y sostenible.
Y esto, aclaro, sin desentenderse de la precariedad de la vida para la mayoría del pueblo. Teniendo que pensar en cuándo aparecerá y cuánto costará el pollo, es muy difícil asumir la idea del cambio de matriz energética y el costo de una inversión en paneles solares (que, como el dinero, tampoco se comen).
Esa falencia de una cultura en torno a las energías renovables, y a la solar en particular, tiene también un reflejo en los profesionales empleados en esta esfera. Nuestro país formó excelentes ingenieros que se han dedicado al tema con resultados relevantes. Sin embargo, van en minoría por varias razones, entre ellas el envejecimiento y el éxodo hacia otras áreas profesionales o hacia otras geografías. Nunca fue el sector “prioritario” del desarrollo energético.
Los profesionales, funcionarios y empresarios que trabajan hoy en Cuba tienen por delante una ardua tarea y están haciendo un esfuerzo extraordinario en medio de una situación crítica con la generación de energía.
Existen temas estructurales que se convierten en obstáculos “de conciencia”. Recordemos el carácter centralizado de las instituciones cubanas, lo cual disminuye los márgenes de flexibilidad. Nuestro “sistema operativo” sufre de lo que se pudiera denominar “disposicionitis o normatitis” aguda y crónica. Cada día aparece una nueva resolución restringiendo o “controlando” determinada actividad. Al parecer Eduardo Galeano (fue a quien primero se lo leí por allá por 1981) tenía razón en eso de que “los burócratas cubanos siempre encuentran un problema para cada solución”. Y a esta centralización volveré unos párrafos más adelante.
A lo anterior deben sumarse dos factores claves, a mi juicio, también culturales, de educación y demoledores en su peso. En primer lugar, tras la “ofensiva revolucionaria” de 1968, cualquier forma de propiedad y (el peor de los errores) de gestión no estatal se estigmatizó, pasó de ser “un rezago del pasado” a un enemigo del socialismo. Un mal necesario en el mejor de los casos. Hubo excepciones (como el cultivo del tabaco), pero en sentido general toda la economía transitó a régimen de propiedad y gestión estatal (que no necesariamente implica que es socialista).
En segundo lugar, y asociado con el pasado de desigualdades, con la idea de la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, la prosperidad comenzó a asociarse a vicios capitalistas, comenzó a ser motivo de sospecha y su criminalización fue consiguiente. El daño en el tejido social continúa siendo severo. Sobre todo porque esa criminalización de la prosperidad nunca ha sido igual para todos.
Se supone que si el Estado provee, vivamos todos en igualdad, sin explotados ni explotadores, que el salario ganado con el trabajo socialmente útil sea suficiente para satisfacer una vida digna, pero sin opulencias. Ese paradigma feneció aún cuando todavía parecía funcionar. Más allá del constante olvido de las leyes implacables del mercado, se hizo caso omiso a la noción del propio Carlos Marx quien decía que la verdadera igualdad radica en tratar de forma desigual a las cosas desiguales.
Producir, trabajar, cualquiera sea el oficio, el puesto que se desempeñe tiene necesariamente que traer prosperidad. Las personas crean familias y la reproducción social requiere del mejoramiento humano (ese en el que depositaba toda su fe Martí). ¿Cómo puede ser eficiente un negocio que no funcione, que no produzca bienestar, beneficios individuales y colectivos, que no genere prosperidad, individual y colectiva?
Todo esto, en un entorno de excesiva centralización, desestimula la búsqueda de soluciones, la asignación adecuada de presupuesto y de recursos, la idea de “fomento” tan necesaria y tan perdida de nuestra economía.
Cada mes el gobierno cubano eroga millones de dólares para comprar combustible y dedicar una gran parte a la generación de energía al sector residencial.
¿Será posible dedicar una ínfima parte de ese presupuesto para acelerar el cambio de matriz energética? ¿Será posible una modificación de las regulaciones vigentes que exima de aranceles e impuestos por un período razonable a las empresas del sector? ¿Será posible dinamizar el proceso de importación para viabilizar los plazos de entrega? ¿Será posible comenzar a generar, entre todos los implicados, un fondo para garantizar procesos de I+D que promuevan una vía hacia la soberanía tecnológica en materia de energías renovables?
Y me consta que tanto en el Ministerio de Energía y Minas como en el sector académico (el grupo liderado por especialistas de la Universidad de La Habana) existe un movimiento para trabajar de manera cooperada y coordinar los esfuerzos de quienes contribuyen en este sector.
Supongamos que los vecinos de un edificio logran ponerse de acuerdo para costearse la instalación de un sistema fotovoltaico que les permita tener energía estable las 24 horas, que puedan instalar sistemas de aire acondicionado en sus apartamentos, garantizar el bombeo de agua, en fin, vivir dignamente, tener bienestar, de manera completamente autónoma del sistema electroenergético nacional, sin costarle un céntimo a nuestro Estado. Mucho más, con posibilidades de “donar” energía a pequeños “objetos sociales” aledaños. Supongamos, principalmente, que existen empresas capaces de suministrar e instalar esos sistemas.
Supongamos que los campesinos tienen la capacidad de financiar sistemas fotovoltaicos para garantizar sus regadíos y el suministro de agua para sus cultivos, para sus cámaras de frío donde almacenar cosechas. Imaginemos que pueden financiarse vehículos eléctricos para transportar sus producciones. Vehículos que pueden recargar en esos sistemas fotovoltaicos totalmente autónomos de la red.
¿Qué podría impedir que las empresas estatales, cooperativas, mipymes, suplieran esas necesidades e hicieran un negocio próspero de esa gestión?
Cuesta trabajo imaginar un empresariado que progrese y se mantenga interesado en un proyecto de crecimiento nacional si todo el tiempo tiene que enfrentar restricciones, decretos que surgen y se multiplican como por arte de magia, con el estigma de ser el “enemigo público número uno” cada vez que se necesite culpar a alguien por ineficiencias y errores de otros, con la persecución que puede conllevar.
Recordemos que nuestra economía depende de personas que no dependen de la economía. Y los empresarios no escapan a la consecuencia inmediata de ese hecho.
Por último, y no menos importante, se debate en exceso el tema de la propiedad, cuando de lo que se trata es de la gestión. Alguna vez en mi juventud me hubiera gustado ser actor, pero nunca di la talla. Así que ahora no me agrada que me llamen “actor económico”. Las diversas formas de gestión son eso, formas diversas, pero empresas. Y tratar de forma desigual esa diversidad, además de demostrar inteligencia por parte de los responsables, va a garantizar que avancemos más unidos.
Aquí no se trata de lucha o competencia (como escucho a menudo a algunos empresarios) se trata de coordinar y cooperar, hay demasiado terreno por abarcar, mucho trabajo por hacer y prosperidad por alcanzar.
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Llegaremos a un concenso para alcanzar bienestar y prosperidad?