Lunes 28 de octubre, 10:30 de la mañana. Un centenar de personas, quizá más, se agrupa en el interior del centro comercial Galerías de Paseo, en La Habana. La cola, que sube por la rampa que conecta la planta baja con los pisos superiores, se hace más gruesa y agitada a medida que se acerca a la puerta de la tienda en la que desde hoy se venden diferentes equipos electrodomésticos en dólares.
La tienda está abajo, al fondo del centro comercial, al comienzo de la rampa. Es una de las trece que abrieron sus puertas este lunes en la capital y en Santiago de Cuba, como parte de las nuevas medidas económicas anunciadas días atrás por el gobierno cubano. Una de las que venden a través de tarjetas magnéticas asociadas a cuentas bancarias en divisas.
Muchas personas miran hacia adentro por las vidrieras. Otras se mantienen de pie, o sentadas en bancos o al borde de la rampa, esperando que les toque entrar. Algunos curiosos merodean entre los que esperan. Nuevos compradores siguen llegando y marcando más arriba. Los que están delante se agolpan en torno a los empleados que responden sus preguntas e intentan organizar la entrada. También hay policías y otros empleados con walkie talkie, atentos a que nada se salga de control.
Uno de ellos me dice que no puedo hacer fotos a la cola, que no está permitido. Le pregunto por qué y me dice que es lo que está orientado. Le digo que yo he hecho fotos antes en esa tienda y nunca me habían dicho nada, pero me dice que no puedo haber hecho fotos en esa tienda, que esa tienda es nueva, diferente, y que su trabajo es velar porque todo marche bien en ella.
Sí puedo, en cambio, hacerle fotos a los listados de precios que están pegados a una columna. Un grupo de personas rodea la columna, consulta los precios, hace fotos con sus teléfonos celulares. Detrás, otros esperan para hacer lo propio, móviles en mano.
Las personas hablan entre ellas, comentan sobre los precios y sus equivalentes en las tiendas en pesos convertibles (CUC) y en el mercado negro. La mayoría, por lo que escucho, aprecia la oferta de estas nuevas tiendas estatales porque le sale más barata que comprarla a quienes traen estos equipos de Panamá, México y otros países.
Uno de ellos es Juan Carlos, que cuando muchos están apenas llegando a la cola, ya sale con su nuevo refrigerador Daewoo y un split de una tonelada. “Yo vine temprano, porque al que madruga Dios lo ayuda –me responde–, y yo sé cómo son las cosas en Cuba, después se acaba lo que yo quiero y hay que esperar que vuelva a entrar”.
“De qué forma un refrigerador como este me iba a costar 600 pesos (dólares) y un Split 360. Por eso le dije a mi hermano en Alemania que me transfiriera para completar el dinero, en euros para que no hubiera inventos, y ya está, no tuve lío en la tienda, hasta el pos funcionó bien, así que me voy contento”, me explica mientras saca sus equipos del centro comercial, donde ya lo espera el carro que llevará la compra a su casa.
Escenas como esta se repiten en los bajos del edificio Focsa, el más alto de Cuba. Allí, rodeada de otros comercios en una galería interior, está otra de las tiendas que desde este lunes venden varios equipos en divisas. La cola es un tanto menor que la de Galerías de Paseo –aunque está lejos de ser pequeña–, pero la atmósfera de inquietud y expectación es similar.
También hay policías y empleados fuera de la tienda, y una hoja con el listado de precios que apenas puede leerse por lo clara, casi transparente, de la impresión. Aun así, no pocos lo intentan. Muchos otros pegan sus narices a las vidrieras intentando ver los precios y características de los equipos. Incluso, hacen fotos. Fotos hacia dentro, fotos hacia afuera, delante de los propios empleados que los dejan hacer y siguen en lo suyo.
“Dicen que solo se pueden comprar dos de cada cosa”, se queja un hombre de gorra, short y pulóver parado a mitad de cola. “Pues mejor –le responde una mujer mayor a su lado–, así alcanzamos más, porque escuché decir que iban a ir surtiendo poco a poco, y ¿usted se imagina que yo haga esta cola y al final no haya lo que vine a comprar?”
Pareciera difícil que eso ocurra, pienso, porque las tiendas recién abren este lunes. Sin embargo, la vida le da la razón a la mujer. No en el Focsa, al menos no a esa hora, pero sí a unas cuadras de distancia, en el servicentro El Tángana, muy cerca del malecón. Allí no venden electrodomésticos, sino motos eléctricas, y a las 11:30 de la mañana ya se terminaron las de mayor batería, que son también las más caras, de más de 1.600 dólares.
Esto hizo que algunos dieran media vuelta y salieran en busca de otra tienda donde pudieran encontrarlas. Otros, por su parte, prefirieron quedarse y comprar las de 1.489 dólares, aunque su batería no sea como la de las ya agotadas. Todavía quedan bastantes.
“Se ven buenas”, me dice Yoel, que espera su turno para comprar. Además, agrega, “ya no hay mucha gente y hay que aprovechar. Mira, ahorita vino un hombre de Sasa, en 23 y C, y dijo había un pueblo. Y eso que ahí no están vendiendo motos eléctricas, sino gomas, motores y otras partes de carros. Pero es que todo el mundo está en lo mismo, tratando de dar alante”.
Y tiene razón. Comparada con las de Galerías de Paseo y el Focsa, a esta hora la cola El Tángana es una bicoca. Apenas hay varias decenas de personas y todo transcurre sin grandes sobresaltos. En 23 y C, en cambio la concurrencia es mucho mayor, más agitada y dispersa. Lo sé porque ya antes he pasado por ahí. Y a diferencia de otras tiendas, casi todos los compradores son hombres.
“Choferes y motoristas –me explica Yoel, locuaz–, que les compraban sus piezas a los que las traían de afuera, hasta de Rusia. Vamos a ver qué pasa a partir de ahora, porque esa gente (los vendedores) van a tener que bajar los precios para mantener su negocio, si es que el Estado mantiene surtidas estas tiendas –acota–, que debería, a ver si la cosa se pone menos apretada.”
Un policía sale de la tienda, reorganiza a las personas y se lleva a las tres primeras hasta otro local, donde se exhiben las motos. Las hay rojas, azules, naranjas, negras. Una vez seleccionada las suyas, los compradores vuelven sobre sus pasos y entran a la tienda donde hacían la cola, para pagar.
Cuando salen con sus motos de la mano, varios los abordan, les preguntan, observan de cerca los equipos, hacen cálculos. Yoel entre ellos.
“Ya casi me toca –me dice a manera de despedida–. Vamos a ver qué tal me va.”
Lo veo ponerse en la cola, que se activa en cuanto sale el policía en busca de los próximos compradores. Es mediodía y apenas han pasado tres horas del primer día de las nuevas tiendas en divisas en La Habana. El primero de muchos, según el gobierno cubano. El tiempo dirá.
feliz por todos