En Cuba, durante los años 90, dos de las religiones populares de origen africano sufrieron procesos de institucionalización con el surgimiento de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba y el Buró Abakuá. Estas agrupan, por un lado, a distintos creyentes de la santería y, por otro, a practicantes ñáñigos, estigmatizados desde lo social y marcados por una descalificación clasista y racista fuertemente heredada de la época de la Colonia.
Ambas instituciones constituyen una ruptura con las formas tradicionales del culto. Este, sobre todo en el caso de los santeros, funciona a nivel horizontal y sin necesidad de estructuras suprafamiliares para la vida práctico-espiritual de los creyentes. No se trata, sin embargo, ni de catedrales ni de estructuras administrativas de la fe, como existen en la Iglesia Católica. Pero sin duda su existencia misma introdujo un cambio, no solo por apartarse de la costumbre, sino por ser consideradas una expresión de oficialismo.
Tanto la una como la otra surgieron en el contexto del IV Congreso del Partido (1991) y de la reforma a la Constitución (1992). La reforma definió el Estado cubano como laico retomando una tradición actuante desde las Constituciones cubanas del siglo XIX, pero descontinuada de hecho con la práctica del llamado ateísmo científico adoptado durante la época de la institucionalización (1971-1985).
El 31 de diciembre los santeros de la isla realizan la ceremonia para la Letra del Año. Se determina el signo que regirá el año entrante mediante la consulta al Oráculo de Ifá, un ritual secreto a cargo de un grupo de babalawos o sacerdotes de Ifá. La Letra augura acontecimientos sociales, naturales, enfermedades y otros sucesos, y recomienda las medidas a seguir por los creyentes a fin de atenuarlos o intentar prevenirlos.
Desde 1992, cuando fue creada la Asociación Cultural Yoruba en medio de un reavivamiento de todas las religiones, en Cuba han coexistido dos Letras: la suya y la de 10 de Octubre. Creyentes y observadores entraron en una especie de carrera para ver qué flecha daba de manera más certera en la diana. En una cultura en la que la polarización es norma, no parece haber espacio para tierras de nadie —y estos creyentes no son en modo alguno la excepción.
Lo anterior se complejiza por el hecho de que además en Miami hay una Letra del Año, e incluso se reportan otras Letras en Matanzas y Santiago de Cuba, lugares que no han sido centros emisores de este tipo de actividades desde que se iniciaron a fines de los años 40.
De un tiempo a esta parte en la Isla se han documentado fenómenos hasta ahora inéditos como una Letra del Año administrada por mujeres en Holguín (2021), lo cual remite al problema de estas últimas como sacerdotisas de Ifá y a la expansión de la santería en países como México, Venezuela, España y Estados Unidos, y hasta en Rusia y Finlandia, entre otros, debido a la presencia en esos lares de comunidades diaspóricas cubanas. Un punto, por último, donde religión y poder confluyen. Isla no es aislamiento, si alguna vez lo fue.
En la cultura yoruba original se trata de una práctica que se lleva a cabo en junio, asociada a la cosecha del ñame, pero al pasar a Cuba sufrió un proceso de transculturación —caracterizado en su momento por Fernando Ortiz— y por tanto se le hizo coincidir con las actividades por el nuevo año propias de la cultura occidental.
El eclecticismo, como es natural, campea en estos predios: a las deidades se les toca violín y a Obbatalá se le ofrecen cakes, dos artefactos culturales que llegaron a Cuba por la vía de España y Estados Unidos, respectivamente. El traslado a un nuevo contexto obligó a hacer ajustes, como reemplazar la nuez de cola por pedazos de coco.
La rama trasplantada del árbol africano conserva aspectos del original, pero es distinta. Eso explica que en el proceso de preparación de la Letra aparezcan elementos católicos. Se asiste a una iglesia a rendir culto a los santeros y babalawos fallecidos antes de ejecutarse la ceremonia del itá, donde de la estera de Ifá saldrá el odu principal del año, escoltado por otros dos secundarios que completan su sentido fundamental.
En medio de todo accionan prácticas de regreso a los orígenes que se verifican en sectores varios de un mundo cada vez más ancho y menos ajeno. La religión no escapa a esta vuelta de tuerca, manifiesta en la antinomia tradicionalistas yorubas/criollos lucumíes, en la que se manifiestan áreas de conflicto. La tendencia a volver al original “no contaminado“ y descalificar a esa rama constituye, al final del día, una expresión de fundamentalismo y de negación de la diversidad.
Después de varios años de unificación entre ambas, para 2022 Cuba tuvo de nuevo las dos Letras del año. Y con más diferencias que coincidencias debido a un cisma entre ambas casas. La de la Sociedad Cultural Yoruba recomendaba paciencia y serenidad, humildad y sencillez; evitar la soberbia y las malas formas, velar por la higiene y las medidas sanitarias para evitar la propagación de enfermedades contagiosas. Asimismo, prestar mayor atención en el hogar a la educación de niños y jóvenes, y “establecer acuerdos favorables en políticas migratorias a fin de evitar pérdidas humanas”. Por último, respetar la institución del matrimonio. Esto fue socialmente percibido como un posicionamiento conservador ante el matrimonio igualitario, finalmente aprobado por referendo en septiembre de 2022.
La de 10 de Octubre, en cambio, no se pronunciaba sobre el tema. Orientaba mantener la mayor higiene posible en viviendas y lugares para evitar brotes epidémicos y advertía sobre los “peligros que generan las aglomeraciones“ en el escenario posterior a las protestas de julio de 2021. Pero coincidía con la de la Sociedad Cultural Yoruba en el plano de la ética y las relaciones familiares al recomendar esmero en la educación de los menores “para evitar deformaciones”, el respeto de los padres hacia los hijos (y viceversa), añadiendo sin embargo un elemento omiso en la primera: prevenir “la violencia doméstica”.
Ya están lanzadas las flechas de la nueva carrera. Ahora le toca el turno a las apuestas hasta el próximo primero de enero, cuando ambas salgan de nuevo a la palestra con sus signos y recomendaciones.