“Parece que hoy tampoco va a entrar el pollo”, comenta Miguel, resignado, luego de dar una nueva ojeada a su reloj. Son las 5:10 de la tarde, así que falta menos de una hora para que la tienda cierre. Aun así, una docena de personas, entre ellas el hombre, se mantiene por los alrededores, a la espera del milagro.
En el portal de la tienda, la anotadora y las dependientes dejan pasar el tiempo lánguidamente, conversando de cualquier cosa y revisando sus teléfonos móviles. De tanto en tanto, alguien llega esperanzado hasta ellas, solo para escuchar lo mismo: “No se sabe cuándo llegará el camión. Quizá en un rato, o ya mañana”.
“Con suerte, mañana. Pero ya no nos tocaría a nosotros”, me dice Miguel, que vuelve a mirar el reloj, como si de esa forma pudiera hacer aparecer en la esquina el añorado camión. “Mañana empieza otra bodega, así que ya iríamos quedando para la recuperación, el fin de semana. A ver si también llega el picadillo, que anda perdido”, se lamenta.
“Dicen que la fábrica de picadillo del Mariel estaba parada, pero que ya empezó. Y que también está al entrar un barco de pollo; así que crucemos los dedos”, se suma Hilda, quien, como yo, había llegado recién a las afueras de la tienda a “ver cómo está el cuartico”. Y, como yo, había comprobado que “el cuartico está igualito: pelado”.
Le pregunto a Hilda por lo del barco de pollo y me dice que se lo contó su hijo, que “lo leyó en Internet”. Me pregunto dónde habrá leído eso el hijo de mi vecina; si no será uno de los tantos rumores —mejor o peor intencionados— que pululan en las redes sociales, y, de ser cierto, de dónde podría venir el dichoso barco.
Estoy a punto de decirle que leí comentarios del economista Pedro Monreal en Twitter, en los que confirmaba una caída de las importaciones de pollo en febrero desde Estados Unidos —mayor suministrador de esa carne a Cuba, que debe pagarla al cash por las regulaciones del embargo/bloqueo— y un aumento del precio del kilogramo, pero no quiero parecer un aguafiestas.
2/6 El valor de las exportaciones mensuales de pollo de EEUU a Cuba en febrero de 2023 se redujo 13,7% respecto a enero, con una pérdida relativa de poder de compra que se expresó en una caída mayor en términos de toneladas, al aumentar en febrero el valor por kilogramo pic.twitter.com/fwoR9MQ4XC
— Pedro Monreal (@pmmonreal) April 7, 2023
Además de esos datos, me reservo que, según Monreal, aunque en febrero aumentaron las exportaciones brasileñas de pollo, en marzo “se redujeron notablemente”, lo que, a todas luces, no son precisamente buenas noticias.
5/6 Se conoce que las exportaciones brasileñas de pollo a Cuba se redujeron notablemente en marzo de 2023, con apenas 1137 toneladas (1,44 millones USD), indicando las limitaciones de Cuba para reemplazar con países latinoamericanos el suministro del principal alimento importado
— Pedro Monreal (@pmmonreal) April 7, 2023
En la mañana había coincidido con Miguel, Hilda y otros vecinos en la tienda. Después de algún rato de cola, había logrado comprar detergente, aceite y salchichas, tres de los cinco productos “priorizados” que desde hace algunos meses venden de forma racionada en tiendas de La Habana, a través de un sistema que organiza las compras a partir de las bodegas de cada comunidad.
En la tienda de mi barrio, en el Cerro, por ejemplo, compran ocho bodegas, dos por semana como promedio, según la disponibilidad de productos. A cada núcleo familiar le corresponde un día de esa semana —es decir, en la práctica, un día al mes— y si ese día no están disponibles los cinco productos “priorizados”, como ha ocurrido las últimas veces, hay que “recuperar” la compra faltante el fin de semana. Con suerte.
Otros artículos, como los cigarros o las pastas, no son “priorizados”, por lo que poder comprarlos en la tienda depende de cuánto nos sonría la diosa fortuna: si hay el día en que nos corresponde comprar, podemos adquirirlos si pagamos sus precios no subsidiados —aunque siempre menores que los del mercado negro—; si no, hay que esperar hasta la próxima ocasión. Hasta la próxima aventura, como diría Elpidio Valdés.
Pero ahora, ni Hilda, ni Miguel ni los demás que lanzan sus suspiros en dirección a la tienda, parecen preocupados por otra cosa que no sea el pollo. El paquete mensual que venden por núcleo familiar es un salvavidas al que nadie desea renunciar, aunque para comprarlo —o para vigilar su posible llegada— haya que faltar al trabajo. O, aunque, como escucho que le ocurrió a quienes lo compraron la semana anterior, el paquete sea de 4,5 kilogramos, medio menos que el establecido en este sistema.
“En otras tiendas, incluso, han dado dos paquetes de 2 kilogramos, así que el ‘tumbe’ ha sido mayor”, apunta mi vecina. Añade, sabichosa, que eso “depende de lo que entre”. “Vamos a ver qué paquetes trae ahora el barco. Ojalá sean grandes”, comenta, y yo vuelvo a preguntarme en qué turbulentos océanos de Internet estará navegando la noticia del supuesto navío.
“Y ojalá que entre esta semana —me saca de mis cavilaciones Miguel, convencido por fin de que esta tarde no ocurrirá el milagro—, a ver si aprovecho que llegaron las papas al mercadito y me mato las ganas de comer fricasé de pollo con papas. Mira que hasta ahora nunca he tenido la suerte de que lleguen las dos cosas al mismo tiempo. ¿Y cómo guardo un poco de papas en mi casa para hacer un fricasé más adelante?”.
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La fila de autos cruza la calle y sigue a lo largo de varias cuadras cercanas a un popular servicentro del Vedado. Así ha sido desde hace días en torno a las gasolineras de La Habana, debido a la escasez de combustible.
Choferes como Osmany y David marcan desde la madrugada, con la esperanza de que al alba “habiliten”. O, incluso, pasan varios días en la cola, y hasta duermen en sus carros, y juegan ajedrez y dominó, a la espera de un camión cisterna que les permita de nuevo rodar sobre las calles habaneras. Y ganarse “los frijoles”.
A inicios de mes, el Gobierno de La Habana anunció “reajustes” en la asignación y venta de combustible, tanto a sectores “vitales” como a los conductores privados. La medida, de acuerdo con lo informado, buscaba enfrentar “una situación creada por la falta de abastecimiento de diésel”, sobre todo a los transportistas particulares, y establecía límites en la cantidad de litros vendidos según el tipo de vehículo.
Desde entonces, las colas en los alrededores de las gasolineras son parte del paisaje citadino, como lo han sido varias veces en los últimos años. Además, como entonces, han engordado las colas en las paradas de ómnibus y se ha multiplicado el tiempo de espera y el malestar de los que aspiran a moverse por la ciudad en las siempre vilipendiadas pero socorridas guaguas.
Como en esas ocasiones, no son pocos los que ahora encomiendan su suerte a la llegada de uno o varios barcos de crudo o combustible. Entre ellos, Osmany razona que “el Gobierno debe estar buscando petróleo donde sea, porque ningún país puede vivir sin transporte”. Pero, mientras, la gran mayoría sufre la espera y sus consecuencias, y “hay que apretarse fuerte el cinturón”, riposta David.
Ambos, según me cuentan, se conocieron en la cola de otra gasolinera, y luego coincidieron en esta, en el servicentro Tángana, cerca del malecón. Así han labrado una cercanía en medio del infortunio. Los dos se dedican a “tirar pasaje”, lo mismo por su cuenta que por medio de emprendimientos privados que gestionan el alquiler de autos a través de aplicaciones y grupos de WhatsApp. Aunque reconocen que no les va mal, aseguran que “cada día la jugada está más difícil”.
“La gente se queja de los precios de las carreras, pero ¿con quién me quejo yo de los precios de todo lo demás? ¿A quién le reclamo por lo que está costando la carne de puerco, o el arroz, o el dólar, o lo que venden en las tiendas en MLC? Y, la verdad, no creo que porque empiecen de nuevo a recibir dólares en los bancos vayan a cambiar las cosas. Y yo lo que tengo es un carro, no una máquina de fabricar billetes”, me dispara Osmany.
“Ahora mismo, con esto de la falta de combustible, los choferes estamos perdiendo tiempo y dinero. Y por la izquierda el precio del petróleo y la gasolina anda por las nubes, y seguirá subiendo —acota David— ¿Qué cree la gente y el mismo gobierno que va a pasar entonces con el precio del transporte particular? ¿Qué se va a quedar igual? El que piense eso es porque no sabe nada de economía y menos de la vida”.
Ambos aseguran que seguirán en la cola hasta que puedan resolver y David añade que, “después de todo, uno termina por cogerle la vuelta, conoce gente y hasta pasan cosas locas”. “El otro día, en 17 y L, a un chofer que estaba con nosotros le avisaron de buenas a primeras que le había llegado el parole —me cuenta—. Imagínate cómo se puso. Llamó a un amigo para que se quedara en la cola con el carro y se fue a celebrar. Uno menos que tendrá que esperar otra vez por un barco de petróleo”.
“…ni por otras cosas”, lo secunda Osmany, y los dos hacen un amago de sonrisa que termina por convertirse en silencio. Aprovecho para despedirme y emprender el camino de regreso. Dejo atrás la larga fila de autos, subo buscando la Rampa y sigo por Infanta hasta Carlos III, para seguir luego por Ayestarán, en mi habitual ruta a pie hasta las inmediaciones del Cerro. Paso por paradas de ómnibus abarrotadas, por tiendas con sus infaltables colas, por bancos y cajeros automáticos atestados…
A la entrada de mi edificio me encuentro con Miguel, que también está llegando. “Me dijeron que entró pollo a la tienda, pero no picadillo”, me dice por saludo. “¿Habrá llegado el barco?”, le pregunto. “Vaya usted a saber. Por mí, como si lo trajeron en globo —responde—. Lo que importa es que siga llegando, para que podamos cogerlo el fin de semana. Por si acaso, ya separé las papas del fricasé, porque si no, no llegan al sábado. Y si no entra el pollo, pues me las como ‘viudas’. Total, no será la primera vez…”.
Waooo eso esta brutal matando al pueblo cubano