En un discurso el 2 de enero de 1965, Fidel Castro dijo en la Plaza de la Revolución:
Y lo que tiene de mérito es que el país ha producido este año ya más carne, más leche, y que tendremos en el año 1965 más leche, más carne, más huevos, con menos consumo de pienso; que ese pienso lo hacemos con una materia prima que en una gran parte debemos importar. Porque producir mucha leche y mucha carne, muchos productos avícolas importando la materia prima, no es tan importante ni es tan difícil como incrementar la producción reduciendo las importaciones.
Y más adelante:
Bien: por decisión prácticamente unánime, porque creo que los que votaron por otra cosa estaban de acuerdo también y acatan el deseo de la mayoría, este año se llamará el Año de la Agricultura. A todo el pueblo, y yo estoy seguro de que a los agricultores, sobre todo a los trabajadores agrícolas y los campesinos, ha de agradarles mucho esta decisión que se ha tomado en el día de hoy.
El siguiente se llamó Año de la Solidaridad. El 15 de enero de 1966 se celebró en La Habana la Primera Conferencia de Solidaridad Tricontinental, en la que se reunieron delegados de más 82 países, entre ellos líderes históricos de los movimientos revolucionarios y guerrilleros que disentían de las doctrinas soviéticas: el deber de un revolucionario era hacer la revolución. El tema central del evento fue “la lucha contra la dominación colonial e imperialista y la defensa del derecho a la independencia”. Se constituyó también el Comité de Asistencia y Ayuda a los Movimientos de Liberación Nacional y el Comité Tricontinental de Solidaridad con la lucha del pueblo vietnamita.
El 22 de abril de 1966 se dispuso la movilización de más de 8 000 estudiantes de secundarias básicas e institutos preuniversitarios de la provincia de Camagüey al plan la escuela al campo, una consecuencia de la puesta en práctica de la concepción del estudio-trabajo y de las metas productivas agrícolas trazadas en aquel Año de la Agricultura.
Muy poco tiempo después, los muchachos de la Secundaria Básica Rubén Martínez Villena, de 25 entre L y M, igual que los de otras secundarias capitalinas, eran trasladados en guaguas Leyland hacia Ciego de Ávila y Camagüey, para trabajar en labores agrícolas durante 45 días.
El campamento estaba en el medio de la nada y tenía un nombre medio raro: “Los Tres Golpes”. Había sido de la Umap, palabra que los muchachos escuchaban por primera vez sin sospechar su significado. No había agua corriente, por lo que se surtía con pipas no siempre puntuales. Desayunaban leche quemada y un pan. Las literas, de dos pisos, eran de saco de yute. Por acostarse sin sábanas, al pelo, algunos padecieron por primera vez enfermedades hasta entonces desconocidas como sarna. También tuvieron ampollas sanguinolentas en los dedos debido a ese persistente guataqueo de la tierra: según decían, se curaban echándose orine en las manos. Unos tuvieron sexo por primera vez con matas de malanga o plátano. Y otros con vacas, una práctica de la cultura campesina que, de pronto, tomó fuerza en ciertos imaginarios.
Por las noches se sentían eventualmente sollozos y hasta llantos en las literas, pero un cartel a la entrada del campamento les recordaba que eran los cristales los que se rajaban, no los hombres. La convivencia hizo que se consolidaran nombretes traídos de La Habana, pero ahora con un tono tal vez más cariñoso —Burro Quimbo, Pato Bobo, Foíto, Tabaco, Porky, el Gato, Pollito y Musulungo— en medio de un sentido de solidaridad que llevaba a compartir la comida acumulada en unas maletas de madera especialmente construidas para la ocasión, con sus correspondientes candados para evitar posibles robos.
La maleta era como un almacén de cosas que normalmente no se consumían en la ciudad: pan tostado, latas de spam, sponge rusks, fanguito, es decir, una lata de leche condensada que se hervía hasta ponerla color carmelita, y que se podía comer solo, con una cuchara, o untándole a las rebanadas de pan sacadas de los nylons. Todo eso, y más, traído por sus padres para compensar la precaria alimentación servida a diario en unas bandejas de metal que ingresaron una vez a la cultura nacional, junto al chícharo, la carne rusa y la pata y panza.
Ellos, no nosotros, fueron los verdaderos protagonistas de aquella jornada porque no vacilaron ni por un segundo en trasladarse a 460 kilómetros de sus hogares para asistir a sus hijos. Unos lo hacían en esos automóviles de las clases medias prerrevolucionarias que todavía circulan, pero otros en guaguas, un medio de un transporte público que siempre estuvo por debajo de la línea de flotación.
Para sus ratos de esparcimiento los muchachos tenían a “Nocturno”, el programa radial que Radio Progreso trasmitía por las noches. Lo escuchaban en una radio portátil bajo la luz de un par de faroles chinos, los mismos que se habían utilizado en la Campana de Alfabetización. En el fondo no era la música que preferían, pero al menos se mataba el tiempo dejando a un lado los problemas de la cotidianidad a la espera de que esos 45 días pasaran volando.
Comenzado en agosto de 1966 con el tema “La muchacha de la valija”, del saxofonista italiano Fausto Papetti, “Nocturno” difundía la canción italiana del momento (Rita Pavone, Gino Morandi…), la francesa (Herve Vilar, Charles Aznavour…), la española (Raphael, Karina….) y, sobre todo, el rock de la Madre Patria de la época del Generalísimo Francisco Franco (Los Brincos, Fórmula V, Los Mustang, Juan y Junior…), tenido como una suerte de muro de contención ante la avalancha del original, por esos días en plena invasión británica en Estados Unidos.
Lo que se escuchaba en aquella barraca, gracias a “Nocturno”, eran tonadas como “Yo soy aquel” de Raphael, que a veces daba lugar a representaciones de jodedera en el pasillo, o temas de introspección y nostalgia como “Un sorbito de champan”, de Los Brincos. De vez en cuando también radiaban “California Dreamin’” o “Monday Monday”, ambas de un cuarteto de hippies de San Francisco llamado The Mamas & Papas, escoltados por “Paint It Black” de los Stones, momento en que los muchachos se lanzaban a brincar y a moverse frenéticamente.
En términos musicales, ya de regreso a la urbe escuchaban la WQAM, de Miami, Florida, una de las fuentes de información en un contexto donde a la música anglo solían meterle encima epítetos que no hacían sino demostrar, entre otras cosas, que los censores ni sospechaban que se trataba de una contracultura en pleno desarrollo. El encanto de lo prohibido era entonces otra de las fuerzas que llevaban a esos adolescentes a la dobliu, una vez efectuado un deslinde entre lo cheo y lo pepillo que al final del día acabaría cometiendo varias injusticias contra la música cubana, apartada de plano de cualquier preferencia.
En 1966, al regreso de aquella primera experiencia en el campo, lo que se oía en sus casas y fiestas eran The Cyrkle con “Red Rubber Ball”, Tommy James and the Shondells con “Hanky Panky”, The Beach Boys con “Barbara Ann”, Wilson Picket con “The Land of 1000 Dances”, Young Rascals con “Good Lovin’”, Mith Ryder & the Detroit Wheel con “Devil with a Blue Dress On”, The Trogs con “Wild Thing”, y por supuesto Los Beatles todos, entre otras muchas agrupaciones y éxitos a los que se accedía en un apartamento de 25 y O y que tarareaban cuando iban a merendar a la cafetería del Hotel Nacional o el Habana Libre. El Coppelia y las pizzerías de La Rampa estaban entonces prácticamente acabados de nacer, como El Cochinito, El Conejito y otros restaurantes emblemáticos de aquella peculiar Habana de mediados de los años 60.
El 25 de octubre de 1966 se inauguró la XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez en el Coliseo de la Ciudad Deportiva con una formidable partida danzaria a cargo del Ballet Nacional de Cuba. El Salón de Embajadores del Habana Libre, el hotel ubicado justamente frente a la Secundaria, se llenó de pronto de jugadores de calibre mundial. Una fiebre ajedrecística se instaló dentro y fuera de la Villena. A menudo los muchachos se escapaban de sus clases para ver jugar a los grandes maestros y en especial a una de las principales atracciones: Bobby Fischer, quien ganó catorce partidas, entabló dos y perdió una. Pero también podían seguir sus incidencias mediante unos gigantescos tableros electrónicos que se habían colocado en el exterior del cine Radiocentro, la primera piedra de La Rampa puesta por Goar Mestre en 1947.
El 2 de noviembre de 1966 entró en vigor la Ley de Ajuste Cubano en Estados Unidos.
Lindo articulo de la simpatica pluma de Alfredo, como es habitual en el, pero creo que ofrece una vision banalizada, una cronica rosada de una realidad mas dura. Esos campamentos eran espacios autoritarios, machistas y homofobicos, que ya expresaban la tendencia del estado totalitario naciente a inmiscuirse en los espacios familiares, tratados como reproductores de una sociedad vieja. La ultima oracion del articulo es lamentable. La ley de ajuste tiene poco que ver con el asunto. Mas importante es que paralelamente funcionaban los campamentos de trabajos forzados de la UMAP, y que en 1968 se produjo la ofensiva revolucionaria que termino destruyendo los espacios de accion social autonoma. Personalmente creo que esos años revolucionarios -la revolucion cubana terminó en 1964- merecen un tratamiento menos agresivo que el que se acostumbra a hacer, pero estas viñetas coloridas tampoco lo reflejan. De cualquier manera, siempre felicito a Alfredo por su agudeza.
Estuve en Camagüey, era de la Villena, y por muy nostálgico que suene el artículo, hay muchas cosas que son mentiras, ah, y no soy comunista, ni fui pionero.
José Martí escribió una vez que cada inspiración tenía su lenguaje. Lo que le ocurre a la observación de mi amigo Haroldo Dilla resulta típico de cierta zona del gremio, esto es, confundir de plano una narración con un ensayo sociológico.
Por definición, la primera está hecha de vivencias, sensaciones, olores, sexo y sonidos; el segundo opera con categorías que no son propias de un texto periodístico, mucho más cerca (por su naturaleza) del discurso literario que de otra cosa. Por decirlo mal y pronto, se trata de Proust, no de Foucault; de Jean Luc Godard, no de Lucino Visconti.
Jean Paul Sartre escribió una vez: “pobreza imaginativa es aprenderse códigos de memoria”. No advertirlo conduce con frecuencia a entrar en el cuarto con la llave equivocada. Y, por consiguiente, a señalar con el dedo cualquier abordaje que no se corresponda con hallazgos investigativo-académicos de suyo muy viejos, sobremanera trabajados por los estudios cubanos de los años 60 a nuestros días. Enterarse por la siempre informada y sabia pluma de Haroldo, resulta sin duda pertinente… pero solo si se trata de neófitos.
La observación del segundo lector, que aquí menciono solo porque existe la primera, es un ideologema de los tantos que hay en el Reino de este Mundo.
Nos vemos entonces en la próxima aventura, dedicada (con esa misma perspectiva) a esos mismos muchachos en las labores del Cordón de La Habana. Tal vez para entonces aparezca un nuevo Rene Dumont para decir cosas harto conocidas por los estudiosos de la agricultura cubana.
Alfredo me acuerdo de ti haber hablado mucho en Villena lo que dices en el artículo sobre nuestra escuela lo que hacíamos es cierto lo que creo yo estaba un año menos que tú porque yo no fui a Camagüey recuerdo el campamento Nombre De Dios así se llamaba Quinta 1 y Quinta 2 los demás no los recuerdo pues estuve en Finlay y Pre del Vedado igual que tú te falto decir que en aquella época el Gofio era un alimento muy importante para nosotros para echarle a la leche y comerlo con azúcar pero también para hacer maldades ideadas por uds los varones yo vivía en La Rampa así que recuerdo muchas cosas que dices gracias saludos