El racismo no es un fantasma que recorre el mundo, sino una fábrica invisible de estereotipos, exclusiones y heridas profundas sobre buena porción de la Humanidad. No es simple aversión, sino una maquinaria social que piensa, somete y castiga de modos sutiles o violentos, según el caso. Atraviesa filosofías y culturas en todo el universo. Y en Cuba se ocultó, como años atrás se hacía con los niños discapacitados, los desertores políticos y las mujeres infieles; ninguno de ellos salía en la foto de familia. El racismo es un conflicto muy familiar en nuestra sociedad.
En los últimos treinta años la crítica antirracista producida en Cuba es acusada de reproducir visiones de otros países y culturas —léase Estados Unidos o Brasil— y se trata a los activistas antirracistas más críticos, como radicales, disidentes o desagradecidos; una tríada que reduce el conflicto a un análisis demasiado simple, más interesado en desviar la atención sobre la presencia de un racismo que emergió en el único país socialista del Caribe. A ese llamo neo-racismo, una serie de acciones excluyentes y humillantes normalizadas en nuestra vida cotidiana y asumidas, incluso, por muchas personas negras.
Es curioso cuán difícil resulta identificar el racismo en Cuba; contrario a la sagacidad con que vemos cualquier evento racista en el mundo. Así, ocultamos nuestra aversión a hablar del tema aquí y nos comparamos con esos lugares donde las personas negras son encarceladas y asesinadas regularmente —como Brasil o Estados Unidos. También existe racismo en España, República Dominicana o Alemania, pero cada racismo es diferente, aunque igualmente doloroso. Por ello en muchos países se denuncia, discute y diseñan leyes y políticas, difíciles de aplicar, pero valiosas conquistas y herramientas de lucha: Son el reconocimiento de un conflicto, el nivel de discusión y consenso sobre el mismo, más la socialización de explicaciones y soluciones que entre nosotros faltan.
En Cuba continúa secuestrado el debate sobre el racismo entre salones, declaraciones y comisiones que evitan cualquier socialización del tema. No es el único hueco negro sobre el cual, intermitente, superficial y oportunistamente, suele hablarse un par de veces al año en algún espacio mediático. La falta de una política racial expresa lentitud, incoherencia e insensibilidad ante una problemática que no ha alcanzado consistencia jurídica en ningún tribunal, ni se reconoce como práctica cultural o institucional. Tanto tiempo se prohibió hablar de racismo, que aun se considera un asunto muy sensible.
Fue muy criticado el performance racista del Halloween holguinero, sin ofrecer el contexto local, marcado por una alta población de origen hispano. Existe un pasado racista cubano con espacios públicos ilegalmente segregados como varios parques de provincia: si alguien rompía esa norma podían hasta dispararle, como ocurriera a muchos en el Parque Vidal de Santa Clara en 1924 o asesinarle, como le ocurrió al joven Justo Proveyer en el parque Céspedes de Trinidad en 19351, entre otros eventos sucedidos en Cienfuegos o Camagüey, donde, por cierto, en 1929 se anunciaba una secta nombrada El Palacio Imperial Invisible de los Caballeros del Ku Klux Klan.2
Los jóvenes holguineros que preguntaban “¿Donde están los negros?” probablemente no saben cómo fueron masacrados los soldados negros del Fuerte Pillow, por orden de un General de las tropas confederadas, también traficante de esclavos, llamado Nathan Bedford Forrest, quien en 1886, en Pulaski, Tennesssee, fundó el Ku Klux Klan, organización terrorista que luego se extendió por todo el sur de los Estados Unidos como hermandad secreta de hombres blancos que odiaban los negros, les expropiaban sus bienes ilegalmente, violaban sus mujeres y aterrorizaban sus comunidades con dos rituales preferidos: ahorcar personas negras y quemar sus casas, escuelas e iglesias. También asesinaron a algunos políticos blancos, aliados de los negros.
En el siglo XX, a partir de 1915 atacan a judíos y católicos. En el siglo XXI el llamado “Klan” recupera la bandera de la Confederación, recluta cientos de miembros y en su plataforma de Internet se erige como “un movimiento de base nacional, integrado por hombres, mujeres y niños cristianos, de raza blanca, que apoyen el regreso al gobierno de los cristianos blancos”. En el mismo sitio han hecho campañas contra el regreso del niño Elian, para el cierre de las fronteras norteamericanas y para eliminar leyes contra la posesión de armas. El KKK es una fuerza viva en Estados Unidos, vinculada al racismo, la xenofobia y la supremacía blanca que exacerbó Donald Trump, también contra los blancos cubanos que, en Estados Unidos —aunque no en Miami— dejan de ser blancos para convertirse en hispanos o latinos, al no clasificar como WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant), el código etnocentrista fundacional de esa nación de inmigrantes.
Este es, a grandes trazos, el contexto que a los jóvenes de Holguín les parece ajeno. Creo que son culpables con atenuantes, porque son resultado de la ignorancia, es decir, de su educación. Ellos son extrañas frutas de la cosecha neoliberal cubana del siglo XXI. Su paseo de Halloween (trick or treat?3) se tornó en bumerán de las ambiciones de una clase media con poder económico, culturalmente falaz e inclinada al american dream en su variante vernácula. Más allá de insertar al Halloween entre las pocas fiestas cubanas, hay un modelo económico, político y cultural que, desde fines del siglo pasado, acomoda sus valores excluyentes y los reproduce ante las carencias del viejo modelo verticalizado de nación, poco dado a socializar críticamente los valores de adentro y de afuera. Ambos modelos coinciden en su dependencia del entramado comercial yanqui, a pesar del bloqueo y sus remakes. (Está pendiente el análisis cultural y autocrítico del bloqueo).
Detrás de esta provocación juvenil absurda, pero igualmente racista, se oculta el paternalismo y el secretismo con que sigue tratándose el tema racial en Cuba. Además del idealismo dulzón de ciertos spots televisivos que persisten en idealizar esa idea estrecha, desfasada y poco científica de color cubano; válida en el pensamiento del Nicolás Guillen de los años 30 del siglo pasado, cuando lanzó ideas muy acertadas y otras no tanto, como sus tesis sobre la celebración del mestizaje racial, la mulatez y el propio color cubano; hoy asumido como una romántica campaña antirracista.
El actual racismo cubano también se renueva bajo otros actores y espacios que no lo nombran, pero lo usan y controlan a su antojo. Es un racismo encubierto, sofisticado a la hora de gentrificar nuestras ciudades o precarizar ciertos barrios y comunidades. Imponiendo nuevas normas, tarifas e imaginarios, a los cuales se adaptan velozmente altos burócratas, nuevos empresarios y porteros de centros nocturnos, independientemente de su status público o privado y del color de su piel.
La creciente implosión de eventos racistas en el país incorpora todos los signos de la actual crisis política. Y viceversa: cada uno de los signos de la crisis —aunque algunos no asumen la cuestión racial—, visibilizan las muchas variables que afectan a la población negra y marcan su ausencia en debates y sectores claves. Por otro lado, el activismo antirracista cubano ya agotado, fragmentado y cooptado le cuesta levantar sus voces más allá de los temas de emprendimiento y estética negra, de sus nichos académicos y de los nuevos proyectos y acciones de autopromoción, con aspiraciones de clase media negra sin mucha conciencia racial ni otros capitales requeridos para ello.
Son aspiraciones legítimas, pero carecen del filo crítico con que nació el antirracismo de los noventa en medio de debates abiertos al público; con denuncias, catarsis y el reconocimiento de un malestar social públicamente ventilado. En menos de una década se convirtió en un movimiento antirracista, de varias tendencias, que terminó creando un espacio político sino propio, muy singular. Aquel activismo fue desmontado por una estrategia del poder que erosionó el discurso antirracista hasta verlo rendido por las promesas, los temores y las incertidumbres del momento. El silenciamiento o abandono del discurso crítico, abrió el camino a un lenguaje racista que, a su vez, reactiva el lenguaje clasista que emergió en muchos discursos post-11J, no solo para hablar de negras y negros, sino también cuando se refieren a pobres, marginalizados y manifestantes.
Murió aquel activismo, cuya incapacidad mayor estuvo en no convertir el antirracismo en práctica cultural, en parte del civismo que necesitamos para explicar otros conflictos. Fue difícil asumir una cultura de responsabilidad y vigilancia públicas, como han logrado los feminismos en Cuba, a pesar de todo. Hoy esta posibilidad resulta más lejana que hace 15 años cuando el antirracismo cubano se erigió como una crítica a la colonialidad de la política doméstica, esa colonialidad que configura la dominación socialista que explico en un texto del 2015, donde advierto que: “La colonialidad del poder tiene en Cuba tres grandes cómplices que son el neoconservadurismo, el colonialismo interno y el neo-racismo, sobre los cuales no hay suficiente cuestionamiento público”.4
Entiéndase que racismos y antirracismos son, sencillamente, experiencias permanentes en nuestras vidas privadas y públicas. No hechos aislados, ni excepcionales, como suele verlo la mirada culturalista; sino cotidiano y profundo, estructural y trascendente. Solo el prejuicio racial, la cobardía política y la ignorancia evadirán los mecanismos de esa vil maquinaria social que es el racismo, más allá de quienes lo rechazan o reproducen.
Si las fuerzas cívicas de una sociedad no pueden expresar sus malestares y aspiraciones, participando y debatiendo ideas o propuestas, encontrará sus modos de defender y celebrar la nación, sus propios espacios de crítica y resistencia políticas. Así emerge un nuevo antirracismo que niega ciegamente al anterior, aunque se alimenta de sus pequeños logros y aprendizajes. Los pronósticos no son tranquilizadores. Unos rumberos del barrio me respondían la pregunta “¿Donde están los negros?”, con ingeniosas respuestas callejeras: “No somos invisibles. Tú sabes a“onde estamos. No tengo pasaporte.” Ellos no saben de frutas extrañas ni de limones baratos. Viven una realidad sin caretas. Carente. Caliente…
En Cayo Hueso, La Habana, 1ro de noviembre y 2022.
Roberto Zurbano. Crítico cultural y militante antirracista.
***
1 Zurbano, Roberto: Cruzando el parque ¿Hacia una política racial en Cuba? En Humania del Sur. Revista de estudios latinoamericanos, africanos y asiáticos de la Univ. de Los Andes, Venezuela, núm. 31 (jul.-dic., 2021), pp. 137-170.
2 Henry Night, Kezia Sabrina: “La revista Minerva. Una voz contra el Ku Klux Klan en Camaguey en Boletin de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey sito en www.ohcamaguey. Consultado el 1ro de noviembre del 2022.
3 Juego de palabras en ingles que utilizan los niños la noche de Halloween al tocar a las puertas de las casas. ¿Su traducción literal (truco o trato) no revela la demanda infantil de “¿Me das un dulce o te doy un susto?”
4 Zurbano, Roberto: Racismo vs. Socialismo en Cuba: un conflicto fuera de lugar (apuntes sobre/contra el colonialismo interno) en Revista Meridional (Chile), abril 2015. Hay edición cubana en Revista Cubana de Ciencias Sociales, número 54, Instituto de Filosofía de Cuba, 2021, p. 243.
En Cuba, últimamente, el debate sobre el tema racial, se ha desplazado hacia una zona voceada desde la militancia “comunista” que teme poner el dedo en la yaga.