El huracán Irma se fue de La Habana, pero el agua se resiste a marcharse del malecón habanero. Temprano en la mañana, Navarro, de más de 70 años, separa decenas de libros empapados. “Hay que botarlos”, dice a OnCuba desde un portal elevado, en la céntrica Avenida de Los Presidentes, la populosa calle G del Vedado.
“Yo trabajo desde hace 39 años en la Casa de las Américas y nunca había visto algo como esto. El agua entró aquí, hasta los almacenes de la Hemeroteca –situada a más de 500 metros del malecón–, y allá abajo, en la Casa, entró hasta el lobby”, cuenta resignado.
Con cada libro perdido, siente que se pierde una parte de su vida.
Son las 10 a.m. del lunes 11 de septiembre. Caminando por G, se ven las olas que chocan contra el muro y se elevan varios metros. El tránsito está prohibido pero las personas sí se aventuran a deambular entre el fango y el agua. Muchos caminan descalzos.
El mar retrocede lentamente y deja restos: en algunos sitios puro fango mezclado con pedazos de esponjas marinas. Los niños recolectan peces y los trasladan en pomos plásticos de agua. Cientos de diminutos ejemplares quedaron atrapados de este lado del muro.
En la cuadra siguiente, doblando por calle novena, un hombre limpia el tragante de entrada del garaje de su edificio. El agua le llega a las rodillas, pero enseña la marca de la inundación, un metro más arriba. “En la noche de ayer –de domingo para lunes– el mar subió como nunca”, afirma.
“Pero hay que seguir”, remata.
Como él, muchas personas limpian ya sus casas, las aceras, las calles. Las primeras brigadas que han llegado al lugar cortan ramas y recogen escombros. Pero hay mucho por hacer. La tarea durará días.
Ya muy cercano al malecón, en el portal de su casa Arnaldo bota el agua. Vive pared con pared a Casa de Las América. Viste un short corto y lleva pulóver.
“Perdí dos refrigeradores nuevos, que teníamos guardados en el garaje”, confirma. Desde el portal, de un metro de elevación, señala por su cintura, el nivel de la inundación.
“¿Dónde pasaron el ciclón, aquí en la casa?”, le pregunto.
“Sí, en el segundo piso”, afirma, y después señala la cerca perimetral del hogar, que fue sobrepasada por la inundación.
Dos parientes suyos, que pescan en las calles habaneras, se acerca con un cubo. “Mira, tenemos hasta un pulpo. Es nuestra ayuda a la fauna marina”, dice el hermano de Arnaldo.
Las olas se estrellan contra el malecón y se elevan al nivel de la estatua de Calixto García, al final de Calle G. Las instalaciones de Casa de las Américas y el Ministerio de Turismo, cercanas, muestran los daños.
Desde Malecón hasta calle 5, el panorama es dispar. Ya casi es mediodía, y mientras en algunos sectores solo queda fango, en otros el agua no pretende retirarse. En F, entre 3ra y 5ta, un anciano, cansado, se balancea en un sillón.
“Me rompió el televisor”, le dice a la vecina que llega a preguntarle. “Nevera rota, no hay agua”, dice el cartel de la Residencia Estudiantil de la Universidad de La Habana. Los garajes al nivel de la calle están cubiertos de agua.
La parada del ómnibus P2 está derrumbada. Colchones, ropa, muebles mojados yacen bajo el sol-abandonados algunos-, puestos a secar por sus dueños. Algunos niños juegan entre el agua, en balsas improvisadas en pedazos de poliespuma. Otros, junto a varios adultos que beben alegremente, se vayan en las calles. Aprovechan el agua remanente, que no es poca.
Irma, lejos allá en la Florida, no deja aún secar el malecón.