Para “garantizar la demanda de harina que necesita el país [se] deben recibir de tres a cuatro cargamentos mensuales [… y] solo se están recibiendo uno o dos buques de trigo al mes”, explicó en octubre la directora técnica de la Empresa Cubana de Molinería, Yanet Lomba.
La entidad administra cuatro de los cinco molinos que funcionan en Cuba —instalados en La Habana (2), Cienfuegos (1) y Santiago de Cuba (1)— y provee materia prima al que gestiona la empresa mixta Industrial Molinera de La Habana S.A. (IMSA). El día que Lomba brindaba declaraciones a Cubadebate (18 de octubre de 2022), solo la industria santiaguera se encontraba en funcionamiento, para moler un “nivel de trigo” que agotaría en pocas horas. Estaba prevista la descarga de un buque con 20 mil toneladas adicionales; pero ese volumen apenas alcanzaba para cubrir las demandas de la canasta básica y el destino social hasta el comienzo de noviembre.
Con un precio superior a los 650 dólares la tonelada, la compra de cada barco de trigo implicaba el pago de entre 14 millones y 16 millones de dólares.
La situación se agravó en el transcurso de 2022, y se mantendrá en los meses inmediatos, anticipó la funcionaria: “no existe en estos momentos un financiamiento estable para la compra del trigo”.
La falta de divisas es solo una parte del problema. Muchos bancos se niegan a gestionar los pagos a proveedores y navieras por temor a las sanciones de Estados Unidos, explicó a Granma Maidel Linares, vicepresidenta primera del Grupo Empresarial de la Industria Alimentaria (GEIA), que coordina el trabajo de las molineras y la Empresa Cubana del Pan, y la distribución de harina al sector privado y las panaderías de la cuota normada.
La “frontera” de las 220 mil toneladas mínimas
Las 717 345 toneladas de trigo y morcajo (mezcla de trigo y centeno destinada fundamentalmente a la elaboración de pan) importadas por Cuba en 2019 costaron casi 200 millones de dólares.
Cada tonelada del cereal se cotizaba entonces a 279 dólares. Pero la pandemia y la guerra en Ucrania sumieron los precios en una espiral inflacionaria hasta ahora incontenible. En 2021, por la compra de 562 853 toneladas la isla pagó 216 millones de dólares (385 dólares la tonelada). En 2022, la importación estimada de 415 mil toneladas de trigo habría exigido el desembolso de no menos de 270 millones de dólares.
A partir del consumo “mínimo” diario, el país emplea unas 600 toneladas diarias de harina en la producción del pan normado y de destino social (para hospitales, escuelas, prisiones…). Ese consumo no contempla la demanda en hoteles o la gastronomía. Es cada vez más difícil de sostener, reconoció la directiva del GEIA entrevistada por Granma en octubre de 2022. Muchas provincias reciben la materia prima día a día, o incluso con atrasos, lo que afecta los ciclos de producción de las panaderías e influye en la calidad del alimento que llega a los consumidores, detalló.
Cada subida de precios en el mercado internacional ha forzado ajustes del Ministerio de Economía y Planificación. Para preservar las entregas normadas, en los últimos dos años se rebajaron drásticamente las asignaciones de recursos a las industrias de alimento animal y cárnicas —muy afectadas también por la escasez de soya y maíz—, y la producción confitera.
Las ventas liberadas de pan casi se han suspendido fuera de La Habana, mientras la Empresa Cubana del Pan normaliza propuestas que en principio se habían considerado coyunturales, como el uso de “extensores” (viandas y frutas agregadas a la masa para sustituir en parte la harina de trigo) y la “incursión en la venta de otras producciones”.
En octubre, la subdirectora de la Empresa, Nieves Lebeque, resaltó que muchas panaderías nutren sus fondos de salarios comercializando jugos de frutas y condimentos en lugar de pan. En el interior de la isla resulta cada vez más común el empleo de harinas de arroz o maíz para la repostería.
Importadores privados y ventas en MLC
De una tonelada de harina pueden obtenerse alrededor de 20 mil bolas de pan normado, que, tras su venta, reportan una ganancia bruta de 20 mil pesos (al cambio actual, entre 120 y 130 dólares).
Ese dinero alcanza para pagar siquiera una quinta parte de la harina que se empleó en la producción. La factura no incluye gastos como el del aceite, la levadura, la energía y la mano de obra. Las pérdidas son menores cuando se trata de pan liberado; pero las ganancias que se obtienen (en pesos) tampoco compensan lo invertido (en divisas).
Abastecer el mercado cubano del pan se ha vuelto muy costoso, mientras que iniciativas que podrían generar ingresos suplementarios no son explotadas por el Gobierno.
Una de ellas es la venta de harina en Moneda Libremente Convertible (MLC). Un porcentaje significativo de la población accede a ese mercado. Parte de los ingresos que genera la demanda de harina en él podrían emplearse en subsidiar el pan normado o incluso la recuperación de la deteriorada industria molinera. Los números lo confirman. Las marcas que en otros tiempos comercializaban esas tiendas llegaba a los anaqueles con un valor superior al dólar por kilo. Aun así, la demanda siempre iba por delante de la oferta y en pocos días se desabastecían hasta los establecimientos más surtidos.
La importación y venta de harina (no su procesamiento en molinos cubanos) representaría una fuente constante de divisas.
Estudios del Ministerio de Economía y Planificación, citados por Granma en octubre pasado, estimaban que solo la demanda del sector privado se eleva a alrededor de 15 mil toneladas de harina anualmente. La propia institución acotaba que esa estadística “debe haber aumentado”, a tenor de la multiplicación de las formas de gestión no estatal.
En cuanto al consumo doméstico, no existen registros públicos, pero los anuarios de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) brindan una pista. En 2021 Cuba importó 52 029 toneladas de harina, más de 30 mil por encima de las que había comprado, como promedio, durante los dos años precedentes.
Por su calidad, la harina importada tiene tres destinos fundamentales: el turismo, el sector privado o las ventas en divisas a la población. En un año en que el turismo cayó a mínimos históricos, solo cabe la conclusión de que el grueso de las importaciones terminó destinándose a los otros dos segmentos de mercado.
Siempre de acuerdo con la ONEI, en 2021 Cuba pagó la tonelada de harina importada a 551 dólares, por lo que su hipotética venta a un dólar el kilo habría reportado una ganancia neta de casi 450 dólares por tonelada. Desde entonces, si bien el precio del alimento subió, también lo hizo su cotización en las tiendas en MLC y en el mercado informal.
En grupos de Facebook dedicados a la panadería (reposteros, mipymes, compraventa) es difícil encontrar propuestas por debajo de 1,30 dólares el kilogramo. Las más competitivas suelen estar relacionadas con importaciones o compras al por mayor.
Ariel (seudónimo) representa en Cuba a una empresa uruguaya que por 34 606 dólares pone en el puerto de Mariel un contenedor con 1100 bolsas de harina de trigo, cada una de 25 kilogramos. El precio final por kilo es de 1,26 dólares.
“Es una oferta pensada para mipymes, aunque puede darse el caso de que un trabajador por cuenta propia compre el contenedor completo o lo divida con otros. Después de hecho el pedido, la carga demora en llegar al Mariel entre 30 y 45 días”, explicó.
Opciones como esa tienen la ventaja de ir avaladas por documentos legales, pero debido a su volumen resultan impracticables para la mayoría de los emprendimientos y consumidores privados. “Aunque uno trata de garantizar sus reservas, no es lo mismo comprar dos o tres sacos que un contenedor entero. Empezando por el dinero y acabando por algo tan básico como el almacenamiento”, razonó José Luis (seudónimo), un panadero de Ciego de Ávila. En el último año la harina y el aceite “se desbocaron”, y en consecuencia, debió subir sus precios varias veces. “Ahora mismo estamos al punto de no poder seguir con el negocio, ¿a cómo vamos a vender una bola de pan, a 50 pesos?”, lamentó.
La escasez es caldo de cultivo para las ilegalidades. En las provincias que no cuentan con molinos, el saco de 100 libras de harina llega a cotizarse en 15 mil pesos, o más; en tanto que en las que se ubican esas industrias —en particular, La Habana— el producto puede encontrarse a partir de 10 mil pesos. No faltan las publicaciones proponiendo harina elaborada por IMSA, pese a que esa entidad formalmente no comercializa a particulares.
Con ciertas facilidades de parte del Estado, la importación privada pudiera aliviar esa situación. Desde hace tiempo, otros mercados como el tecnológico y el textil se benefician en gran medida de los envíos traídos del exterior por los emprendedores.
En el caso de la harina de trigo y otras materias primas reposteras, la rebaja de los derechos aduaneros sería un paso positivo. Esas tasas forman parte las tarifas CIF/ CIP —que comprenden el valor de la mercancía, su seguro y transporte hasta el puerto de destino—y en Cuba llegan a representar hasta un tercio del monto final de las importaciones privadas. No todo ese dinero se utiliza en pagar aranceles y despachos de aduana, pero una parte sí, convirtiéndose en un costo adicional que se transfiere a los consumidores.
Las cotizaciones a futuro en los principales mercados de cereales del mundo anticipan un año de estabilidad en cuanto a los precios del trigo. Para Cuba es una buena noticia. Pero de ahí a superar la actual crisis de desabastecimiento media una distancia que solo podrá superarse a corto plazo aunando la iniciativa público- privada.