La Habana de estos días no es ya como la de hace unas pocas semanas. El comienzo de una nueva desescalada, con la mejoría de los indicadores epidemiológicos en la ciudad, ha traído cambios en el panorama general, pero, sobre todo, en la percepción de las personas, dividas entre quienes abrazan con entusiasmo la “flexibilización” de las restricciones y las que observan con cautela y hasta temor el nuevo escenario.
Junto al reinicio del servicio a la mesa en restaurantes y cafeterías ―anunciado una semana atrás, con lógicas limitaciones―, la esperada reapertura de las playas, piscinas, gimnasios y del malecón habanero devuelve en más de un aspecto a la capital cubana al panorama previo a la llegada del coronavirus y da el tiro de gracia a una idea de confinamiento que, en realidad, nunca llegó a cuajar del todo.
Y es que, a diferencia de otras provincias y localidades cubanas, que han aplicado estrategias más severas durante la prolongada y compleja oleada de la COVID-19 en los últimos meses, La Habana ha sido más flexible con las medidas y horarios de cierre e, incluso, ha mantenido en funcionamiento el transporte urbano a lo largo del 2021. Tras más de un año del reporte de sus primeros casos, y con los nasobucos convertidos ya en parte del paisaje, las calles habaneras han asumido su propia “normalidad”, tan concurridas y ajetreadas como antaño, y con las carencias, dificultades y rutinas añadidas por la pandemia.
Ni aun en los momentos más duros del rebrote, cuando llegó a sobrepasarse el millar de contagios por jornada, la ciudad regresó a los cierres y al estricto toque de queda del año anterior, mientras las autoridades llamaban a la autorresponsabilidad y apostaban al control localizado y al proceso de inmunización ―que tuvo a la capital como pionera y, a la vez, polígono de pruebas― para disminuir las cifras negativas. Y ahora que la vacunación parece estar haciendo lo suyo, según las estadísticas oficiales, comienzan a desmontarse varias de las restricciones que seguían en pie y otras, como las que pesan sobre los teatros, los centros nocturnos y el transporte interprovincial, podrían caer en las próximas semanas si la tendencia a la reducción de los contagios se confirma.
De momento, esta semana la urbe habanera se ha mantenido a la baja, reportando menos de 400 casos por día, mientras la tasa de incidencia se situó al cierre de este jueves en 303.4 por 100.000 habitantes en los últimos 15 días, mucho mejor que la media de Cuba ―por encima de 900―, y solo superada por las tasas de Matanzas y la Isla de la Juventud, los territorios con mejores indicadores epidemiológicos en el país en la actualidad. Mientras, ya estaba cubierto más del 90 % de la población a vacunar y también marchaba a buen ritmo la inmunización de los alérgicos al Tiomersal, incluidos los niños y adolescentes.
Con este aval, el próximo lunes reiniciará en las aulas de La Habana el accidentado curso escolar 2020-2021, aunque de momento solo para los grados terminales del preuniversitario, la enseñanza técnica y profesional y las escuelas pedagógicas, cuyos alumnos fueron los primeros en inmunizarse ―en su caso, con el fármaco Abdala― una vez que las autoridades dieron luz verde a la vacunación en menores de 19 años. Y no es de extrañar que, en poco tiempo, con la administración de todas las dosis a los demás niños y adolescentes en edad escolar, retorne la actividad diaria a las escuelas y los uniformes y pañoletas se reintegren al entorno citadino.
A malecón abierto
Una de las medidas de mayor impacto en la psicología de los habaneros es, sin dudas, la libertad de acceso al malecón. El largo e icónico muro llevaba ya un buen tiempo vetado para los peatones ―aunque algunos se dieran su brinco de tanto en tanto―, una decisión que muchos no comprendían y cuya marcha atrás no demoraron en celebrar.
“La verdad, ya era hora de que dejaran pasar a la gente”, asegura Bernardo, uno de los pescadores que no perdió tiempo y este mismo jueves se fue con su caña y demás enceres hasta el sitio al que ha ido una y otra vez durante tantos años. “No importa si hay que usar nasobuco y mantener la distancia, pero al menos yo ya no aguantaba más tiempo sin venir a pescar”, añade este hombre de piel curtida por el sol y el salitre, y quien asegura que le falta algo a su vida si no puede pasar horas y horas en el malecón.
“Imagínate que me dio la COVID y tuvieron que ingresarme, porque padezco de la presión, y una de las cosas que más fuerzas me dio para salir del hospital, además de mi familia, fue el deseo de poder pescar otra vez ―relata―. Así que yo estaba esperando esto como cosa buena.”
Pero Bernardo y otros habituales pescadores no eran los únicos que añoraban la reapertura. Paseantes, corredores, parejas y familias también aguardaban la noticia del retorno y, apenas la anunciaron, han vuelto a transitar por los alrededores del muro y a sentarse en él, a compartir y disfrutar d y el mar, al menos hasta las 10:30 de la noche, hora en que regresa la prohibición de movimiento.
“Si las cosas siguen mejorando, que ojalá que sí, eso ahorita lo quitan también”, comenta Miriam sobre la limitación del horario nocturno. Ella, que ha estado practicando el teletrabajo por la pandemia, salió este jueves a “dar una vuelta” con su esposo y “mirar de cerca el mar”, algo que, dice, tenía muchos deseos de hacer “después de tanto encierro”. Para la mujer, como para otros transeúntes consultados, “no tenía sentido que dejaran ir a los parques y a otros lugares y no permitieran sentarse en el malecón, que es un lugar totalmente abierto y con mucho aire”.
“Eso, por no hablar de las guaguas y las colas, que me parecen mucho más peligrosas por la pegadera de la gente, y, sin embargo, prácticamente no han parado”, señala.
“El malecón le da otra vida a La Habana”, la secunda Rogelio, su esposo. “Es el lugar donde la gente viene a coger fresco, a enamorarse, a desconectar, a pasarla bien. Por esto todo el mundo estaba esperando que lo abrieran, y más después de todos estos meses de pandemia que han sido bien duros. Además ―añade en tono jocoso―, es mucho más romántico y barato; cada uno trae lo suyo y pasa el rato sin tener que gastarse el salario en una paladar, que ahora mismo los precios están mandados.”
De mesas y precios
Desde hace una semana, más de 500 restaurantes y cafeterías privadas y estatales de La Habana fueron autorizadas a brindar su servicio en mesas, barras y mostradores, luego de meses en los que solo se permitió la venta a domicilio y para llevar. Espacios abiertos y ventilados, una distancia apropiada entre las mesas y medidas higiénicas y de protección para clientes y trabajadores son algunos de los requisitos impuestos por las autoridades, que muchos han acatado de buen gusto.
Para Cristian y Yeni, que decidieron “pasar un rato” en la cervecera de La Habana Vieja, las anteriores son “medidas lógicas”, al menos por el momento, mientras siga existiendo un “riesgo real” de contagiarse con el coronavirus y el efecto de la vacunación no sea mayor. Ambos piensan que con esas condiciones la reapertura “está bien”, porque “las personas necesitan cambiar de ambiente y la economía necesita levantarse”.
“La pandemia ha durado mucho más de lo que nos imaginamos en un inicio y todo el mundo se lo ha sentido ―sentencia Cristian―. Por eso me parece bien que se vaya abriendo a medida que la situación empieza a mejorar. Así lo han hecho también otros países que tienen una mejor economía, y no veo por qué aquí no pueda ser igual.”
Más cautelosas son Yaima y Martha, quienes, no obstante, se “embullaron” a ir también a la cervecera con unas amigas. “Yo creo que están abriendo un poco rápido, porque la pandemia no se ha acabado y todavía hay muchos casos, incluso más de los que dice el doctor Durán en la televisión”, sostiene la primera, que justifica su afirmación con el ejemplo de varios conocidos a los que, “incluso teniendo algunos síntomas, no les han hecho las pruebas, porque están vacunados y les han dicho que no son vulnerables”. Entonces, afirma, “hay que seguir cuidándose”, pero también “aprovechar” la desescalada “porque no se sabe cuánto va a durar todo esto”.
“Mira el año pasado ―la apoya Martha―. Abrieron y tuvieron que volver a cerrar tiempo después, porque la situación volvió a complicarse. Espero que esta vez no pase lo mismo, pero, por si acaso, esta vez empezamos a salir desde el principio. La vez anterior nos demoramos un poco y ni siquiera fuimos mucho a la playa, pero ahora vamos a tratar de aprovechar mejor el tiempo. Cuidándonos bien, claro”.
Sin embargo, ese aprovechamiento no es tan sencillo para todos y la respuesta está en las cartas y pizarras de los restaurantes. Platos fuertes por encima de los 300 pesos (CUP), pizzas sobre los 200, cervezas a 120 y 130, refrescos a 80, cafés a 50, postres también por encima de 100, son algunos de los precios a los que se enfrentan hoy los clientes, sobre todo los de los establecimientos particulares, y los hay también más elevados según lo sofisticado del plato o del lugar. Así, una comida familiar o de un grupo de amigos puede costar tanto como el salario mensual de un trabajador ―o más― y los reportes de los primeros “paletazos” se hicieron rápidamente virales tras la reapertura.
“Eso no hay bolsillo que lo aguante”, asevera Maikel, quien, no obstante, reconoce que es “complicado” porque “todo está caro” y “mantener hoy un restaurante, con los precios de la calle, tiene que ser bien difícil”. Él, que acaba de pagar más de 2.000 pesos en una pizzería de La Habana Vieja, tampoco pierde de vista que “hay muchas cosas perdidas y cuando se consiguen, están por las nubes”, por lo que tiene claro que, aunque sea bueno “salir a despejar” con su esposa y su niña, tiene ahora que dosificar mucho más que antes esas salidas por el bien de su economía.
Su punto de vista es confirmado por Carolina, quien trabaja como camarera y sabe de “la cantidad de cuentas” y los “inventos” que muchas veces tienen que los establecimientos privados para “salir adelante”. “Ahora mismo la gente ve los precios y se altera porque los compara con los de antes, de cuando estaba el CUC, pero ya ese tiempo pasó. Ahora los salarios son otros y muchas cosas solo aparecen en MLC. Y en la calle el MLC está a 70 y 75 pesos, no a 24 como el cambio oficial. Y comprando por ‘la izquierda’ es parecido, siempre ‘te multan’, así que los precios tienen que subir”.
Aun así, la joven agradece que haya vuelto el servicio a la mesa “porque ya necesitábamos empezar a trabajar y ganarnos nuestro dinerito”. Ese “dinerito”, explica, depende en buena medida de las propinas “y si no hay clientes no hay propinas”. Por eso confía en que, aunque por ahora muchos sitios se muestren mayormente vacíos buena parte del tiempo ―lo que hace que, al menos de momento, no sea preciso reservar con antelación―, “poco a poco” la gente vaya regresando “a consumir”. Y espera que si la pandemia se controla y termina la limitación de aforo y horario “las cosas puedan ser como antes, o, al menos, lo más parecidas posible”.
Camino al fin de año
Fuera de las novedades con los restaurantes, el malecón y las playas ―a las que algunos ya han empezado a asistir y muchos se preparan para asaltar este fin de semana―, la vida habanera mantiene sus habituales imágenes de los últimos meses, con largas colas, calles atestadas, ómnibus y autos que se mueven de un lado a otro, niños que juegan, vendedores ambulantes, y varios locales y servicios que van reabriendo de a poco. También conserva sus más recientes ritmos y dinámicas, algunas de ellas oficializadas ahora como parte de la desescalada.
Cristian, por ejemplo, celebra la reapertura de los gimnasios para volver a “quemar” con buenos equipos y con sus amigos, en lugar de seguir haciendo ejercicios solo en su casa, como se había mantenido en los últimos meses. Yeni, en cambio, prefiere esperar a que “la situación mejore un poco más”, porque, apunta, ve difícil que las pesas y los equipos se limpien y desinfecten siempre después que la use una persona, como ahora fue estipulado. Además, afirma, se acostumbró a correr y hacer ejercicios al aire libre, algo que le parece “más sano” y que ha venido haciendo junto a algunas amigas durante la pandemia, a pesar de que no estaba oficialmente permitido.
Aun con esta “normalización” en marcha, bien recibida o, al menos, asumida con naturalidad por la mayoría habaneros, algunos no esconden sus preocupaciones de cara al futuro más cercano.
“Lo de la escuela me preocupa un poco, no le voy a mentir”, comenta Miriam, madre de dos hijos que habían quedado en la casa “estudiando”, mientras ella y su esposo caminaban por el malecón. “Por muchas medidas que tomen los maestros, usted sabe cómo son los muchachos”, argumenta, aunque reconoce que “el que ya estén vacunados es una tranquilidad” y razona que “si las clases siguen demorándose (los niños) no van a aprender igual, porque por la televisión nunca va a ser lo mismo”.
Además, entiende, como opinan igualmente otros padres, que la escuela también debe ayudar “a controlar a los muchachos”, cosa que, asegura, se ha ido haciendo más difícil a la vez que se prolonga la pandemia. “Imagínese que yo tengo dos niños y con la hembra es más fácil, porque es más chiquita, pero con el varón la cosa es bien distinta. Yo trato de tenerlo lo más amarrado posible, pero las calles hace rato que están llenas de muchachos jugando, y así es muy difícil”.
A Yaima y a Martha también les preocupa la reapertura de las fronteras y el turismo, anunciada para mediados de noviembre. “El año pasado eso fue lo que hizo que todo volviera a complicarse, porque mucha gente no cumplió las medidas. Se pusieron a hacer fiestas y a visitar a los amigos, y los contagios enseguida empezaron a subir”, recuerda la segunda. “Ahora, se supone que los turistas van a entrar vacunados y que aquí ya prácticamente todo el mundo va a estar vacunado también. Se supone ―enfatiza―, pero hay gente que es una trampa: inventan certificados de vacunación y pruebas negativas de PCR. Y, además, está el riesgo de que entren nuevas variantes. Mira lo que pasó con la Delta y ahora anda otra por ahí que dicen que también es peligrosa y que disminuye la efectividad de las vacunas. ¿Se imagina que esa llegue también aquí después de todo lo que ya hemos pasado?”
Por eso, reitera, “hay que cuidarse mucho y ver cómo evoluciona todo esto”. “Y aprovechar mientras se pueda”, la complementa Yaima, que anuncia que en un rato piensan “caer por el malecón” a dar su primera caminata por la zona tras el comienzo de la desescalada y “ver cómo está el ambiente”. “Ojalá y todo siga mejorando y podamos tener un buen fin de año. Y que ya no haya vuelta atrás, porque esté país se lo merece. Qué cará, nosotros nos lo merecemos ―concluye―. Pero nunca se sabe lo que puede pasar mañana, ¿verdad?”