En una semana muy triste para Cuba, marcada por la tragedia del hotel Saratoga, el recuerdo de Amelia Goyri, “La Milagrosa”, ha vuelto a estar en la mente de muchos cubanos y, de seguro, lo está también este domingo, Día de las Madres.
Hasta su tumba, en el Cementerio de Colón, en La Habana, van cada día muchas personas, a realizarle peticiones, a buscar consuelo para sus penas, a agradecerle por los milagros que se le atribuyen. Así ha sido desde hace más de un siglo, cuando comenzó a crecer su leyenda, y así ha vuelto a ser por estos días, cuando se conmemoró otro aniversario de su muerte, ocurrida el 3 de mayo de 1901.
La trágica historia de Amelia Goyri es bien conocida y ha dado vida a un arraigado culto popular. Su fallecimiento y el de su hija en el momento del parto sumió a su esposo, su primo José Vicente, en un dolor tal que visitaba su panteón día tras día, con la esperanza de que su mujer despertara de su eterno letargo.
Él, sin proponérselo —y luego muy a su pesar—, dio inicio a la tradición que ha hecho del sepulcro de Amelia el más visitado del camposanto habanero, un sitio en el que no faltan las flores y los visitantes, y que la convirtió a ella en “La Milagrosa”.
Cuarenta años estuvo José Vicente visitando la tumba, hasta su propia muerte, colocándole flores, tocando una aldaba sobre el mármol del panteón, hablando con la difunta, pidiéndole consejo, para finalmente marcharse sin darle la espalda en señal de respeto.
Y mientras lo hacía, crecía a la par una legión de peregrinos y devotos, convencidos de que Amelia era capaz de obrar milagros y ayudar a todo el que lo se solicitase.
En particular, a “La Milagrosa” se le atribuye el poder de interceder por el buen resultado de embarazos y partos y, en general, por las madres y sus hijos, de quienes se considera su protectora, y no han faltado peticiones para que se le canonice.
Su leyenda se alimentó aun más por la creencia de que, al ser exhumado su cadáver, se halló su cuerpo intacto y con la niña en los brazos, en un gesto de protección maternal, en lugar de estar entre las piernas, como se dice fue colocada en el momento de ser enterradas siguiendo la tradición de la época.
Así, con su hija en brazos, la inmortalizó el escultor cubano José Vilalta Saavedra, amigo de José Vicente, quien la la retrató en mármol de Carrara, guiado por una foto de la fallecida, y apoyada en una cruz latina, como símbolo del sacrificio y en recordación de la fecha de la muerte de Amelia, el 3 de mayo, día de la Santa Cruz. La obra fue traída a Cuba desde Italia por el propio escultor en 1909 y desde entonces también inspira a los devotos.
Esta semana, tampoco faltaron visitantes a “La Milagrosa”. Hasta su tumba fue también nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez, quien nos propone sus imágenes como un tributo a su historia y a todas las madres cubanas.