Aunque su población representa el 19,2 por ciento del padrón nacional, en 2021 La Habana consumió casi una cuarta parte de la electricidad generada en Cuba; el 23,9 por ciento, para ser exactos. En otras palabras, cada habanero dispuso de un 30 por ciento de energía más que sus compatriotas del interior.
Tal desigualdad no se debió a la pandemia, tampoco a la concentración en territorio habanero de actividades económicas con alta demanda de energía. Santiago de Cuba, la segunda provincia más poblada y asiento de un importante tejido industrial, registró en 2021 un consumo per cápita de electricidad ligeramente superior a la mitad de la media capitalina.
Hasta ahora el gobierno cubano parece haberse guiado por una premisa que conjuga cautela política y utilitarismo económico a la hora de distribuir la energía: no afectar el servicio ni en La Habana ni en los polos turísticos. Durante los últimos cuatro meses de no declarada contingencia energética, en que la capital y enclaves como Varadero apenas sufrieron apagones, en comunidades “fronterizas” de Artemisa y Mayabeque, y de los municipios de Cárdenas y Matanzas, los cortes de energía tuvieron la misma intensidad que en el resto del país.
Respecto a La Habana, el Gobierno limita su estrategia a “promover el ahorro y la solidaridad”. Así lo dejó entrever, a mediados de junio, el comandante de la Revolución Ramiro Valdés, y lo ratificó un mes más tarde el presidente Miguel Díaz-Canel, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. Es una condición a la que debe atenerse cualquier propuesta de optimización del uso de la energía en Cuba.
Por otra parte, las circunstancias han llegado a un punto en el que resulta insostenible el optimismo que por meses alentó el discurso oficial. Incluso en el mejor escenario posible, las mejoras en la industria eléctrica solo comenzarían a hacerse sentir a partir del último trimestre de este año, reconoció en televisión el ministro de Energía y Minas, Liván Arronte. Fecha lejana para millones de cubanos; en particular, para los residentes en los municipios, quienes por meses han pasado a oscuras la mayoría de sus noches. Las protestas que recientemente se produjeron en distintas poblaciones son la evidencia más visible del malestar acumulado.
Buscando la energía que falta
Durante los feriados de julio el Gobierno puso en tensión su industria energética para reducir al mínimo los cortes de electricidad; de hecho, el martes 26 la emisión estelar del noticiero de televisión cerró con el titular de que a esa hora no había “apagones en Cuba por déficit de capacidad de generación”.
Detrás de la noticia con toda seguridad estaba un esfuerzo difícil de sostener en el tiempo. Pocas horas antes la Unión Eléctrica (UNE) había pronosticado que en esa jornada la afectación máxima superaría los 300 megawatts/ hora (mWh). Solo la significación política de la fecha, la activación de todos los emplazamientos de grupos electrógenos y otras medidas extremas explican cómo y por qué se alcanzó a cubrir la demanda.
Pero el estado de la industria eléctrica y la imposibilidad de explotar al máximo alternativas como la generación diésel, que compite con las ya deprimidas asignaciones de combustible para el transporte o la agricultura, perfila como inevitable el regreso de los apagones.
Al interior del país muchos han hecho las paces con esa realidad. Desde hace tiempo, los reclamos tienen que ver, más que con los apagones en sí, con la duración de los mismos y la falta de una programación que permita a las familias ajustar sus rutinas a los cortes de servicio. Los llamados del presidente Díaz-Canel, “a brindar información oportuna y veraz”, han caído en saco roto, mientras el nudo gordiano de los 400-500 mWh que faltan para cubrir la demanda se aventura difícil de deshacer.
Con tales antecedentes —y el aval de haber sufrido por meses cortes de energía de hasta doce horas diarias— este reportero especula que los apagones pudieran ser menos prolongados y continuos. Lograrlo, dependería de cumplir una programación estricta y mantener la generación en el rango de los 2 400-2 600 mWh, como hasta ahora.
No habría que tocar las “sagradas” asignaciones de La Habana y el sector turístico. Atendiendo a los picos de demanda, que en julio rondaron los 3.000 mWh, el consumo de la capital podría incluso crecer, hasta completar el 25 por ciento del balance nacional (750 mWh), en tanto para el turismo en el interior del país se reservarían 250 mWh.
Sería en los 2000 mWh restantes donde correspondería hacer economías. La propuesta es simple: dividir esa franja de consumo en cinco bloques menores, cada uno de 400 mWh. Para cuatro de ellos se programarían cortes de servicio de hasta ocho horas. Así, cada bloque dispondría de 24 horas continuas de electricidad luego de ocho horas de apagón. El quinto bloque quedaría en reserva, a disposición de los territorios, que podrían emplearlo para sostener sus circuitos priorizados o enfrentar una disminución inesperada del suministro eléctrico.
Bajo el esquema propuesto, uno de los bloques sufriría un máximo de seis afectaciones a la semana (48 horas en total) y los demás, cinco (40 horas); las interrupciones nocturnas y de los fines de semana se repartirían por igual. Por otra parte, si las capacidades de generación lo permitieran, no habría por qué cortar el servicio. En ese caso, la programación se convertiría en una referencia de cuándo pudiera ocurrir el apagón, una advertencia útil para las familias y los centros de trabajo.
No es la panacea, pero a todas luces cualquier planificación realista resulta mejor que el caos actual, en el que prácticamente todas las empresas eléctricas provinciales han sido blanco de críticas por la arbitrariedad de los apagones.
Aunque improbables, otras medidas cabrían también para enfrentar la crisis actual. Entre ellas, extender la programación de apagones a los consumidores habaneros (lo que permitiría rebajar los cortes a un máximo de seis horas, entre 10 y 12 horas menos a la semana para cada bloque). Tampoco resultaría descabellado redirigir hacia los mantenimientos de la industria eléctrica recursos en principio destinados a las inversiones turísticas (aunque al cierre del primer trimestre esa partida se había reducido diez puntos porcentuales con respecto a 2021, siguió representando más de un tercio de las inversiones totales realizadas en Cuba).
“Si a mí me dicen: ‘tienes que dar una asamblea donde eres diputado y expresar cómo estamos creciendo un 10 por ciento’, yo no sé. Porque el pensamiento de la población es otro. Es difícil con la cantidad de apagones que tenemos. ¿Cómo le vamos a hacer llegar al pueblo toda esta información cuando no sabemos quién está en apagón y quién no? Yo lo tuve anoche hasta las tres de la mañana. Y es constante el trabajo político ideológico que tenemos que hacer con la comunidad y con el pueblo y con la propia familia”, reflexionó ante la Asamblea Nacional Néstor Hernández Martínez, diputado por el municipio granmense de Jiguaní. En su perfil de YouTube, Cubadebate no incluyó en el resumen de las sesiones ese fragmento, que cuestionaba de manera directa al ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, y su optimista valoración del comportamiento del Producto Interno Bruto durante el primer trimestre de 2022. Las sesiones parlamentarias, por demás, solo se habían transmitido en vivo a través de Cubavisión Internacional y los canales de alta definición, a los que no tienen acceso la mayoría de los cubanos residentes en el centro y oriente de la Isla. Precisamente los más afectados por los cortes de energía.
Es vergonzoso que a estas alturas de juego, haya defensores a ultranza del fracaso de la política energética de la dictadura. Los apagones se resuelven muy fácil: que se vayan los dictadores. Punto.