El primer recuerdo que muchos tienen del profesor Fabio Fernández es de una emisión de la Mesa Redonda donde explicaba, desde su experiencia como docente de Historia de la Universidad de La Habana (UH), que estaba perdiéndose el “orgullo de ser cubano” en el contexto de la crisis profunda que vive el país.
Su análisis le trajo notoriedad, al atreverse a tocar un tema tan controversial. No solo recibió elogios, sino que suscitó además una especie de cruzada en las redes sociales. Desde entonces, las opiniones que difunde en Facebook suelen provocar debates.
Cerca de un año después de aquella intervención en la televisión nacional, conversó con OnCuba sobre el impacto de la crisis en el sentimiento nacional y en los consensos que han sostenido la sociedad cubana durante seis décadas.
Fabio Fernández (1988) es doctor en Ciencias Históricas y profesor titular de la UH, donde imparte la disciplina Historia de la Revolución Cubana, en la Facultad de Filosofía e Historia.
Usted explicó en televisión que “el orgullo de ser cubano no solamente se construye desde la alusión al pasado glorioso vivido sino además del presente y el futuro de éxitos y de prosperidad que podemos materializar”. En la crisis actual, concluía, “se ha perdido el orgullo se ser cubano”. ¿Mantiene esa afirmación? ¿Por qué?
En aquella ocasión dije que el patriotismo cubano estaba siendo impugnado. Es algo que nace básicamente de la situación de crisis que vivimos. Sostengo que esa realidad existe, que hay personas, segmentos de la ciudadanía, que van desconectándose un tanto de la idea y del proyecto Cuba.
Fernando Ortiz distinguía cubanidad de cubanía. La cubanidad son los signos, los rasgos, que nos dan singularidad. Pero la cubanía es una voluntad de pertenecer a ese proyecto que es Cuba. Hoy esta última está siendo lacerada por la crisis.
No quiere decir que mañana Cuba y lo que somos vaya a desaparecer. Para nada. Mi propia formación de historiador me lleva a alejarme de los alarmismos catastrofistas. Pero, sin duda, hay una lesión dentro del universo de la cubanía.
¿Cuáles son las causas?
La causa fundamental tiene que ver con la crisis. Somos una nación que lamentablemente no logra conformar un proyecto de prosperidad para sus ciudadanos, no consigue modelar un proyecto de país en el que todos sientan que pueden participar. Hay un escenario de precariedad material, de desesperanza. Es una crisis que va desde lo económico y lo social, pasa por lo político y termina dialogando con elementos de índole cultural, espiritual.
En momentos difíciles cruje el alma de las naciones y creo que el alma de la nuestra está crujiendo. De esos crujidos se producen nacimientos. Históricamente, esto ha generado el fermento para el cambio, la búsqueda, nuevas ideas para transformar la realidad. Creo que estamos en un momento así.
Por otro lado, no me gusta generalizar. No podemos decir que la sociedad cubana en pleno está viviendo este fenómeno, sino que se manifiesta en determinados segmentos. Quizá pueda verse en el universo más juvenil. No es bueno construir un discurso global en el que todo quede metido sin matices.
¿Qué podría evitar esta pérdida?
La solución fundamental pasa por construir un proyecto de país coherente, donde la gente se sienta bien, en el que las mayorías encuentren un camino para materializar su vida con tranquilidad espiritual. En cuanto seamos capaces de hacerlo con la solidez necesaria, sin duda veremos que estos fenómenos subjetivos tendrán un nivel de moderación.
No se trata de sacar una cuenta mecánica en la que prosperidad material es igual a solidez de proyecto país. Es más complejo. Pero esa prosperidad, que pasa por lo material, trasciende y llega a lo espiritual, será el camino para que la gente diga que este es su país y por él apuesta, que se queda y contribuye, que su proyecto individual se engarza con uno de transformación colectiva.
Es la clave para darle solidez a la cubanía que hoy está lesionada, pero sigue viva. Hay muchísimas personas que, desde un sentido tremendo de cubanidad y cubanía, echan adelante y defienden la construcción de una Cuba mejor.
Desde dentro y fuera de la isla…
Se puede ser más patriota desde Nueva York que desde San Miguel del Padrón. Aunque, por supuesto, lo geográfico incide y es fundamental.
La nación cubana ha trascendido desde hace mucho tiempo las fronteras de la isla; hay cubanos en todas partes, y no son cubanos solo por haber nacido aquí, sino por la voluntad de serlo, de pertenecer y de aportar.
Por tanto, un proyecto de nación exitoso en la Cuba de hoy debe contar fundamentalmente con los de adentro, pero también con los que están fuera y tienen voluntad de contribuir. Por supuesto, no es perfecto, no es armonía pura; hay contradicciones, diversidad.
Hay que saber gestionar la pluralidad, modelar un proyecto en el que quepamos todos. Ese espíritu de la unidad mayor es de lo mejor de la tradición patriótica cubana. No es una unidad ajena a los conflictos, sino que sepa solventarlos sin fracturarse.
¿En otros momentos de la historia nacional ha ocurrido este desprendimiento o deterioro del orgullo de ser cubano?
La erosión de la cubanía es un fenómeno que no resulta privativo de las circunstancias especialmente dramáticas que vivimos en los días que corren. Este proceso se ha manifestado en otros momentos del decurso patrio. Por ejemplo, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, cuando había un gran debate respecto a los caminos que debía asumir Cuba una vez que se habían roto los lazos con España como potencia colonial. En esta época uno puede rastrear el resurgimiento de posiciones de tipo anexionista que básicamente defendían la imposibilidad de un proyecto de nación soberana.
Hay que decir que, a nivel popular, el sentimiento proindependentista fue sin duda mayoritario, pero se vio esta lesión.
Crisis y consenso
Usted ha dicho que Cuba vive una crisis socioeconómica que alcanza progresivamente connotación política. ¿Por qué?
La crisis socioeconómica de Cuba es evidente, palpable. Los indicadores macroeconómicos lo demuestran; los niveles de precarización social, la crisis espiritual, también afecta a distintos segmentos de nuestra ciudadanía.
La crisis, que no es nueva, sino que tiene por lo menos treinta años, se ha entrecruzado con una erosión y fractura de los consensos políticos.
Hay a quienes les encantaría que se desencadenara una crisis política porque creen que, de ese universo de desestabilización, en ese río revuelto, pueden conseguir ganancia ciertos pescadores.
En los últimos años ha emergido un nuevo sujeto político: esa generación que no conoció el pasado prerrevolucionario y no puede compararlo con la Revolución. Tampoco vivió los años de gloria de la Revolución. A ellos les ha tocado su vida entera en crisis, y no construyen los consensos de la misma manera que las generaciones anteriores.
También ha habido un cambio de liderazgo en Cuba. Ha ido retirándose la generación que tenía una legitimidad histórica de cara a grandes sectores de la población.
Otra cuestión importante que lleva a que se erosionen y se fracturen los consensos es la gestión de la crisis. Es evidente que ha habido errores. Medidas que se han aplicado en el momento que no correspondía; otras que, quizá con la mejor intención, han sido contraproducentes en sus resultados prácticos; secuencias que no han sido las más indicadas. Ha habido un incumplimiento en buena medida de la ejecución del programa de reformas definido desde los Lineamientos del Sexto Congreso del PCC en 2011. Se han desaprovechado oportunidades.
A veces, parece que se hubieran descuidado soportes fundamentales en el consenso, que bajo ningún concepto pueden lesionarse y se han deteriorado quizá más de la cuenta, como la educación y la salud.
Antonio Romero: “En Cuba los dogmas se imponen a la racionalidad económica”
La crisis ha impactado también a sectores de población que sí vivieron épocas mejores, y tienen mayor compromiso con su propia historia… ¿Cree que esto modifique sus ideales?
El desgaste que se vive en Cuba se manifiesta claramente en los más jóvenes —esas generaciones de la crisis—, pero también en los que tienen más años y pueden sentir frustración porque apostostaron por el proyecto de la Revolución, trabajaron denodadamente en función de este y hoy les toca una jubilación que no alcanza para nada. ¿Cómo pueden sentirse?
En los años 90 se logró mantener la articulación del consenso sobre ideas como: “Yo era analfabeto y la Revolución me permitió aprender a leer y escribir; yo viví la curva ascendente de la Revolución, estoy con ella”.
Las generaciones que sostuvieron ese pacto entendieron que las dificultades que se vivían eran temporales, por un periodo relativamente corto; pero ese tiempo se ha convertido en treinta años, que corresponde a media vida.
Una persona que en el año 1994 o 1995 decía “esto está malo ahora, pero me quedo”, hoy quizá diga otra cosa. Incluso, puede que ya no vaya a cambiar su vida, pero a lo mejor no tiene cómo pedirle a un nieto que se quede en Cuba. Se cruza el desgaste de los viejos con el de los jóvenes.
No obstante, hay gente que sigue viviendo la realidad cubana con la voluntad de estar ajeno al desgaste y de seguir creyendo y entendiendo que las cosas son difíciles, pero pueden encontrarse los caminos.
Algunos consideran que las condiciones de pobreza incrementadas por la crisis son una ventana al capitalismo.
Hay quien asume la idea de la crisis política como el fin del socialismo en Cuba, a lo que le seguiría el “capitalismo maravilloso”. Soy anticapitalista. El capitalismo no me convence y el que le tocaría a Cuba, un país subdesarrollado, dependiente, no me llama la atención en lo más mínimo. Nada más que hay que mirar el escenario que nos rodea y ver países que, incluso con muchos más recursos que Cuba, viven situaciones complicadas.
Sin embargo, el socialismo cubano ha tenido muchos rostros. Hoy tenemos uno que no es bonito, que tiene que ver con la precarización de la vida. Incluso, hay quien habla, con un tono un tanto despectivo, de una relativa “latinoamericanización de Cuba”, de que determinados rasgos con los que la Revolución logró romper bastante, casi extirparlos, han vuelto a emerger.
Ha sucedido como resultado de muchas cosas. Una de ellas es que los EE. UU. nos hacen una guerra económica que nos pone contra las tablas; otra es que tenemos un modelo económico que no logra encontrar caminos para la prosperidad; otra tiene que ver con contingencias globales que también nos han puesto en jaque; y la última con el debilitamiento de ciertas políticas sociales.
Actualmente, tenemos fenómenos que durante mucho tiempo no existieron o, al menos, no alcanzaban el grado de visibilidad de hoy. Y son lacerantes, duelen muchísimo.
Hemos retrocedido en indicadores que eran éxitos tremendos. Por ejemplo, Cuba tuvo unos índices de mortalidad infantil que eran extraordinariamente buenos. Siguen siendo buenos dentro del contexto del Tercer Mundo; pero son peores que los que tuvimos y para nosotros significa un retroceso.
Influyen en esto muchas cosas. Es verdad que la crisis global que incide sobre Cuba, el impacto de la pandemia, nuestra economía que no se recupera, las reformas que no han salido bien, el bloqueo de Estados Unidos… Todo eso es un cóctel que golpea los indicadores sociales, y que los pone bajo una presión extraordinaria. Pero si, al mismo tiempo, no siempre las políticas logran sostener una voluntad de “esto no se puede deteriorar”… ahí se genera otra contribución negativa.
Está el ejemplo de los años 90, en un contexto con tantos problemas, el ejercicio de la voluntad y la colocación de los recursos en los lugares esenciales garantizó que la mortalidad infantil disminuyera.
¿Qué ha cambiado?
Hay variables relacionadas con la gestión de la crisis.
Una cuestión es la búsqueda de soluciones colectivas. En el Período Especial estuvieron los Parlamentos Obreros, discusiones que abrieron el camino para que se adoptaran transformaciones que habían ido construyéndose con consenso ciudadano.
Hoy nos falta diálogo y pedagogía política desde el ejercicio del liderazgo. Y falta quizá la clara definición de a dónde va el recurso y por qué no puede ir a otro lugar que no sea ese.
Los economistas han hablado de la estructura de las inversiones en Cuba. Es un punto de debate si se invierte demasiado en el turismo y menos en salud pública, educación y agricultura.
Hay quien defiende esa estructura de inversión y dice que tiene racionalidad económica. Hay otros que piensan, yo incluido, que no necesariamente es la más coherente con la situación del país.
Igualdad vs. igualitarismo
¿Políticas sociales que pretendían tratar a todos como iguales, paradójicamente, terminaron sin resolver la desigualdad?
La igualdad se pervierte en muchas oportunidades y, en el caso de Cuba, ocurrió a través del igualitarismo. No se entendía que la igualdad es cierta cuando va acompañada de equidad, reconociendo que los puntos de partida son distintos y que no todo el mundo necesita lo mismo.
Probablemente hubo gente a la que se le dio de más y hubo gente a la que terminamos debiéndole. El sueño de igualdad con ciertos incumplimientos en los primeros treinta años de la Revolución se arrastró hacia la crisis de los 90, que dura hasta el día de hoy.
En este contexto se mezclaron dos cosas. Por un lado, la objetiva precarización de las condiciones de vida y la inserción de la lógica de mercado. Porque esta última sí tiene un rol en la reactivación de la economía, pero trae implícitamente la desigualdad.
El mercado capitalista con el que hubo que empezar a dialogar y al que hubo que asumir desde la década de 1990 genera desigualdad. Porque en la pizzería no es lo mismo ser el dueño que el empleado.
¿Qué representa para el sistema cubano la participación de los nuevos empresarios privados?
Dentro de una estructura de propiedad capitalista lo que se reproduce es el capitalismo. Y las asimetrías propias del sistema.
Ahora, el gran reto es lograr que esa lógica, que objetivamente dinamiza la economía, pueda subordinarse a los planes de la transición socialista.
Es una gran pregunta. Pero es evidente que el modelo estatista, centralizado, no ha logrado funcionar en el terreno de sus tareas económicas, ni desde la percepción que tiene la gente sobre su realidad, del real empoderamiento sobre los medios de producción, de la participación en definir la vida social.
Ahora, ¿se puede lograr?, ¿funciona o no? Ahí están varios ejemplos que intentan validarlo. Están los chinos, los vietnamitas. En ambos casos, saben que viven mejor que sus padres y que sus abuelos. Confían en que vivirán mejor mañana y en que sus hijos vivirán mejor que ellos. Ahí hay un éxito, que se expresa en percepción de la ciudadanía, en condiciones de vida y en indicadores macroeconómicos.
Volviendo a Cuba, en una sociedad en la que se dice menos “compañero” y más “señor”, implica la reestructuración de viejas jerarquías en su momento impugnadas.
Pero esto no solo se debe a la irrupción de los privados en la vida socioeconómica…
A veces aparecen políticas que tienen un tonito así de ajuste duro que cae sobre la gente. Eso no es muy socialista. Hay políticas que se toman desde una lógica vertical, de ordeno y mando, donde no hay debate con la gente. Eso tampoco es muy socialista.
Unanimidad vs. diversidad
En una de sus publicaciones recientes en redes sociales usted afirmaba que el Parlamento no está debatiendo las mismas preocupaciones que sus electores…
La última sesión de la Asamblea ha sido polémica, sobre todo, por lo que mencionas. Al menos en los círculos que me muevo existía una demanda de que los diputados fueran portadores más vehementes de la voz del pueblo que vive una situación difícil.
Hay que decir que la Asamblea ha mejorado. Las sesiones de hoy son mejores que las de hace diez años. Pero falta mucho. Se nota cuando se vive en momentos álgidos, complejos, como los de ahora.
La voz de la gente tiene que estar más presente. El parlamento no puede ser una caja de resonancia de las decisiones gubernamentales. Tiene que haber un escenario de discusión más fuerte.
He hablado con parlamentarios y conozco que en las comisiones a veces hay mucha más discusión, pero, lamentablemente, la percepción que tengo como televidente deja que desear.
La unanimidad militante lastra la credibilidad de la Asamblea frente a la ciudadanía. Parlamento significa opiniones distintas, diversidad, pluralidad, discusión que permita la creación de ideas novedosas que mejoren lo que existe. Y en eso hay una deuda.
Desde su condición de académico, ¿cómo describiría la historia reciente del país?
Para mí, la palabra clave para definirnos es crisis. La crisis es la agudización del universo de contradicciones que se materializa en determinada realidad. Hoy estamos viviendo eso.
Somos un país en crisis, un país dolido y que duele.
A mí me duele la Cuba contemporánea. Me duele saber que Menganito se va y que Esperancejo se fue. Me duele sentir que hay políticas que no logran enrumbarse por el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente.
Me duele ver a mucha gente ajena a la esperanza y ver frustrado a quien puso la vida en esto. Y me duele ver cómo muchas personas no se representan en otra Cuba que no sea una de restauración del capitalismo, desde una imagen idílica.
Pero no quiero renunciar a la esperanza, ni a la posibilidad de hacer vida en Cuba, de hacer futuro aquí. Me anclo a mis afectos esenciales por esta tierra. Sigo pensándola críticamente e intentando contribuir un poquito con mi labor profesional.
No sería mejor comenzar haciendo lo primero. Sustituir a todo aquel que frene o entorpezca que se pueda desarrollar un proyecto de país con la participación de todos los cubanos. Es la solución que veo desde mi punto de vista.