Lachy y Adiel se casaron el 13 de octubre de 2022. Soñaron con la idea desde 2018. Lucharon, desde su activismo en el movimiento LGBTIQ+, y desde su comprensión de la fe, para que el amor fuera Ley. Su casamiento, sencillo y expedito, está lleno de significados; entre ellos, el goce que producen las batallas ganadas.
Desde la ratificación del Código de las Familias, mediante voto popular, se han realizado más de cuatrocientos actos de matrimonio entre personas del mismo sexo, en las que prevalecen uniones entre hombres.
El matrimonio, como toda institución, tiene una carga política. En este caso lo es de manera más evidente, profunda y determinante. Al menos por el momento, haya conciencia o no de ello, el matrimonio entre personas del mismo sexo en Cuba es, además de la celebración de los afectos, de un pacto legal, de un evento social, un hecho político, una sentencia a favor de otro orden de justicia, más inclusivo, dignificante y liberador.
Como hecho interesante, y solo lo anoto sin más pretensión de análisis, al mirar las imágenes públicas de esos eventos, saltan a la vista la diversidad de modelos y potenciales tipos de relaciones que hay detrás. Hacer preguntas a las fotos es un ejercicio apasionante.
En un intento de adentrarnos en el proceso y sus significados, dialogo con una pareja de hombres que decidieron casarse, acogidos a los beneficios de la ley. Hombres que realizaron un fuerte activismo previo y que saben que la lucha por la igualdad no terminó con la aprobación del Código de las Familias. Hombres que, además, ven en este acto su relación con Dios y su convicción en la defensa de Derechos Humanos.
¿Qué aprendizajes ha dejado esa lucha?
Adiel: La lucha por los derechos contenidos en el Código de las Familias que favorecen a la comunidad LGBTIQ+ no comenzó en 2019, cuando se anunció que tendrían lugar la consulta popular y el referéndum después de aprobada la Constitución. Es de mucho antes, de manera consecuente y sostenida por lo menos desde 2012, cuando empezó a demandarse públicamente el matrimonio igualitario como un derecho.
Debe reconocerse que ese Código es fruto en buena medida de más de diez años de lucha y de presión por parte del activismo LGBTIQ+ cubano, y también del feminista, lo cual deja como primer aprendizaje que la sociedad civil cubana, cuando se organiza y lucha coherentemente por un objetivo común puede lograr grandes resultados.
La influencia sobre decisores políticos determinó positivamente, así como el trabajo combinado del activismo con la academia. Otro aprendizaje fue para nosotrxs mismxs como comunidad LGBTIQ+. Si bien muchas personas cuestionan la existencia de tal comunidad, o de un “movimiento LGBTIQ+ cubano”, lo cierto es que partiendo fundamentalmente de 2008 cuando comenzaron las Jornadas Cubanas contra la Homofobia y Transfobia, y luego después de mayo de 2019 cuando aconteció un despegue mayor del activismo independiente que ya existía, hemos vivido un proceso ascendente de construcción de comunidad y de movimiento LGBTIQ+ en Cuba, cuya fortaleza y potencial se vieron desplegadas con fuerza durante la reforma del Código.
El aprendizaje en este sentido es que hemos logrado alcanzar una madurez como colectivo en Cuba, aunque a veces no lo reconozcamos del todo.
Lachy: Por mi parte, aprendí que toda lucha conlleva tiempo, talento, economía, esfuerzos, entrega, valentía. Son muchas las personas que lo apostaron todo. Aprendí que tenemos que empoderarnos e ir más allá de los miedos y las amenazas. Y, sobre todo, aprendí a admirar y amar mucho más a mi esposo por sus luces, su pasión por la justicia y el tiempo que le dedicó a la lucha. Sé que fueron muchos más quienes estuvieron en ello, pero él me toca más de cerca porque lo vi en su día a día.
Aprendí también que la verdad lo puede todo. Que los derechos humanos están ahí para defenderlos.
¿Qué sentieron en el minuto en que la aprobación del Código era un hecho irreversible?
L: En la espera del resultado me decía: Cuando lo den, voy a gritar y correr. Pero cuando llegó el momento, que fue dilatado, quedé sin expresión. Ni lloré, ni reí, ni corrí. La emoción paralizó mi ser. Después sí: pude reír y llorar.
A: El día 25 de septiembre fue uno de los más emocionantes de mi vida. Ese domingo desde el activismo estuvimos monitoreando todo el proceso de votación; pendientes de cada noticia que salía, de cada post en redes sociales.
Cuando comenzó el conteo fue la parte más emocionante. Muchxs nos fuimos a los colegios a atestiguar el proceso con los votos y enseguida corríamos a dar el parte de cada colegio por las diferentes redes. Mucha gente se movilizó. Fue emocionante recibir cada noticia confirmando que el SÍ era mayoritario en cada colegio.
Ese día mi esposo y yo estuvimos hasta bien tarde en la noche esperando el parte final del Consejo Electoral Nacional. Nos fuimos a dormir sin saber aún el resultado. Sobre las ocho de la mañana, Lisney, una amiga activista, me llama: “¿Qué haces durmiendo? ¿Ya supiste?” ¡GANAMOS! Y yo estaba tan dormido que ni reaccionar pude.
Desperté a Lachy y encendimos el televisor. ¡Ahí estaba la noticia!; 66 % a favor. Procesamos por un rato la información, y luego, como dice Lachy, lloramos, reímos, nos abrazamos, y brindamos con toda la familia con una cidra que habíamos guardado para la ocasión.
¿Por qué decidieron casarse?
A: Casarnos era el paso natural a continuación de la aprobación del Código de las Familias. No porque fuera una obligación, sino porque era un sueño largamente postergado. Teníamos ese plan desde 2018, y no lo pudimos concretar entonces. Siempre dijimos que nuestro casamiento iba a ser legal o no sería. Y así fue.
Por otro lado, yo estaba en planes de residir en Brasil por un tiempo. Sabíamos que casarnos nos ayudaría a facilitar el proceso para que Lachy fuera conmigo. En Brasil también es legal el matrimonio igualitario.
Entonces, nada, por esas razones decidimos el 13 de octubre casarnos. Aunque aún quedan pendientes la ceremonia con la familia y los amigos, que pensamos hacerla en Varadero, y con la bendición por la Iglesia, que será oficiada por un/a sacerdote episcopal y un/a pastor bautista, que son nuestras respectivas denominaciones cristianas.
L: Sí, nos casamos porque era uno de nuestros sueños. Y porque además es nuestro derecho hacerlo.
¿Cómo fue el proceso del casamiento?
A: Fue bastante expedito. Yo fui quien le propuso a Lachy no dilatar el asunto, y le sugerí casarnos en Bolondrón. La razón: allá se hace menos cola para contraer matrimonio. Y porque además es el pueblo donde nos conocimos. También tenía esa carga simbólica.
Entonces, Lachy fue al Registro de Bolondrón, habló con la registradora, fijó la fecha y listo. Fue muy fácil. No hubo obstáculo alguno.
Ese día solo estuvieron presentes los padres de Lachy, mi mamá y mi hermano, y las dos testigos, además de la amiga que tiró las fotos. Ah, y la prensa que estaba pendiente del “acontecimiento”. Fue muy simple pero muy emotivo.
L: Nuestro proceso, como dije, era un anhelo gestado por años, deseado, visualizado en nuestros sueños. Teniendo la aprobación del Código de las Familias, abrazamos la oportunidad y nos hicimos esposos.
¿Qué significa ser activista en favor de la diversidad y estar formalmente casado ante la ley?
A: El activismo es parte de mi esencia como persona. No creo que pudiera ser otra cosa. Me da sentido de vivir y me estimula. Del mismo modo, el activismo hace que me crezca ante las dificultades, porque realizarlo supone un enorme reto, sobre todo en Cuba donde cualquier forma de activismo fuera de lo institucional como el que realizo es visto con recelo y prejuicio por parte de las autoridades gubernamentales. Muchas veces se es víctima de hostigamiento y trabas. Todo eso es desafiante para mí, y me gusta.
Por otro lado, hacer activismo sí hace la diferencia en la sociedad, la hace avanzar y crecer, además de marcar una gran diferencia en las vidas de las personas que son beneficiadas con esos progresos. Ver eso me hace sentir tan satisfecho que me repito siempre: sí vale la pena tanto sacrificio. Ese sentimiento lo experimenté con el Código de las Familias. Y ver como uno de los frutos fue que finalmente nos pudiéramos casar, pues añadió aún más alegría al proceso.
L: Aunque mi aporte al activismo sea pequeño, me siento parte de una gran familia que lucha junta por nuestros derechos humanos. Juntos comulgamos en el deseo de alcanzar una sociedad cubana más justa e inclusiva, y sabemos que aún tenemos mucho más por lograr. El activismo no descansa nunca.
El proceso con el Código de las Familias nos demostró que unidxs podemos trabajar y ver los resultados. Y el estar casados ahora nos da los mismos derechos que ya gozaban antes las parejas heterosexuales como privilegio.
Cada vez más vamos naturalizando como sociedad el amor sin distinciones, y cumplimos todos los mismos deberes disfrutando a la vez de los mismos derechos.