De Gran Canaria, en España, emigraron a Cuba ganaderos que llevaron a cuestas sus saberes y experiencia. Eran hombres forjados en el duro bregar en la zona norte, montañosa, acariciada por los vientos alisios.
Imagino el deslumbramiento que sintieron ante las lluvias abundantes y las nuevas razas de vacas que pastoreaban en los llanos eternamente verdes de la isla que los acogió del otro lado del Atlántico. Imagino, también, la nostalgia que sentían aquellos hombres naturales de Gáldar, Santa María de Guía y Moya al recordar a sus cabras, inseparables en tiempos de subsistencia. Casi todo era nuevo para ellos y se abría un mundo de oportunidades que aprovecharían al máximo hasta crear un emporio en la producción y comercialización de leche y sus derivados en La Habana.
Observo viejas postales y fotos de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Están salvados del olvido vendedores ambulantes de leche por las calles de poblados y ciudades. A veces llevan cantinas con el alimento, trasladadas en el lomo de caballos o en carretones. En otras aparecen con vacas, chivas y burras, frente a viviendas de los clientes. Allí mismo, ordeñan y expiden el producto. Es una entrega a domicilio.
Así se iniciaron algunos de aquellos canarios emprendedores a quienes el sol nunca sorprendía en la cama. Fueron fundando pequeños negocios que tenían como base vaquerías en la periferia de La Habana. Y evolucionarían con el aprendizaje de técnicas productivas y comerciales.
El modo de acopio y distribución de la leche hasta la década de 1920 no tuvo cambios notables. Los consumidores se quejaban frecuentemente por la calidad del producto. Para cambiar tal situación, considerada un problema nacional, fue desarrollado en abril de 1927, en la Academia de Ciencias en La Habana, el Primer Congreso Industrial de la Leche y Productos Derivados, convocado por la Secretaría de Sanidad, donde participaron 350 delegados, en representación de industriales y de más de 14 mil vaqueros. Uno de los asistentes, el médico César Muxó, describía:
“El ordeño de las vacas se realiza en lugares inadecuados e insalubres y por personal reñido en general con la higiene, tanto para sí como para los animales y la leche. Las vasijas donde se deposita el producto del ordeño no sólo no se esterilizan, sino que casi siempre se limpian imperfectamente. La leche así ordeñada y envasada, es conducida a los centros de consumo, a los que llega muchas veces después de doce horas de realizado el ordeño sin someterla a ningún género de refrigeración, tan indispensable aún en los climas fríos, y sufriendo en Cuba una temperatura de 30 grados centígrados durante casi todo el año, altamente favorable para la multiplicación de las bacterias que siempre contiene la leche, aún la obtenida u ordeñada en las mejores condiciones”.
Este evento impulsó un reglamento para la comercialización del preciado alimento, aprobado por el Congreso de la República y publicado el 20 de febrero de 1929, en la Gaceta Oficial.
Aplicar el método de pasteurización en modernas plantas, creado por el francés Louis Pasteur en el siglo XIX, sería la mejor solución para extender la vida útil de la leche y disminuir los riesgos para la salud. En ese contexto nació el 29 de mayo 1929 la Compañía Lechera de Cuba S.A., la mayor de su tipo en el país y que tendría, además, “la mejor planta de pasteurizar leche de América Latina”, según afirmaba la edición especial del Diario de la Marina de 1932.
Antonio Ortega Jiménez, Presidente de El Palacio de la Leche, Pedro Interián Rizo, Administrador General de la Compañía Abastecedora de Leche de La Habana y el Dr. Isaac Álvarez del Real, abogado de las dos empresas, crearon la entidad. Unieron capitales para poder asumir los elevados costos y también incluyeron a socios en calidad de accionistas: la Compañía tenía veinte mil acciones, de a cien pesos cada una. Además de los dos negocios que mencioné, la nueva empresa adsorbió los emprendimientos de José Suárez, Modesto Suárez, Pedro Cárdenas y Compañía, Casimiro Navarro y Juan Bautista Rodríguez, entre otros que formaban, en conjunto, “el núcleo más fuerte de comerciantes de leche de vaca de la capital de la República”, casi todos de origen español.
Marcharon entonces a Estados Unidos los dos directivos principales para estudiar el proceso industrial y contrataron especialistas que asesorarían la implementación del novedoso sistema que transformaría radicalmente al tradicional.
Varios obstáculos debieron vencer: no se había organizado en los distritos rurales la producción de la leche que sería pasteurizada, era difícil colectar el producto acopiado por más de dos mil pequeñas vaquerías para garantizar el volumen de sesenta mil litros diarios de calidad; además existía el hábito muy arraigado en la población de no tomar leche hervida, desconocimiento público para identificar la leche buena de la mala y los “gastos de la pasteurización y una empresa de esta naturaleza, en extremo excesiva, en relación con el comerciante individual de la leche cruda que en su condición de productor, forzosamente podía vender mucho más barato, no teniendo por dicha condición que tributar por concepto alguno al fisco”, rememoraba el Diario de la Marina.
Ellos no eran los únicos que apostaban por el negocio de los lácteos en gran escala. En 1929, en Camagüey, se creó la fábrica “Guarina” y al año siguiente el presidente de la República, Gerardo Machado, inauguraba en la ciudad de Bayamo la primera fábrica de leche condensada del país, perteneciente a la Compañía Nacional de Alimentación, filial de la Nestlé, de origen anglo-suizo. En esa fecha, Cuba gastaba, aproximadamente, 7 millones de pesos en importaciones de leche condensada, quesos y mantequillas.
A pesar de la crisis económica que azotó al país y al mundo en 1929, progresó la Compañía Lechera de Cuba S.A; en 1932 poseía 10 mil metros cuadrados de terreno, en Concha y Cristina, un edificio de tres pisos que construyó para la planta de pasteurización, una fábrica de hielo, almacenes, equipos de refrigeración y talleres. Las propiedades, junto con las maquinarias instaladas, estaban valoradas en más de un millón doscientos mil pesos.
Además de leche pasteurizada (tenía capacidad para 200 mil litros diarios), fabricaba helados, hielo, queso, mantequilla, leche acidófila y leche búlgara, entre otros productos.
La industria ingresaba al fisco anualmente más de sesenta mil pesos, empleaba a más de 400 trabajadores y compraba leche a más de mil vaquerías, de diferentes lugares de La Habana.
Una vez satisfecha la demanda del mercado habanero, comenzó a expandirse hacia Matanzas y Pinar del Río. En el año citado disponía de 37 estaciones de recibo y refrigeración de leche. Para velar por la calidad productiva, el Dr. José Agustín Simpson desempeñaba el cargo de director técnico. En 1947, la empresa arrendó sus propiedades y marca comercial a la Operadora de Productos Lácteos S.A.
De acuerdo con la edición extraordinaria del Diario de la Marina, publicada en 1957, el valor total de lo invertido por la Compañía en sus propiedades ascendía a más de 4 millones de pesos.
“Su aportación a la economía está representada por cifras considerables como son, entre otras, la de más de 3. 500 mil (pesos) que abona anualmente a sus proveedores vaqueros por la leche de vaca que los mismos le entregan; la de 1 300 mil (pesos) a que, aproximadamente, asciende el importe total de los sueldos y salarios que abona esa entidad y la de 301 842 (pesos) con que la misma contribuye, también, anualmente, al Estado Cubano mediante el pago de impuestos y contribuciones de todas clases”.
En otros segmentos del mercado alcanzó éxitos con sus marcas de leche condensada y evaporada “Diana” y de helado “Hatuey”. La “Lechera de Cuba” había logrado, en medio de un contexto muy competitivo, el sostenimiento de una industria moderna y genuinamente nacional.
Fuentes consultadas:
Pablo Ojeda Déniz y otros: “Empresarios canarios en Latinoamérica. El caso de Cuba”. Disponible aquí.
Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba. 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014.
Guillermo Jiménez Soler: Los propietarios de Cuba. 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
El Fígaro
Diario de la Marina
Tu trabajo brillante como siempre nos tienes acostumbrados. Una variedad de bibliografía y contenido de historia q ya gracias a ti no morirá en esos libros y revistas. Se te admira mucho.
Interesantísimo.Sobre todo no quebró el negocio con la crisis del 29, creo pq era un negocio de flujo de $ .Esas acciones nunca se inflan.No es lo mismo matadero q granja.Las ganancias son exponenciales.Si debian sencillamente habria breakeven.
Excelente. Muy atendible por su vigencia. Felicitaciones al autor por la utilidad de sus artículos.
Muchas gracias. Saludos fraternales para todos.
Muy importante la información de la creacion de la industria láctea en Cuba.
Está fue mi primer trabajo en el año 1973.
Tomemos los ejemplos que correspondan para aplicarlos hoy acordé a nuestras necesidades y el desarroyo.
Muy interesante. Saludos a todos
Muy interesante artículo. Es una pena que en la actualidad no explotemos nuestros campos y podamos producir más leche, con todos sus derivados. Gracias por investigar y escribir.