Sobre las rocas, al amanecer, todavía pescaban tres hombres. Pasaron la noche encima del farallón, con poca suerte el mar estaba “picado”. Los enjambres de mosquitos y jejenes buscaban sedientos nuestra piel y unos puercos jíbaros corrieron asustados al sentir la algarabía de mis alumnos cuando bajaban del camión Hino.
Detrás de los pescadores se divisaba la imponente edificación. Era una de las pocas obras construidas en Cayo Paredón Grande, islote de 8,7 km2, perteneciente al archipiélago Jardines del Rey, ubicado en la zona norte de la provincia de Ciego de Ávila.
En aquel tiempo, a inicios de la década de 1990, aún el turismo no había “saltado” desde Cayo Coco, con su fuerza transformadora sobre las playas Los Lirios, Norte y Los Pinos. Decían que en el monte habitaban venados, aunque yo no puedo asegurarlo. Pero sí nos cruzamos con vacas y perros.
Expliqué a los estudiantes la importancia para la navegación del centinela luminoso, denominado Diego Velázquez, en homenaje al conquistador y primer Gobernador de Cuba, quien bautizó al archipiélago, entre 1513 y 1514, en tributo al Rey Fernando El Católico.
Les conté también que por las aguas próximas se trasladaron, en diferentes épocas, el Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway o los presidentes Fulgencio Batista y Fidel Castro, quien en la década de 1980, con el objetivo de desarrollar el turismo en los cayos, ordenó construir un pedraplén por el mar desde Turiguanó.
No se disponía de mucha información histórica el día de mi primera visita. Luego, los investigadores Juan Carlos Espinosa, Avilio Morales Fuentes, Larry Morales y Héctor Izquierdo Acuña dieron a conocer el devenir del archipiélago, acerca del cual al narrador Ibrahim Doblado del Rosario le gustaba imaginar tramas y personajes para sus cuentos y noveletas.
El proyecto
En un estudio realizado en 1843, por indicaciones del comandante del Apostadero de La Habana, fue propuesto instalar varios faros por toda Cuba. Los lugares seleccionados estaban en la bahía de La Habana, Cayo Paredón Grande, Punta Maternillos, Cabo San Antonio y los puertos de Sagua la Grande y Santiago de Cuba.
Cinco años más tarde, Agustín Valdés y Aróstegui (1793-1875), segundo Conde de San Esteban de Cañongo, presentó al Real Consulado y Junta de Fomento una moción para erigir un faro en cayo Paredón Grande y otro en Cruz del Padre. En 1849 aprobaron el plan, pero hasta 1854 hubo que esperar para comenzar la edificación, después de ser llevada a subasta pública. El teniente coronel de ingenieros Juan Campusano había realizado el proyecto.
La demora, a juicio de Héctor Izquierdo, se debió a que “la propuesta era la sillería y no el hierro que al final, y luego de un proceso de fundamentación y análisis de la conveniencias del uso de este soporte sobre la sillería, fue el aprobado”.
En el expediente, consultado por Izquierdo, la comisión estatal argumentaba: “(…) la facilidad con que hoy se funden grandes piezas de hierro conduce a disminuir a tal modo el número de las que forman la torre que son muy pocas las juntas o uniones y estas pueden fortalecerse cuanto se quiera así como dar a cada pieza la forma más conveniente para llenar las condiciones de resistencia que requieran por su posición o circunstancias, de todo lo cual resulta una consistencia tan sólida como cuanto es posible apetecer. La fundición se hace pronto, la forma, bulto y peso de las piezas de hierro hacen mucho más fáciles y rápidos su transporte y colocación que los de la torre de piedra y la construcción de consiguiente mucho más breve”.
Con la decisión, además, ahorraron dinero porque disminuyó el costo de mantener fuerza de trabajo por tiempo prolongado en un lugar distante y deshabitado, al que a duras penas se podía arribar en lanchas.
La construcción
En octubre de 1854 comenzó el proceso constructivo, donde trabajaron 18 esclavos, entre ellos, Luis Lucumí, Aquilino Carabalí, Antonio Gangá, Simón Congo, Victoriano Gangá…, ocho albañiles, un aparejador, dos carpinteros, un patrón de lancha y cuatro marineros.
El trabajo se las traía. Levantaron pontones, muelles y barracas, extrajeron y labraron piedras donde sería la base, además de un baño de descarga natural, hecho en el arrecife, con una zanja que todavía se utiliza, entre otras actividades.
El faro se construyó en París, Francia, en los talleres de L. Santander y Compañía. El aparato lumínico lo trasladaron desde La Habana en el bergantín Dos Amigos. Una vez en tierra se unió la base por 11 barras de hierro. Armando de Velasco, capitán de ingenieros, dirigió las labores de instalación, concluidas en 1859.
Ya en la etapa final sucedió un hecho peligroso: naufragó el navío que traía, entre otros materiales, los equipos del servicio de alumbrado. El fuerte oleaje característico de esa zona lanzó a la embarcación contra los arrecifes. Para rescatar la preciada carga los esclavos trabajaron a riesgo de sus vidas. A Paulino Lucumí, lo premiaron con 8.50 pesos españoles por él éxito de su labor. No se aclara en los documentos de la época si el emancipado Simón Congo falleció durante esta acción o con anterioridad.
Superado este incidente, el 1ro. de noviembre de 1859, a las 22 horas, Ángel Tabada encendía por primera vez las luces del Faro Diego Velázquez. La iluminación ha ido evolucionando, primero se utilizó aceite, posteriormente petróleo y en la actualidad corriente eléctrica.
Hoy quienes navegan por las aguas del Canal Viejo de Bahamas tienen en este centinela luminoso un guía seguro. Sus destellos pueden verse hasta unos 30 kilómetros de distancia.
Con sus 48 metros de altura esta obra, la primera de ingeniería en la provincia de Ciego de Ávila, forma parte del Patrimonio y se yergue sobre su historia centenaria, sobreviviente a la fuerza destructora del tiempo y los huracanes.
Fuentes:
Héctor Izquierdo Acuña: “Faro Diego Velázquez: antecedente de la arquitectura moderna en el territorio avileño”, trabajo mecanografiado, inédito.
Segundo Leiva Casay: “Algunas consideraciones sobre la historia naval de la costa norte de Morón”, trabajo mecanografiado, inédito, 1999.
Juan Carlos Espinosa Trujillo y Avilio Morales Fuentes: El Cayo de los mil destellos, Colección Cayo Coco, Ciego de Ávila, 1993.
Diario de la Marina
Interesante como toda investigación q nos compartes. Gracias!
Muchísimas gracias por tanta y tan estupenda información. Me encanta “coleccionar” faros por todo el mundo (por todo el mundo al que viajo)… Hasta ahora, de Cuba, he podido atesorar el de La Habana, el de Cienfuegos, el de Santiago de Cuba, también el faro de Punta Maya de Matanzas. Estaré en Cayo Guillermo y tengo dispuesto acercarme a Cayo Paredón para disfrutar y fotografiar el faro… Me gustaría saber si es posible acceder al interior del faro o, incluso si se puede subir hasta la linterna.
También me acercaré a fotografiar el faro de Cayo Jutías, si tiene alguna información sobre él que pueda serme de utilidad estaría encantada de que me la proporcionara.
Muchas gracias….