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El corresponsal en La Habana del diario madrileño El Imparcial llegó agotado a Artemisa, donde radicaba la Comandancia General de la Trocha de Mariel a Majana, sistema de fortificaciones que conectaba estos dos poblados, extremos de aquella.
La línea militar tenía una longitud de 32 kilómetros y costó más de 200 mil pesos edificarla con el fin de mantener aislado en Pinar del Río al Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales y sus tropas.
Valeriano Weyler Nicolau, Capitán General del gobierno español en Cuba, daba relevancia al enclave, que cerraba el paso entre las provincias de La Habana y Pinar del Río, dentro de su estrategia para pacificar la colonia rebelde.
Maceo había logrado, al frente de una columna invasora, recorrer la isla entre el 22 de octubre de 1895 y el 22 de enero de 1896, desde los Mangos de Baraguá, en Oriente, hasta el poblado de Mantua, en el extremo occidental.
La guarnición de la Trocha vivía, en aquel mes de abril de 1896, sobresaltada porque, con frecuencia, los insurrectos, ocultos en el monte y protegidos por la oscuridad nocturna, tiroteaban los fuertes, amenazaban con cruzar y luego se escabullían hacia sus campamentos.
El denominado “Plan de Trochas” tenía sus orígenes en la Guerra de 1868-1878.
(…) en esencia debería contemplar unas líneas de vigilancia, que, apoyadas en algunos fuertes, permitieran la impermeabilización de ciertas zonas, como las del Occidente que eran las más ricas y estaban libres de la insurrección, y fuesen complementadas por acciones reducidas, de no muy largo recorrido, desde fortines convenientemente distribuidos, que actuarían como bases de partida. Estas líneas de bloqueo se destinarían a interceptar el paso de recursos y elementos y estaba orientado a un enemigo interno.

Magnífico campo atrincherado
Testimoniaba el periodista de El Imparcial que Artemisa era un poblado pintoresco, debido al constante movimiento de soldados y oficiales, las barricadas levantadas en las calles y los fortines construidos en la periferia del caserío.
El viaje en tren desde La Habana fue azaroso, demoró 9 horas para recorrer 70 kilómetros, porque algunos puentes estaban dañados por los insurrectos, quienes habían derribado también postes del telégrafo.
Se notaba, en la calle Real de Artemisa, la presencia de una fuerte escolta que protegía una casita que el alcalde Apolinar de la Sierra le había prestado al general Juan Arolas Esplugues, jefe de la división, de unos 12 mil combatientes, acantonada en la Trocha. Apolinar era propietario de una fonda siempre muy concurrida por los militares.

Después de entrevistar al oficial y conocer sus planes para mantener en jaque a las tropas del Ejército Libertador, el periodista visitó el sistema de fortificaciones:
(…) recorrí la trocha, en forma de carretera y de una extensión de siete leguas (33.7 kilómetros) de costa a costa, llena de banderitas. La disciplina y el orden que reinan en los destacamentos, con servicios de telégrafo y teléfono, asemejan la trocha a una inmensa colonia. Por todas partes se ven centinelas, en los árboles y hasta en las chimeneas de los ingenios. Recorren las líneas columnas volantes mandadas por los generales Bernal y Ruiz y los coroneles Francés y Hernández que también se muestran infatigables (…).
Veo en la trocha multitud de familias acomodadas que han venido a ampararse desde los pueblos huyendo de la miseria que en ellos reina. En los campos solo quedan fingidos campesinos que son falsos confidentes nuestros y protectores de los mambises.

Edificación
No fue fácil construir aquel sistema de fortificaciones, donde se lucieron por su sabiduría y capacidad de adaptación los ingenieros militares; y los soldados que realizaron las obras, por su sacrifico, tenacidad y esfuerzos. La mayor parte se erigió en el primer semestre de 1896. El oficial del Ejército español Teodoro F. Cuevas refirió en una monografía publicada en 1900:
La trocha de Mariel a Majana (…) luchaba con la clase de terreno en que había de ser construida, del que una buena parte estaba formada por un puente de caballetes sobre una extensa ciénaga, que aparte las dificultades que ofreció para su construcción, era un constante peligro para la salud de la tropa, continuamente atacada por el paludismo, de que era foco la ciénaga, y haciendo un penoso servicio no solo por la calidad de cantidad del mismo sino por la plaga de todas las variedades de mosquitos que tanto abundan en los terrenos pantanosos y en las costas de la isla, de cuya mortificantes picaduras solo pueden formarse idea el que haya tenido la desgracia de sufrirlas.
Y un periodista de apellido Ayala, en reporte divulgado por el Diario de la Marina, resaltaba:
Las penalidades de estos primeros trabajos exceden a toda ponderación: los materiales de construcción se arrancaron a la manigua y al cieno pestilente desde tiempo inmemorial no removido, y en pocas horas hubo, fosos, parapetos y bohíos que abrigaban al extremado e infatigable soldado.
En este tramo, de suelo cenagoso, auxiliaron a los constructores con víveres y materiales para erigir el primer fuerte, los barcos Dardo y Almendares.

Estructura
Los centros de operaciones estaban en Guanajay, Mariel y Artemisa, cabeceras de las tres zonas. Crearon una segunda línea defensiva en San Antonio de los Baños, Punta Brava y Hoyo Colorado. Las tropas allí establecidas eran empleadas como refuerzo para la Trocha.
Acerca de la estructura del sistema, Teodoro F. Cuevas definió que disponía de tres tramos. El primero comenzaba en Mariel y concluía en Guanajay, con una extensión de unos 12 kilómetros. El suelo era pantanoso, entre Mariel y el ingenio azucarero Cañas, lo cual dificultaba el paso de la caballería. Fortines, alambradas dobles, de púas, una batería de montaña y seis piezas protegían el trayecto, vigilado por dos batallones del regimiento María Cristina y dos escuadrones de caballería.
El segundo tramo, desde Guanajay hasta Artemisa, de unos 10 kilómetros, tenía un muro de piedras (aprovecharon cercas de las fincas), alambrada sencilla, a vanguardia y retaguardia, cuatro cañones de tiro rápido y fortines. En el tercero, de Artemisa hasta Majana, con similar longitud, existían “casetones de madera para alojamiento de las fuerzas, en el mejor espacio del trayecto que era el de Artemisa al ingenio Neptuno, situado en el centro, desde este punto, era la trocha un puente de caballetes sobre la ciénaga de Majana. Está defendido (…) por fuertes de uno y dos pisos, unidos por cerca de alambre a la americana, cruzada en varios sentidos y cuatro baterías intermedias”. Incluía, además, trincheras, denominadas Carlistas, que podían ser defendidas por 150 a 200 hombres, empalizadas y pozos de lobo.
Aunque Teodoro F. Cuevas no lo menciona, los últimos trayectos también eran recorridos por columnas de forma permanente que se auxiliaban unas a otras en caso de observar algún intento de cruce de los independentistas. En total se ha expuesto que la cifra acantonada era de unos 12 mil hombres, distribuidos así: 8 952 de infantería; 1 189 de caballería; 1 049 de artillería, 707 de ingeniería y otros.

Salvador Tusell, enviado especial de El Correo de España, en su reporte, publicado el 5 de julio de 1896, ofreció interesantes detalles acerca del itinerario entre Artemisa y Majana:
(…) la primera fuerza que se encuentra al salir de Artemisa es una compañía de artillería, la que ha hecho tan bonitas y variadas obras de defensa que parece un campo de experiencias; a continuación se halla el batallón de Murcia, seguidamente el de Covadonga, en el sitio denominado Montoto; cubre ese batallón la línea hasta el ingenio Neptuno, el que se haya cubierto por fuerzas del batallón de La Habana y escuadrón de Treviño, en ese punto reside el coronel de caballería Figueroa; varía un poco al norte, hasta el ingenio Maravilla, un kilómetro de distancia, la que está cubierta por fuerzas de artillería y algunas del batallón de Asturias; en el ingenio Maravilla están acampados los batallones de la Princesa y Lealtad y cubren el resto de la línea hasta el río Majana, que está dentro de la ciénaga y desde cuyo extremo es imposible el paso (…)
Tesifonte Gallego, otro periodista que visitó La Trocha, apuntó:
Los soldados se tienden en la línea sin abandonar su armamento, estableciéndose centinelas a una distancia máxima de 50 metros, y pequeñas guerrillas exploran hasta la manigua; jefes y oficiales a caballo recorren las líneas, cerciorándose de que se cumplen las severas órdenes dictadas (…) Toda la tropa tiene barracones, y los centinelas pasan el día bajo cubierto, resguardándose de los rayos del sol (…).
Rafael Guerrero en el tomo tercero de su obra Crónica de la Guerra de Cuba. 1895-1896, reproduce una nota periodística que decía:
“Aunque no estaban terminados muchos de los trabajos proyectados, se ve que se prepara la trocha para todo tiempo. Las trincheras se cubren con guano, no solo para evitar que caiga la lluvia sobre el soldado que la guarnece, sino para impedir que se llenen de agua que estacionada convertiría a los fosos en semilleros de fiebres. Las obras de tierra se afirman sembrando hierbas para convertirlas en césped. Los centinelas de día tienen garitas sencillas que responden al objeto de evitar insolaciones. Los barracones de alojamiento están cubiertos de tejas unos, de zinc otros y de guano los demás.”
Las cañoneras Almendares, Cristina, Dardo y lanchas protegían la zona marítima, a pesar de ello, según la obra de Teodoro F. Cuevas, 52 veces grupos insurrectos burlaron la vigilancia de las embarcaciones, en pequeños botes. Como sabemos, hasta lo hizo el general Antonio Maceo y algunos integrantes de su Estado Mayor, en la noche del 4 de diciembre de 1896.
Vida cotidiana

Volvemos a Artemisa para conocer cómo era el día a día de la guarnición. Era habitual, en horas de la mañana, que el general Arolas durmiera en un sillón, colocado en el colgadizo de la casa de Apolinar Sierra. Delante situaba una silla para poner los pies y en el espaldar una almohada. Dormía poco después de recorrer a caballo o en coche la Trocha y despachar con sus oficiales. El exceso de trabajo, las tensiones y disgustos con sus superiores afectaron su salud y tuvo que viajar a España para recuperarse.
Artemisa tenía un centenar casas, relataba el corresponsal en Cuba de El Mercantil Valenciano, en junio de 1896:
A las 4 y media de la mañana toca el corneta del cuartel general diana; repiten las cornetas el toque y empieza la vida; se abren las tiendas y cada cual a su obligación; se barre la calle, pasan las carreras de la limpieza, los soldados de los fuertes y trincheras trabajan en construir techos para preservarse de las próximas lluvias o en mejorar la defensa. Los dos cafés que aquí hay comienzan a poblarse de los que vienen de la trocha y de los que en la plaza tenemos menos ocupaciones y así transcurre el día comentando alguna noticia que se sepa o digan los periódicos, haciendo planes a la vez que se trabaja.
A las 8 de la noche retreta y, a las nueve, silencio y se acabó la vida. Se cierran todas las casas bajo fuertes multas que nadie se expone a pagar. Se apagan las hogueras todas y a vigilar. Las alarmas son diarias y ya no pasa noches sin que las detonaciones del Mauser repercutan en los palmares próximos a la población y el silbido de las balas insurrectas no se sienta en las calles de Artemisa.
La Trocha de Mariel a Majana no fue infranqueable, Antonio Maceo la burló dos veces, también el general Quintín Banderas y otros oficiales mambises pudieron hacerlo con éxito. Además, los insurrectos lograron mantener las comunicaciones por vía marítima y mediante el servicio de confidencias, a través de los poblados, con el Este. Pero es innegable que dificultó el paso de tropas numerosas. Ejemplo de ello es que el Titán de Bronce se vio precisado a usar un bote para trasladarse al territorio habanero.
Después que Maceo cayó en combate, el 7 de diciembre de 1896, la Trocha perdió la intensa actividad que la había caracterizado. Por su magnitud es considerada la segunda en importancia, después de la línea fortificada de Júcaro a Morón.

Fuentes:
F. Cuevas, Teodoro: La Trocha militar de Mariel a Majana, Imprenta del Cuerpo de Artillería, Madrid, 1900.
Guerrero, Rafael: Crónica de la Guerra de Cuba. 1895-1896, Librería editorial de M. Maucci, Barcelona, 1896, tomo 3.
Diario de la Marina
El Correo de España
El Fígaro
El Liberal
El Mercantil Valenciano
La Almudaina