Hace un par de días llamaron a mi puerta. Cuando abrí, me encontré a un hombre desgarbado, cubierto de sudor, con toda la apariencia del que se está buscando la vida a espaldas de la ley. Vivo en Lawton, cada vez que puedo lo digo. En cuanto se instaure el premio nacional al Mercado Negro, Lawton es serio candidato. Por eso, la escena de responder al timbre, abrir y topar con alguien que vende algo, para mí es un eterno déjà vu. Cuando estas situaciones se te instalan en la vida, puedo jurar que se adquiere un sexto (o séptimo) sentido, que habría que estudiarlo, pero tiene que ver con el desarrollo del área del cerebro que se ocupa de distinguir entre un timo y una buena oportunidad financiera (una ganga, vaya).
La primera señal que disparó mis alarmas fue que el vendedor, a quien puedo jurar que veía en ese instante por vez primera, me dijo que me traía pescado “mejor que el de la otra vez”. Agregó la palabra “palgo” mientras adelantaba hacia mí un espléndido paquete al que le calculé a ojo unas 4 o 5 libras. El aspecto del sobre era inversamente proporcional al de su portador. Lucía bien. Tenía toda la pinta de haber sido recientemente robado de la cocina de un hotel, y a través del nylon impecable, se distinguían jugosas masas blancas de pescado.
Yo sé de pescados, más que de peces, y los reconozco mejor cuanto más listos para comer están. Aquello no era pargo. Me enteré en cuanto le di un golpe de nariz, pues si bien a la vista la diferencia era mínima, el aroma del pargo sí es muy diferente al del pescado de río. En cuanto se lo dije, y rechacé la oferta (10 CUC por el paquete, brode, que es el último) comenzamos una controversia donde yo trataba de demostrar mis conocimientos marino-culinarios y el tipo argumentaba con el aplomo y la diligencia de un banquero judío. Su última frase fue del estilo de: “No se puede ser tan desconfiao asere, hay que tener un tin de fe en la gente. Olvídese de lo que usté sepa de pescao, y míreme a los ojos. Esto es pargo. Te lo dejo en 8. Ten confianza”.
La confianza, según mi criterio, junto a la incondicionalidad y al respeto, constituyen los pilares de la amistad. La confianza, creo yo, no es algo que se regale a la ligera a hombres o gobiernos. La confianza se construye con el proceder diario, y puede derrumbarse en una décima de segundo.
La vida me ha llevado a ser cauto en cuanto a mis elecciones de los depositarios de confianza. Confío ante todo en mí, y me autoevalúo constantemente. No confío, por ejemplo, en la ruta 174. Y no por mala, pues si siempre estuviera tan ausente como en sus peores momentos, uno sabría a qué atenerse. Tampoco confío en el periódico Granma. O bueno, siendo estrictos, hay partes del Granma en que sí confío, como en la fecha y los resultados de los juegos de pelota, pero no me tomo muy en serio a la última página, que trata en su aplastante totalidad de algún avance agrícola en un poblado lejano con nula repercusión en las despensas de 11 millones de cubanos.
Confío en las capacidades de los emprendedores cubanos, que sin precios mayoristas, en unos añitos le han arrebatado la clientela al estado en la gastronomía, el comercio y en casi todas las ramas que se nos ocurran. No confío ya en Industriales, ni en el café sellado al vacío. Bueno, con los Industriales soy débil: prometo que volveré a confiar en cuanto me den el mínimo chancecito.
Confío en los amigos que siguen siendo los mismos, sin importar el avance inexorable del calendario, las libras de más, los billetes verdes atesorados, o los cumpleaños dejados sin felicitación. Confío en el sol, que sale cada día más o menos a la misma hora. Creo que la confianza bien otorgada crece más mediante el cuestionamiento activo que por la aceptación ciega. No creo que nadie tenga el derecho ni la libertad de equivocarse toda una vida, y seguir siendo merecedor de mi confianza.
Por eso, cuando el vendedor de pescado apeló a mi confianza, le miré a los ojos, asentí y al cabo de unos instantes regresé con ocho billetes de a 1, que intercambié por el sobre de pescado. “Hermano, estos billetes son de Monopolio”, me dijo el vendedor. “Úsalos hermano, si esto de verdad es pargo, esos billetes te van a servir. Tenme confianza”.
Excelenteeeeeeeeeee. Hace rato no me divertia tanto leyendo.
Muy bueno,inteligente final.
jajajajajaja genial, un abrazo!
Excelente profe!!!!! Pero realmente dudo que industriales le de un chancecito 😛
Qué buen artículo!!!
Me encantó!!!!!
eejjeej acabo con el,ese tumbe del pescado bueno es muy comun , me sucedio alguna vez, ya no me sucede mas,cuando compro es a gente conocida y de confianza ,para tener a quien reclamar y si es necesario intercambiar algunos golpes ,
me gusto el articulo…
muy bueno!! como siempre!