Finalmente llegó ese día en que sin opción tuve que subirme en una guagua y despedirme por 45 días de la familia. La “previa” del llamado 40 y medio del Servicio Militar Activo fue la última en durar un mes y mitad. Iba a vivir lo que ya habían pasado mi padre y mi tío Diego, ese imprescindible tutor que me acompañó de la niñez con consejos sabios y sencillos. “Acuérdate que el carácter implica respeto”, fue su frase cuando el chofer ya estaba a punto de soltar el embrague. Eso me ayudaría a sobrevivir en los peores momentos.
Mi madre parecía estar despidiendo a un hijo que se iba a la guerra. A las madres siempre les cuesta ver que los hijos crecen.
Quienes me acompañaban sintieron el mismo golpe seco que yo. Al bajar del autobús se acababa el relajo y comenzaba una vida bajo órdenes estrictas. Nos enviaron directo a la barbería.
Ni el más adicto al rock quedó con pelos por debajo del “uno” de las máquinas rusas de pelar, que se calentaban como calderos al fuego. Eso lo puedo decir con propiedad, porque cuando terminaron de cortarme el pelo, un sargento preguntó si alguien sabía pelar, y yo, que no le veía ciencia a dejar calvo a alguien, me brindé para ocupar el tercer sillón de la pequeña barbería de la unidad militar.
Estuve pelando hasta las dos de la mañana porque al día siguiente los tres batallones tenían que estar “parejitos”. Me fui exhausto a esa hora pisando una gruesa alfombra de cabello humano.
Alrededor de la una de la madrugada se había aparecido el jefe de batallón a inspeccionar el asunto, y al verme diestro con la maquinita, abrió una gaveta y sacó peine y tijera para que le rebajara con cuidado el corte que había mantenido siempre, un pelado de estilo era lo que quería el Coronel. Yo que no sabía ni hostia, cerré los ojos por un momento y recordé cómo agarraba la tijera mi tío, que era barbero de verdad, y comencé de loco a tumbarle pelo al jefe superior. Chas, chas, chas, tijeretazos al aire para que se fuera el pelo del filo y luego unos golpes entre peine y tijera. Esos movimientos me daban credibilidad.
La “cucaracha” que le dejé en la parte de atrás de la cabeza fue la delatora, y quizás la culpable de 45 días de odio. Cada vez que miraba a la tropa formada hallaba algún error en mi manera de estar en firme y se empeñaba en el mismo castigo de siempre:
“Ah, porque el barbero no sabe cómo pararse en firme, ¡pecho contra el piso y me hace cincuenta planchas!”.
Por mucho que tratara de ubicarme lejos de su vista el hombre era un halcón. Un día me hizo cavar un pozo de tirador con pala de infantería, tan profundo que cabía un soldado de dos metros de pie, con su parapeto y todo, como un nido de ametralladora de la Segunda Guerra Mundial en la línea enemiga. Y la cucaracha casi había desaparecido.
***
El hambre era voraz, los frugales desayunos no eran combustible para las extensas jornadas de carreras y ejercicios “tácticos”.
Parecía que el sargento instructor se regodeaba en el cansancio de los soldados. El hombre no tenía para cuando acabar. En las mañanas pasaba inspección por el cuartel. Tenía una moneda de 40 centavos, de las que se veían poco, y la lanzaba desde los pies de la colchoneta hacia la cabecera. Que aquel instrumento para medir perfección dejara de rodar antes de llegar a la almohada, representaba cincuenta abdominales y volver a tender una sábana que para entonces yacería en medio de la cama, reducida a un bulto. De eso también se encargaba el compañerito P., inolvidable sargento, especialista en coacción.
Era mejor respirar profundo y repetirse: “Eres propiedad de estos tipos, cumple con todo para que salgas de una vez. No te dejes provocar”. Y por otra parte estaba la demostración de artes marciales que había dado el Sargento cuando separó a los dos que se habían ido a los puños por un jarrito de milordo (agua con azúcar).
El hombre los había proyectado a los dos tomando solo un dedo de cada uno, y la tropa enseguida comenzó a regar que el Sargento era ducho en Jutjitsu, que aprovechaba la fuerza del oponente para derribarlo, que cinta negra, que campeón de la disciplina en torneos nacionales y bueno… mejor permanecer tranquilos.
La unidad quedaba pocos kilómetros antes de llegar al puerto de la Coloma, cerca de la ciudad Pinar del Río. Por una carretera que corrimos unas cuarenta y cinco veces cada mañana en la gimnasia matutina. Medía desde el entronque 5 mil metros.
Cinco mil largos metros con un fusil AKM, cantimplora llena de agua, pala de infantería, tres cargadores de hierro fundido y un casco que torturaba la cervical.
***
El primer momento feliz luego de quince días fue la visita de mi vieja. Entre todos los padres habían alquilado un camión de la agricultura para dar el viaje desde Sandino hasta aquel lugar. Esperaba con ansias el momento de verla, y me asaltaba un sentimiento raro: no sentir culpa por que se mandara el extenso viaje bajo el Sol, agarrada de la baranda de un camión, cuidando que no se dañara ninguna de las dos jabas de comida que cargaba.
El de la garita en la entrada había anunciado vía 500 (por teléfono en jerga militar) que llegaba el camión de Sandino y todos los muchachos permanecíamos nerviosos sentados en una cancha de baloncesto, formados uno tras otro.
Nadie hablaba. Todos se hacían la misma ilusión: la sazón, los dulces, ¡ay, un congrí con carne de puerco!
Había una verja de metro y medio que separaba la cancha deportiva del resto de las instalaciones, y a alguien se le ocurrió cerrarla con candado y llevarse la llave consigo hasta el comedor. Era horario de almuerzo. Y el camión estaba llegando.
De un momento a otro, padres e hijos colando besos por los espacios pequeños que tenía la cerca. Yo no veía a mi madre y pensé que no había podido ir y hasta cierto punto lo entendía, pero me daba un dolor… “Todo el mundo gozando, ¿y yo qué?”
Hasta que la madre de Robertico, amigo del barrio, me vio aquel pensamiento en la cara y me dijo: “Niño, tu mamá está ahí, loca buscándote, tranquilo”, en medio de su desesperación por abrazar a su hijo.
Cuando la vi el alma volvió. Entre la gente, casi no podía con todo lo que me llevaba. “¡Mima, soy yo, vieja!”, le gritaba.
No se había enterado de que aquella figura flaca y esbelta que la llamaba era su hijo, dos semanas después de la despedida. Antes de cruzar sus dedos entre el alambre me dijo a punto del llanto: “Pero pipo…”.
Con una fuerza salida de no sé dónde fui el primero que brincó la cerca para abrazarla. Luego todos hicieron lo mismo.
Nos fuimos a un monte cercano y armamos una especie de picnic sobre una sábana. La vieja lo había pensado todo. Primero sacó cartas entre las que venían mensajes de mi abuelo Caro: “Ingeniero, recuerde que usted es un hombre. Manténgase fuerte ahí y cumpla con las órdenes que le den, eso le va a servir para la vida entera, un abrazo de su abuelo”. De mi tía, que me contaba cómo había preparado los dos flanes que me mandaba. Mi abuela describía en su carta el petate entre ella y mi madre por venir a verme. Era un solo puesto en el camión y “por ser la primera vez, la voy a dejar ir a ella que fue la que te parió”.
Puede ser que ese día haya comido más que nunca. Sin embargo, sobraron muchas cosas. Tener comida en la Unidad era prohibido, así que decidí esconder varios “pertrechos logísticos” bajo un tronco viejo que había cerca del Cuartel. Con todo el tiempo que me separaba de la próxima visita, era necesario el refuerzo.
Había quedado un flan entero, un paquete enorme de galletas saladas, un pomo de mayonesa casera, leche condensada y una latica de atún. Todo eso quedó, aparentemente, muy bien ocultado.
***
Una semana después de la visita, a las 3 de la mañana, sonó la alarma de combate. A esa hora teníamos que estar listos en el punto de reunión. Corriendo, rápido, a las armas. En 10 minutos todo el que llegó tarde probó el sabor del rocío de la yerba, cincuenta planchas.
Al frente, el Jefe de Batallón y el sargento: ¡Batallón, firmes!, gritó P., y luego: “¡En su lugarrrr, descansen!”.
El Coronel, antes de tomar la palabra, se quitó la gorra, pasó un par de veces la mano por su pelo y soltó: “Estamos aquí reunidos esta madrugada por culpa de uno de ustedes. Sí, un sabihondo que escondió esta jaba de comida bajo un tronco seco cerca del cuartel. Es mi deber informarles que estaremos aquí hasta que aparezca el culpable. ¡Firmes!”
Fue como si me pusieran delante de un pelotón de fusilamiento. Si a Manolo lo habían mandado tres días al calabozo por llevar refresco Toki en su cantimplora, lo que me esperaba tenía que ser muy triste. Entonces hice un voto de silencio y ni me inmuté cuando el sargento me pasó por delante buscando al sospechoso. Muchos sabían que era la jaba que había llevado mi madre. Nadie dijo nada.
Salía el Sol de la mañana y las primeras luces iluminaban a 120 fieles soldados. El sargento y el coronel se daban banquete con mi comida. Yo apretaba los dientes y rezaba al dios de la indigestión: “Mierda, que les caiga mal el flan”.
me ha gustado mucho esta cronica de la previa… muchas gracias…
Me reconozco en su historia,pase le previa en jejenes,todo una pesadilla,y si,casi me queman la cabeza con las dichosas maquinas de pelar,suerte para mi pase dos semanas ingresado en el puesto medico estando sano,los enfermeros y medicos de la unida habian estudiado en la misma escuela que yo y me ingresaron.lo unico que agradezco de ese tiempo es que aprendi a ver la realidad y flaquezas del sistema,
QUE BUEN ESCRITO, ME IMAGINO UNA PELICULA CON ESTE TEMA.
soldado brindado, soldado reventado!!!
Me recuerda cuando mi hermano se fue a cumplir el servicio en el 63 es fuerte la separacion ,en tu caso fue cómico lo de la cucaracha en retrospecto te lo desquitaste com anticipación ,dime les callo mal el flan. Jajaja
Que realidad…te quedo muy linda la historia…
Me trasladaste a mis escuelas en el campo, gracias por recordarme a mi madre con sus jabas repletas y también con flan, así son las madres hermano. Pero yo si me comí el flan, jajá.
Muy buen artículo, por qué el artículo no aborda el acoso que sufren tantos jóvenes durante este año? Durante mi llamado muchos homosexuales que decidimos no revelar nuestraorientación durante el reclutamiento, una vez acosados, fuimos alertados que si solicitábamos la baja antes de cumplir los 14 meses, seríamos expulsados deshonrosamente de las Far, vergonzoso verdad ? Y a quién apelar ?!!! Muchos tuvimos que tragar muchos buches amargos para construir un futuro profesional.
Esto me recuerda la mía en Managua llamado 42 ½ si no me falla la memoria noviembre del 2006 eso si lo tengo claro. La verdad que comparado con otras de las que he escuchado la mía fue bastante llevadera : los oficiales unos payazos que se pasaban con nosotros cuando podían salirse con la suya pero no demasiado, el hambre típica nos tocaba a todos , a mí lo que más me fastidiaba eran las gimnasias matutinas. No voy a negar que todavía me acuerdo de las vivencias y de vez en cuando me rio con los socios con los cuentos de las tonterías de los oficiales y las cosas de los reclutas y sin duda me dio un par de buenas historia para contar pero en general no fue una experiencia placentera. Yo lo que cuenta Juan carlos no lo vi, en mi compañía había un homosexual que el mismo se autotitulaba ´´toña la negra´´ y la verdad es que hacía gala de su orientación sexual y no fue especialmente acosado por los guardias ni por los reclutas de hecho tenia amistades en su pelotón y todo tranquilo, eso sí cuando el entraba al baño los demás nos íbamos en tropel pero fuera de eso no vi que se le maltratara especialmente de hecho había uno de los oficiales que tenia bola de eso y tampoco se le veía marginado especialmente también es verdad que casi todos los reclutas de mi unidad éramos trabajadores civiles de la FAR y más o menos educados (el que menos tenía un técnico medio) y claro en el 2006 habían cambiado muchas cosas que en el pasado si eran frecuentes me consta. Lo que si no hice es aprender nada valioso ni en la previa ni en el SMA como diría ese personaje español (que bien podría ser cubano demostrando la universalidad de la inutilidad del servicio militar) el Sargento Arencivia : ¨aquí en el ejercito el personal solo aprende a ser unos gandules y unos vagos´´ . Yo no sé cuándo es que lo van a eliminar del todo es un desperdicio pasarse dos años marchando como un guanajo en vez de estudiar cómo debe ser.
JJ, yo me imaginè a tu mamà dicièndote: “pero, pipo…” No me canso de felicitarte por estas pinchas. Si la señora de los amarillos de Pinar del Rìo te ve, enseguida te dice: “pero Jorgito, mi´jo”. Y tù, que eres un cariñosito, enseguida vas a lo que te gusta: “pero señoraaaaaaaaaaaaaa”. No me mires en ese momento, porque mi risa se vuelve una etcètera. Buena pincha, mi hermano. Muchas Felicidades.
Mano me hiciste ir hacia mi 43 1/2 hace ya algunos años jejeje, tienes un don para relatar compadre…!!!! Gracias por el escrito… ídem situación a la tuya con la espera de la madre y el matorral donde podíamos verlas…!!! La mía iba con la jevita, que empezábamos por aquel entonces, el aliciente era doble jejeje.
Makarey, hermano mío, no te pierdas la de este domingo…