Para Bety Mirabal, que me quiso.
Y para Mayle, de Santa Ana y nuestra.
Si Miguelito no cambia de trabajo urgente, a estas alturas estuviera muerto. Ser guardaparques da menos berrinche, y eso es lo que hace ahora. Ha tenido dos preinfartos, uno en enero y el último en mayo. Todo por la gente, que le cuesta cambiar la tradición, te lo digo, le cuesta mucho, se pone soberbia la gente, se pone que no entiende y yo explicando, atiéndanme, acaben de entender que si tenemos funeraria, caramba, no hay por qué velar a los muertos en la sala de la casa.
Esa ha sido la causa principal de los preinfartos. Del primero y luego del segundo. La tozudez de la gente hacía de inmediato que un coágulo bloqueara una de las arterias coronarias, que las válvulas se tupieran, en fin, que hubiera que correr con Miguelito para el hospital de Matanzas porque, ubiquémonos, esto sucedió en Santa Ana, pueblito a 18 kilómetros de esa ciudad.
Hace ya años que existe la funeraria, unos cuantos ya. Desde que los dueños de la casa murieron, el local quedó vacío y Miguelito lo armó todo, lo pintó, colocó papel higiénico en el baño, unos sillones, todo listo.
“Desde que hace que está ahí la funeraria y solo se han velado diez personas”, se queja.
-¿Y eso por qué?
“Porque la gente dice que si a su mamá la velaron en la sala de la casa, el hermano y todo el que venga detrás también se vela en la sala de la casa”.
Muchísimas veces ha hablado Miguelito con los vecinos de Santa Ana, los pocos vecinos, porque Santa Ana es un pueblo donde pareciera que solo viven diez personas. No obstante, Miguelito ha querido que comprendan. Les digo miren, si lo velan en la casa les queda el recuerdo luego, se les ensucia el baño, se arma reguero, pero ellos que no y que no, que velar al muerto de uno en la funeraria quiere decir que realmente nunca lo quisiste tanto.
“Con todo lo que me esmeré arreglando esa funeraria”, dice. Y desde el parque, donde trabaja ahora, señala la funeraria, donde ya no puede trabajar.
“Yo la tenía de lo más bonita, a los familiares de la gente que se veló se les hacía su cafecito, se les compraba el pan por la madrugada y se les daba. Pero nada, a veces pasa tiempo, años, y la funeraria ahí por gusto. Yo, siempre que se moría alguien, trataba de convencer para que lo velaran en la funeraria, pero que va, muy pocos querían”.
Y mira que los trataba bien, dice. A todas mis amigas muertas las maquillé, bien lindas que quedaron. Ellas me lo pidieron en vida y yo lo hice. Cuando ya me las traían del hospital en la caja, yo cogía y con cuidado las peinaba, a veces era incómodo, es que están muy frías, y muy rígidas, les pintaba los labios con un pincel, una sombrita en los ojos, les echaba su perfumito, hacía los letreros con letra muy curiosa para el velorio, escogía las flores y hasta despedía el duelo en el cementerio. Pero ni aun así, chica.
“Y pensar que todavía hay gente como Bety que quiere que quiten la funeraria y pongan una sala de rehabilitación”, me dice.
Miguelito, evidentemente homosexual u homosexual desde que nació, como él mismo aclara, se nota excitado, habla de la funeraria y se agita, mejor dejar el tema, mejor ni hablar de eso, mira como tengo el corazón.
Eso fue un domingo, a las tres de la tarde en Santa Ana. El lunes temprano Miguelito me busca, muchacha, me dice, abre los ojos, corre para la funeraria que se murió un viejito, tal parece que llamaste la muerte es lo que me quiere decir, y me coge del brazo y me entra a la funeraria, mira, los familiares quisieron, así es como es, se ahorcó el viejito, estaba cansado ya, parece, así es como se hace, en la funeraria, mira que buenas condiciones tiene.
“Solo algo”, y entonces se acerca. “Esto yo jamás lo digo, pero a mí que me velen en la sala de la casa de mis padres”.
Jejeje. Besitos Carla, te quiero mucho
Coño,mi pueblo querido.
Yo soy de ahiii