Cada calle de mi barrio es como la continuidad de un parque improvisado, como el brazo de algún vecino amable que se extiende para ofrecernos el azúcar o el poquito de sal que nos hacía falta. La calle por donde desfilan todas las mañanas girasoles y azucenas, es mudable y caprichosa, provocando que mi barrio se convierta en plaza o mercado donde cualquiera planta un carrito de ventas, una pipa de cerveza, una mesa de dominó. No se cansa de ser la misma calle que tantas veces en chancletas partimos por el medio corriendo a buscar el pan de la bodega antes de que empezaran los muñe.
A veces me asalta la nostalgia de solo recordar aquellos “plan de la calle” donde hacíamos carreras de saco o saltábamos unos por encima de los otros ¿Recuerdan cómo gozaba el barrio la noche de la guardia pioneril? Es la misma calle cariada de hoy con abscesos que tanto duelen y se convierten en piscinas –con suerte, de chorro limpio– en días alternos, es decir, los días que entra el agua. Calles de superficie lunar que todavía deberían servirnos para bailar trompos, jugar a las bolas y bañarnos, a pesar de los truenos, bajo algún caprichoso aguacero.
Ciertas calles de mi barrio se convierten, gracias a la imaginación, en pistas de patinaje, terrenos de fútbol o de pelota, una lija que raspa alevosamente cualquier rodilla si se está aprendiendo a montar bicicleta. Esa por donde transita, en las tardes de los fines de semana, aquel vívido recuerdo de carricoche que va recogiendo niños chiquitos para darles la vuelta a la manzana y deja a su paso un indolente rastro de bosta de caballo que perfuma las horas de telenovela y del que todo el mundo se quejaba entonces: “caballero, qué cosa esta… ¡el barrio huele a mierda!”
Todas, absolutamente todas las calles de mi barrio han sido siempre la calle de la primera vez. Quién no recuerda, quién no se ha llevado en su equipaje la primera vez que la cruzó a solas con la voz de mamá advirtiendo en la cabeza “mira bien para los dos lados, espera a que no venga ningún carro para cruzar”. La misma calle donde el carrito del helado se nos convirtió en bicicleta y de la que el helado Coppelia emigró para siempre. La que sirvió de pasarela a la dolorosa y tristemente célebre Forever Bycicle.
Mi calle es esa calle-Macondo a la que las viejas se asomarán eternamente, imbuidas del maravilloso y triste realismo que emana de sus balcones o desde el infatigable mecimiento de sus sillones, para luego dar cuenta de lo que ven y hasta imaginar lo que no ven. Esa que se barría y chapeaba y veía a no pocos untando sus contenes de pintura de cal en las mañanas de trabajo voluntario, era la misma que se vigilaba a conciencia las noches en que queríamos hacer, a toda costa y tan majaderos, la guardia del comité con nuestros mayores.
A veces me pregunto qué ha sido de estas calles que al principio eran, más que calles, el barrio entero… ¡eran el país! ¿Será una suerte de venganza su basura y su indolencia? Cómo es posible que hayan crecido abandonándonos en el intento bobo de ser iguales. Total, por gusto. Iguales no son ni los dedos de una misma mano, pero al menos antes esa mano con dedos distintos lavaba la otra y entre las dos, lo recuerdo como si fuera hoy, primaba el gesto noble con que nos lavábamos la cara.
Todo es relativo. Mientras Usted recuerda las guardias pioneriles y las carreras de saco en unas calles ya vacias de trafico y posiblemente con baches, yo recuerdo la mia limpia, con un asfalto perfecto, bordeada de jardines arreglados y impecablemente limpia. Hoy en dia no existe. Es un realengo fangoso donde se mezclan las aguas albañales con los salideros de agua potable, donde las mujeres tienen que guardar los tacones en una jaba y ponerselos cuando salen a la civilizacion y donde el regeton te acompaña cuadras y cuadras mientras que ya ni los niños pueden jugar. Mu y triste
Las calles del pais en un 99% destruidas, llenas de huecos y aguas putrefactas. Ese es el legado nefasto que nos dejaron. Lamentable.
No es por criticar ni hacer sentir mal a alguien pues al primero que me da pena es a mi mismo pues me duele mi pais y me duele en lo que lo han convertido pero lo que hay en Cuba es una cochina de 3 trillones de pares de …. desde las calles llenas de baches, charcos, aguas albañales, basura, biriajos en las paredes, musica alta , los fritureros llenos de moscas y graserio , no mi santa a Cuba no voy ni con el pasaje comprado.
El gobierno cubano no se preocupa por las calles.Estas yacen llenas de basura, aguas albañales y escombros.
La autora dice: “La misma calle donde el carrito del helado se nos convirtió en bicicleta y de la que el helado Coppelia emigró para siempre. ” El helado Coppelia solo se vendía en el Coppelia y en “un par” de heladerias más. Los carritos de helado vendían helado Guarina, que “no es lo mismo ni se escribe igual”
si pero calzada desde la salida del tunel hasta paseo la pintan todos los años y brigadas pasan todos los meses para reparar claro quien pasa por ahi.