El reciente enfrentamiento Real Madrid vs. Barcelona: noventa minutos de altura. No estoy pensando en altura futbolística, obvio; estoy pensando en aquella frase de El hobbit que designaba una batalla: “Lejos y arriba”. Arriba, literalmente, en las nubes, como Qatar Airways y Fly Emirates: las compañías aéreas anunciadas en las supervendidas y multivendibles camisetas azulgranas y merengues del Barça y del Madrid, respectivamente.
Me pregunto cómo se habrá visto El Clásico desde las oficinas y las residencias de los ejecutivos allá en Doha, en Dubai. El dinero no se crea ni se destruye sino que, entre otras cosas, se transforma en fútbol. Global y tribal a un mismo tiempo (nómadas del Golfo Pérsico con Ray Ban y apps y whiskies), El Clásico es, ya fue, una gigantesca danza de petroeuros.
Y si los jugadores estaban hechos unos aviones (aunque algunos eran más aviones que otros), la cancha en la que corrían era el centro del consabido despliegue de marcas: Iberdrola, Nivea, Sanitas, Samsung, Audi, Adidas, BBVA…
Nada nuevo. El marketing es como la vegetación silvestre: lo suyo es ocupar la mayor cantidad de espacio. Crecer en todas direcciones. Proliferar. Convertirse en jungla.
A propósito de esto, recuerdo una novela del escritor español Antonio Orejudo. Uno de los personajes, Helga Pato, es una agente literaria a la que se le ocurre introducir publicidad en las novelas, y quiere llevar su idea a la práctica utilizando los espacios en blanco entre las páginas de Lobotomía, obra de un joven escritor vasco llamado Ander Alkarria.
“…Ander imagínate cómo se van a poner los críticos la gente de letras los puristas si publicas una novela que se interrumpe para incluir anuncios lo cual por otra parte es muy lógico siendo tu narrador un teleadicto o sea que estaría perfectamente justificado y con eso matamos dos pájaros de un tiro no te parece porque seguiría siendo fragmentaria como tú quieres y al mismo tiempo habría cierta continuidad como quieren las editoriales texto anuncio texto anuncio ni qué decir que tú te llevas el diez por ciento de lo que paguen que es mucho pero bueno ese es otro tema quizás el menos importante qué clase de publicidad incluiríamos eso tampoco tiene importancia lo importante es la subversión que encierra ese gesto la subversión Ander la subversión eso es más pertubador y molesto que escribir sin signos de puntuación…”, leemos en la divertidísima Ventajas de viajar en tren, publicada en Cuba en 2008 bajo el sello de Arte y Literatura.
(Por cierto, ahora que al parecer las editoriales cien por ciento subvencionadas tienen los meses contados, convendría hacer un balance de lo publicado por Arte y Literatura en los últimos tiempos, específicamente en lo que respecta a narrativa contemporánea. Si pensamos que lo normal es un mínimo de jerarquía o al menos ciertas líneas, determinadas direcciones literarias, nos encontraremos ante un catálogo curioso hasta la carcajada. Puede entrar cualquier cosa; no parece que rechacen nada. Ahí, por ejemplo, está Margaret Atwood junto a un best-seller chino y un policial angolano; por un lado Fogwill y Rubem Fonseca y por el otro una decena de autores latinoamericanos y caribeños de tercera, cuarta, quinta fila; mucho Belén Gopegui y Vicente Battista —¡¡¿…?!!— mientras brillan por su ausencia casi todos los escritores cardinales ya no de la actualidad, sino de los últimos cuarenta años… Publicar por publicar, simplemente: lo que vaya cayendo. Como una estatua viviente del casco histórico, nunca mejor dicho, da la impresión de que Arte Literatura reacciona ante cualquiera que le pase por delante con cara amigable y actitud generosa.)
Hay que decir que la literatura cubana ha llevado un paso más allá la idea relatada por Antonio Orejudo. En Garbageland [Mondadori, 2001] Juan Abreu introduce, directamente, su propia publicidad. Dispone a pie de página cuadros de texto que anuncian distintos productos que desfilan por la trama (en la que encontramos, además, personajes por cuya ropa desfilan anuncios lumínicos). Product placement de ciencia-ficción. Cosas así:
“¡Ahora ya puede tener al cantante a su disposición cuando le apetezca! Ideal para amenizar las fiestas. Pídalo ya a Universalclon. Disponemos de un catálogo muy completo de starclones cubanos: Benny Moré, Celia Cruz, Panchito Riset, María Teresa Vera, Olga Guillot, Elena Burke, el Trío Matamoros, entre otros. Tamaño natural o de bolsillo. ¡Solicite el cantante ahora mismo!”
Y:
“Los creadores del hamburguer clónico ahora ponen a su disposición el nuevo y suculento hamburguer virtualcarnal. Haga su pedido en cualquiera de nuestras webtiendas: swift&co.com. ¡Swift & Co… la nueva carne!”
“Anuncio literario pagado”, aclara, ironiza el autor al final de cada una de esas ventanas publicitarias.
En la cuerda post-apocalíptica, la novela imagina un futuro donde la isla de Cuba se ha convertido en la pintoresca Garbageland: un gran basurero “lleno de unidades de reciclaje, inmensos almecenes, túneles y supercarreteras que desembocaban en puentes que corrían hacia Florida, Tierra Firme”. Entre los escasos habitantes de esta tierra circula una leyenda: existe en alguna parte, en una dimensión paralela tal vez, un sitio llamado el Monte, donde la vegetación es poderosa y no conoce límites.
Franco homenaje a Lydia Cabrera —“Que me acogió y me quiso, sin que yo lo mereciera”, declara Juan Abreu en su dedicatoria—, Garbageland es también uno de los mejores libros que se han escrito, si no el mejor, sobre el Diario de campaña de José Martí.
Al final, dos personajes logran llegar a esa suerte de manigua mítica. Y allí, en una pequeña comunidad que guarda el recuerdo de los cimarrones, ven a un joven escribiendo. “Un muchacho de pelo ensortijado escribe en los troncos de los árboles”, leemos. Es Reinaldo Arenas, por supuesto. Como el Celestino de Celestino antes del alba.
La jungla de los neones. Y el espacio invadido por esa escritura desatada, anárquica, que se funde con la naturaleza (la escritura como aquellos “bejucos crecientes” de El palacio de las blanquísimas mofetas). Ahí también se perfila una tensión, los entresijos de otra batalla. ¿Qué es lo que escribe ese muchacho salvaje en los troncos de los árboles? No lo sabemos. Como diría la agente Helga Pato: eso no es lo importante.