Si no fuera por la disposición de los productos y los precios a la vista, cualquier no iniciado en la religión afrocubana pensaría que se trata de un sitio ceremonial. Ileobá Changó es una peculiar tienda surgida en la central ciudad de Santa Clara.
Carlos, el dueño, tiene dos motivos cruciales para abrir cada mañana las puertas de su negocio: se hizo santo hace casi dos años, Shangó específicamente, y las ventas diarias de la tienda significan el sustento para su familia.
Este pequeño comercio simboliza por sí mismo radicales cambios experimentados por la sociedad cubana en muy poco tiempo, pues hasta hace pocos años esos artículos se comercializaban “en silencio”.
Pero luego de la reapertura al trabajo no estatal, Carlos acudió a la patente de “Productor vendedor de artículos religiosos y vendedor de animales para estos fines.” Este peculiar oficio figura entre los 178 recogidos en la lista de actividades autorizadas en Cuba para el ejercicio del trabajo por cuenta propia.
“Yo también reparo computadoras”, confiesa Carlos, aunque cita a la tienda como su principal negocio.
Al fotografiar los artículos, el dueño del puesto me prohibió guardar en la cámara la ofrenda que permanece en un rincón de Ileoba Shangó, especie de mudo testigo del acontecer del negocio.
“Ese es Oshosi, el santo que cuida este puesto, y yo tengo toda la Fé en él, pues quien venga hasta aquí con malas intenciones, el santo se encarga de pararlo. En la religión yoruba Oshosi representa el cazador, simboliza la justicia. Por ejemplo, si le encargas el resguardo de algo, ante la primera injusticia el santo castiga. Si yo mismo trato de violentar la ética, y atiendo mal a alguien o soy injusto con alguien, también me castiga a mí.”
Al parecer, Oshosi no está solo, en una esquina del salón que acoge la estantería de Ileobá Shangó, habita enhiesta una estatuilla de Santa Bárbara, con su vaso de miel al frente, mirando hacia la calle, en postura de recibimiento a los clientes.
Al inquirir sobre la clientela de la tienda, Carlos responde que “casi siempre son personas que se hacen santo, o lo reciben; porque no es lo mismo; aquí vienen cubanos, pero también extranjeros de todas partes, de países como México, Ecuador, Venezuela e incluso Europa, porque allá les cuesta muy caro hacerse el santo, entre diez mil o doce mil dólares aproximadamente.”
El comercio de artículos religiosos va desde una simple bolita de cascarilla hasta un pilón de Changó. “Tenemos soperas, de todos los colores, alusivas a cada santo. Unas de cerámica y otras de barro. Por ejemplo, las violetas son para San Lázaro o Babalú Ayé; las amarillas para Oshún o la Virgen de la Caridad del Cobre; las azules para Yemayá o Virgen de Regla. Te puedo decir que son muy útiles, pero no puedo explicarte para que se usan, por códigos propios de nuestra creencia.”
Debajo de las soperas, se ubican unas tinajas similares, pero más pequeñas, de barro y de madera también, coloreadas de verde y amarillo, y denominadas Ifaleros de Orula. “En ellas vive el santo, que es el que entrega el Babala’o, con el que trabaja el Babala´o”, explica Carlos.
De otros íconos yorubas como Oyá, Obatalá y Oshún, también se expenden implementos. Sobresalen los clavos de línea y las herraduras, herrajes de Oggún, el dueño de las líneas y los trenes, y herrero de caballos.
“Los pañuelos de San Lázaro y Santa Bárbara son los que tenemos ahora en venta, la gente los compra para tapar estas deidades en semana santa. El santo se cubre con esos pañuelos, porque en esa semana no se trabaja con ellos.”
“Los caracoles que ves ahí se comercializan para la Virgen de Regla, diosa de los mares, pues los requiere para sus ofrendas. De los collares se venden mucho los de Yemayá, Obatalá y sobre todo Eleguá, este último quien te abre los caminos. El clavo de línea y la herradura, al igual que las soperas, tienen demanda, porque quien va a recibir un santo tiene que tenerlos. Igual sucede con las maracas, pues se usan para saludar el santo.”
Cuenta el padre de Carlos que su hijo trajo una estatuilla de San Francisco de Asís, “un santo desconocido para mí— relata el señor— sin embargo, cuando lo pusimos en exposición, enseguida lo compraron. Por eso te digo, en este ramo, todo se vende.”
Los resquicios de la ley
Aunque la patente reza textualmente “productor-vendedor…”, muchos objetos Carlos los adquiere ya confeccionados, y se producen en lugares muy distantes de Santa Clara.
“Por ejemplo, las soperas de cerámica las tengo que ir a buscar a la Habana y a Holguín, allí es donde se fabrican. Las de barro sí las compro aquí mismo en Santa Clara.”
“La manteca del corojo y de cacao también debo ir a buscarlas a Oriente, pues se extraen de semillas oriundas de allá. Cada quince días o un mes, depende de la demanda, me traslado hacia esa zona del país.
El Ekú Eyá— pescado y jutía ahumados— lo hacen en La Habana y hasta allá voy también.”
Para los clavos de línea y las herraduras de los caballos, herrajería de Oggún, salgo por las líneas de ferrocarril, y veo los dueños de esos animales para las herraduras que ya no sirven, porque eso es casi imposible de producir si uno no es herrero. Yo camino por líneas desmontadas y voy recogiendo lo que encuentro”
Las cuentas para hacer los collares me las traen de Ecuador, y aquí ensarto las prendas, porque ese tipo de cuentas aquí no las hay. También de Venezuela me traen unas que se llaman Sharosky. Ahora se emplean mucho en pulsos y collares, y es una piedra hecha en ese país.
Carlos me dice que Cuba es privilegiada en materia de “abastecimiento” de productos religiosos. “Aquí vino un cubano-americano hace poco, buscando tarros de buey, útiles en muchísimos procederes que por discreción no puedo decirte. Yo en ese momento tenía solamente ocho, y el hombre me dijo «me los llevo todos», y de un tajo los vendí. El punto es que en Miami hay una vasta comunidad de cubanos, y muchísimos practican la creencia yoruba, pero hay muchas cosas que allá no hay, según me contó ese muchacho.”
Hay otra anécdota muy simpática, de una señora que tiene una alta responsabilidad en una iglesia cristiana de Santa Clara: “Pensé que venía por las estampitas que tenemos aquí, pero me compró cascarilla. Me corroboró la máxima que jocosamente tenemos los cubanos: aquí el que no tiene de congo, tiene de carabalí; y todo el mundo camina por lo chapea’o.”
Una aclaración: las cuentas que vienen de Venezuela se llaman cristales Swarovski, y son producidas en Austria, aunque se venden en todo el mundo. Son muy usadas para manualidades, decoración, moda…La misma empresa produce otros artículos de cristal tallado, como candelabros, lámparas, etc.