Santiago de Cuba es una ciudad que baila: se mueve al ritmo cadencioso del son, se sacude al paso frenético de la conga. En cualquier esquina despiertan sonidos que incitan a los pies, ya sea el toque centenario de la Tumba Francesa o la fragorosa vehemencia del reguetón.
Cada inicio de julio, sin embargo, nuevos ritmos se unen al concierto. El Festival del Caribe hace confluir en la ciudad a la cumbia y el merengue, la plena y el calipso. Las delegaciones participantes llegan con sus bailes y colores, y la mezcla de todos, en calles y teatros, multiplica la musicalidad reinante.
Quien caminó la última semana por Santiago comprenderá sin dudas lo que digo. La edición 37 del festival, también conocido como Fiesta del Fuego, volvió a coronar a la ciudad como capital del Caribe. Más de setecientos artistas extranjeros de una veintena de países se unieron a agrupaciones de toda la Isla en una gran celebración de la cultura popular.
La isla holandesa de Bonaire fue esta vez la nación invitada. Alrededor de doscientos delegados de ese pequeño territorio europeo de ultramar llegaron a Santiago de Cuba “para mostrar toda la riqueza cultural bonairense”, como prometió en la apertura del evento Nina de Heyer, diputada de Asuntos de Educación y Cultura de la isla caribeña.
Y así fue. En espacios como el Coloquio Internacional El Caribe que nos une –evento teórico celebrado en el ayuntamiento santiaguero–, en la Casa de Bonaire, donde cada noche se presentaron los artistas de su delegación, y en la gala del país realizada en el Teatro Heredia, los delegados de la isla exhibieron sus danzas y melodías, su peculiar cocina y trajes representativos.
Un momento especial volvió a ser el Desfile de la Serpiente, clímax callejero del festival, en el que Bonaire tuvo un rol protagónico. Sus tambores, banderas y pasos de baile encabezaron el recorrido de los países y grupos participantes, que partió esta vez del parque Aguilera y no de la Plaza de Marte –como es tradicional– por las reparaciones que allí se realizan.
Otras delegaciones importantes, como las de Estados Unidos, México y Colombia, mostraron también frente al Parque Céspedes parte de su representación artística en la Fiesta del Fuego, en un pasacalle de cerca de tres horas en el que no faltaron las tentativas de la lluvia ni las bendiciones de las deidades afrocubanas.
A lo largo de la semana hubo también talleres y puestas teatrales, exposiciones de artes plásticas y lecturas de poesía. Cada día, cada noche, diferentes escenarios de la ciudad invitaron a visitantes y santiagueros a abrazar el calor del Caribe, un calor metafórico, por los vínculos de amistad que promueve la cultura, pero también literal. Hasta 37 grados Celsius marcaron los termómetros.
El homenaje a la rebeldía esclava, en el Monumento al Cimarrón del poblado de El Cobre, con sus cantos y rituales; la Fiesta Campesina, con sus tonadas guajiras y el cerdo asado en púa, entre otras tradiciones del campo cubano; y la Oda a Yemayá, la diosa yoruba del mar, en la playa santiaguera Juan González como cierre del taller de religiones populares, volvieron a acaparar la atención de los participantes.
Además, la Casa del Caribe –institución que nació del festival y que desde su fundación ha organizado el evento– fue reconocida por sus 35 años. Su director, el investigador Orlando Vergés, recordó en varios momentos la impronta de Joel James Figarola como director fundador y de otras figuras, como el teatrista Rogelio Meneses y el poeta Jesús Cos Causse, que a lo largo de estas décadas ayudaron a convertir la Casa en un espacio para el reconocimiento de las expresiones más auténticas de la cultura tradicional, en particular las relacionadas con el universo artístico y mágico-religioso.
Para el historiador Rafael Duharte, el trabajo de la Casa ha sido fundamental para la reconexión de Cuba con el Caribe experimentada en las últimas décadas, un vínculo que ha tenido en Santiago un crisol natural. En su intervención en el cierre de las sesiones teóricas, el investigador, profesor y ensayista reconoció el impacto cultural de la institución en Santiago –solo comparable en su opinión al de la Universidad de Oriente– y también más allá de los márgenes santiagueros y cubanos.
El 37 Festival del Caribe concluyó este domingo con la tradicional quema del Diablo, como invocación de buena suerte e invitación a la edición de 2018. Antes, los participantes volvieron a desfilar y mostrar su arte desde el Parque Céspedes hasta la Alameda, seguidos de un mar de pueblo.
El año próximo será Puerto Rico la nación invitada, una decisión sustentada en los vínculos históricos y culturales entre los dos países. La mpaka, símbolo del festival que se “carga” mágicamente en las jornadas finales, está entonces en manos borinqueñas. Santiago de Cuba convoca y espera.
Abrazo de arte entre Cuba y EE.UU.
El espíritu de la Fiesta del Fuego es el de construir lazos a través de la cultura. Así lo cree la profesora Iris Rosa Artis, quien llegó a Santiago de Cuba desde la universidad estadounidense de Indiana al frente de la African American Dance Company.
El grupo lo integran 14 estudiantes de diferentes especialidades en el campus de Bloomington para los que, en opinión de su profesora, ha sido muy enriquecedor participar en el festival.
Artis, quien trabajó más de cuarenta años en el Departamento de Estudios Afroamericanos y de la diáspora africana de su universidad, opina que sus alumnos han tenido en Santiago la oportunidad de conocer la historia y las tradiciones de los africanos y sus descendientes en la Isla, con los que los afroamericanos comparten raíces comunes.
“Es importante que vean esa historia en su raíz más genuina, que sepan de la explotación a la que fueron sometidos durante el colonialismo, y las expresiones culturales que supieron fundar y todavía perviven; para luego transmitir todos esos conocimientos en el baile”, asegura.
La profesora es consciente de que en la actualidad las relaciones entre Cuba y Estados Unidos “tienen muchos desafíos”, pero confía en que a pesar de la nueva política hacia la Isla anunciada por Donald Trump “existen muchas personas con buena voluntad, interesadas en estrechar los lazos culturales y humanos, que van a luchar por continuar los intercambios como lo estamos haciendo ahora nosotros”.
“El arte no se puede cerrar –sentencia, las tradiciones, las herencias y los sentimientos comunes, el respeto a la cultura, no se puede romper. Por eso me parece importante que jóvenes como mis estudiantes vengan y aprendan de su cultura, vean cómo son los cubanos, cómo viven, que hacen, y puedan divulgar allá esas experiencias y estrechar estas conexiones.”
También saluda el valor del intercambio César Valentino, bailarín de origen dominicano radicado en Nueva York. Valentino es profesor de Vogue, estilo danzario nacido en la comunidad gay neoyorkina en los años setenta al que define como “una expresión de amor propio”.
“Estar acá ha sido una experiencia increíble, un privilegio –dice. Me ha dado la posibilidad de ganar nuevos conocimientos, de conocer a personas maravillosas. Pero también ha sido una responsabilidad, porque me ha permitido dar a conocer una expresión artística a la que he dedicado mi vida y educar a las personas sobre sus características, su belleza; que sepan que no solo es un baile para gays sino que cualquiera puede practicar y ayudar así a romper los estereotipos.”
De tatarabuelos cubanos, este primer viaje a Cuba tiene para Valentino un componente personal. “Es algo muy espiritual llegar a mis raíces –asegura, y espero que estos vínculos artísticos y humanos puedan crecer en el futuro”.
La presencia de Valentino en el festival, como la de Iris Rosa Artis y la African American Dance Company, mucho le debe a la maestra Milagros Ramírez. Por tres décadas integrante del Ballet Folclórico de Oriente, de las cuales estuvo casi dos como directora general, artística y coreógrafa, Ramírez vive desde hace tres años en Tampa, Florida.
“Aunque ya no esté acá yo soy una auténtica santiaguera –afirma, y no puedo olvidarme de mi ciudad y mis raíces. Por eso me alegra mucho poder contribuir a este intercambio entre agrupaciones e instituciones estadounidenses con las de Santiago de Cuba. Este vínculo cultural es fabuloso, porque ellos pueden constatar nuestra riqueza cultural, ver cómo somos los cubanos. Y acá se pueden conocer expresiones como el Vogue, que tiene ya una historia en los Estados Unidos pero que en Cuba es prácticamente desconocido.”
Milagros no tiene dudas de que, más allá de las diferencias existentes y las políticas que puedan trazarse, la cultura es la mejor vía para relacionarnos.
“Mientras tenga fuerza y salud pienso seguir ayudando a mi Santiago en todo lo que pueda, a pesar de cualquier presidente y cualquier ley de los Estados Unidos. Al menos para mí eso no será un impedimento para trabajar por el arte y el entendimiento entre dos países que comparten raíces históricas y artísticas. Y sé que allá también hay muchas personas dispuestas a contribuir con el intercambio. Este Festival del Caribe es una prueba.”
Es toda una experiencia religiosa. En el sentido más auténtico, espiritual e inclusivo del término. Una oportunidad para coquetear con grupos humanos muy diversos entre sí, portadores de culturas y valores imperecederos, que se niegan a diluirse en el marasmo posmoderno. Una espacio para practicar la resistencia, el cimarronaje cultural, más allá de cualquier sesgo étnico o racial,incluso ideológico, de entender la sublevación contra el amo como el único mecanismo para confrontar los poderes establecidos, en el cielo, pero sobre todo en la Tierra, para celebrar que estamos vivos y sanos, y que somos de Santiago de Cuba, o que vivimos allí, al menos en nuestra imaginación. Festival del Caribe. La Fiesta del Fuego. Un lugar para volver.