Cuando a finales de los años ochenta Abela llega a la prestigiosa Academia de Artes de San Alejandro, ya cultivaba una obra vinculada al humor gráfico. Como esa especialidad tiene pautas y reglas que hay que respetar, sintió que el grabado le daría las herramientas para convertirse en diseñador, que era su intención: “no quería ser pintor. Era una resistencia contra mí mismo”, asegura.
Para hacer su tesis de graduación de la Academia –defendida en el año 1991– se acerca al Taller Experimental de Gráfica de La Habana, el de la Plaza de la Catedral, y allí su vida dio un giro: “conocí a Pedro Pablo Oliva, Roberto Fabelo, Nelson Domínguez, Zaida del Río, Pepe Contino, Botalín, Eduardo Roca Salazar (Choco), entre otros creadores y es cuando, de verdad, comienzo a entrar y a entender el mundo de los grabadores. Aunque seguí haciendo caricatura, empecé a buscar otras formas, otros vuelos, y suprimí los textos y, casi, se convirtieron en ilustraciones. El Taller de Gráfica me abrió totalmente el horizonte y muté del humor gráfico al artista visual que soy ahora”.
Múltiples y diversas han sido las exposiciones de Abela a lo largo de su intensa carrera, pero lo más significativo no es la cantidad, sino que en cada una de sus propuestas plantea y defiende una tesis: “expongo cuando tengo algo nuevo que decir; cada muestra tiene un propósito definido y marcado”.
Medularmente figurativo y discípulo de la obra del pintor, grabador y escultor cubano, Ángel Ramírez, a quien considera aún hoy su maestro, Abela recuerda con particular beneplácito algunos proyectos como una exposición bipersonal realizada, en 1998 en Galería La Acacia, junto al también pintor –abstracto– Andy Rivero: “nuestras obras no tienen nada que ver, pero nos unimos en temática porque eran apropiaciones y también en el humor. Andy tomó de Mondrian y Modigliani, y yo de Keith Haring y Lichtenstein. Increíblemente ambos lenguajes se imbricaron y parecían ser obras de una misma persona. Cuajó un ajiaco, pero desde la gráfica como sustento porque ambos somos grabadores”.
En 2004 en la Galería Servando Cabrera –junto a Ernesto Rancaño y Vicente Rodríguez Bonachea– expuso Un, dos, tres… que trazo más chévere, y ese mismo año en la sede del Consejo Nacional de la Artes Plásticas la titulada La once mil vírgenes, mientras que en 2005, en el Palacio del Conde Lombillo, en La Habana colonial, ¡Ay, Dios mío!
En Mecánica popular se inclinó hacia el objeto: “me gusta la tridimensionalidad y venía haciendo una obra objetual con texturas”. Ese gusto por la objetualidad y hasta por el arte povera –obras suyas sacan del olvido a determinados objetos que han tenido otras vidas– es, igualmente, un horcón en la obra de Abela.
“Otra de mis grandes pasiones –dice– es coleccionar cosas antiguas (máquinas de escribir, teléfonos, recipientes, etc) y eso me permite contar con un stock de objetos que me abren otro camino, porque me canso muy rápido de lo que estoy haciendo, aunque tengo dudas, no sé si es una virtud o un defecto. Por lo general los artistas trabajan una línea hasta buscar, e incluso encontrar, eso que llaman un sello propio, pero en lo personal no me interesa en lo absoluto”.
Las instantáneas tomadas por el fotógrafo norteamericano Richard Falco el 11 de septiembre de 2001 en el sitio donde estuvieron las Torres Gemelas en Nueva York, fue un pie forzado para que 42 artistas cubanos realizaran una obra por encargo. La muestra, exhibida en el Memorial “José Martí” de La Habana, se tituló Cita con ángeles y Abela fue uno de los creadores seleccionados: “este tipo de trabajo lo asumo como un reto. Me encanta sumergirme en mundos que nunca he explorado y exponer junto a artistas que sí han incursionado en determinadas temáticas. Aunque entrañe un riesgo, es una manera de medirse. Hay artistas que cuando llegan a lo que llamo ‘la zona de confort’, se acomodan y se estancan. A eso sí le temo y por eso, constantemente, me estoy poniendo auto trampas e incursionando con los más diversos materiales”.
En 2014 la espaciosa Galería El reino de este mundo, en La Habana, acogió Maestro, ¿pudiera usted explicarme? en la que propuso un diálogo entre el arte contemporáneo y el más tradicional: “el arte contemporáneo va a gran velocidad y lo que antes era un escombro, ahora es una instalación.
“El arte hoy es muy libre y las barreras de lo que es arte o no, son difusas, incluso, no las hay. En esa exposición trabajé sobre estéticas establecidas –como las de Rembrandt o la de Velázquez–, es decir, sobre las corrientes más clásicas; era el diálogo o la confrontación entre el arte que se considera instituido como buen arte, y el otro nuevo, que desafía lo impuesto por siglos”.
Según confesó Abela, su pintura hurga en la identidad cubana, pero de manera sui generis. Estos son algunos de sus argumentos: “hablo de la identidad porque trabajo sobre estéticas que no son cubanas y lo cubano está en lo que sucede, en la historia contada en cada obra. Muchas veces lo particular es lo universal y por eso trabajo mucho con la música tradicional, con las historias de la patria. Mi iconografía tiene que ver con el pop o con lo gótico, pero lo que se narra es puramente nacional. Mi esencia o médula es absolutamente cubana y la corteza es solo un pretexto”.
Se pudiera saber el nombre completo de este pintor…? Poque definitivamente Eduardo Abela no es
El artista es Eduardo Miguel Abela Torrás.