En ella está presente la “otra mirada” del arte cubano que nació después del 60. Sus pinturas, ensamblajes y grabados son un registro de las grietas, las luces y sombras que acompañaron una época de torbellinos que no escaparon a su mirada reveladora y nunca apologética. Como docente, “enseñó a ver” a varias generaciones de artistas que encontraron en Ñica, una maestra excepcional. Desde la Escuela Nacional de Instructores de Arte y la Escuela Nacional de Arte formó a creadores como Tomás Sánchez y Flavio Garciandía. Su acercamiento al arte popular y su labor comunitaria en el municipio habanero de San Miguel del Padrón, durante los años 70, completan la singularidad de una artista inmensa que regresa al espacio expositivo cubano.
Hace 85 años nacía en La Habana una mujer que llenó los lienzos con las heridas de un tiempo difícil, pero también con el bálsamo que humaniza los procesos sociales a partir de sus pulsiones vitales. Por eso, la galería El reino de este mundo, de la Bilioteca Nacional José Martí exhibe 37 piezas de Antonia que reflejan distintos momentos de su creación plástica. La muestra está conformada por tintas, grabados y ensamblajes provenientes del Museo Municipal de San Miguel del Padrón, el Museo Biblioteca Servando Cabrera Moreno y el Museo Nacional de Bellas Artes. De igual modo, se incluyen obras de coleccionistas privados. Hasta finales de mayo, Antonia convida a concretar otra parte del camino de regreso a su tierra natal.
“Uno de los antecedentes de esta exposición es La conciencia del testigo, un proyecto que en el 2009 reunió obras de Eiriz, Servando Cabrera y Tomás Sánchez, con piezas que durante muchos años no habían sido exhibidas en Cuba”, asegura Rosemary Rodríguez, curadora de la exposición. Otra vez La Habana se apresta al reencuentro con “esos lienzos, grabados y ensamblajes desobedientes, llenos de una sensibilidad otra”.
Muchos la catalogan como pionera en el empleo de los recursos instalativos. Con piezas que surgen del metal o el papier maché, se aleja de prácticas convencionales para ofrecer una obra que es prolongación de sus realidades, una forma de tomar partido, de discursar, a partir de la propia naturaleza de los materiales que trabaja. Entre colores oscuros, con superficies empastadas y ennegrecidas aparece Ñica, arañando y rasgando el lienzo como si en esas marcas quedara grabada una parte de su propia memoria o de los dolores y anhelos que movieron a la artista. La ironía y hasta una cierta forma de humor negro se hilvanan en una poética donde lo grotesco es solo el modo de exteriorizar un cuestionamiento filosófico.
“Palpitan los signos de Antonia, la agresividad internamente organizada de su dibujo, el color que emana brusco de la materia, la perspectiva diagonal y violentada”, expresó en unos de sus ensayos el desparecido crítico de arte Rufo Caballero, quien también acompaña con sus textos una de las paredes del salón.
“El decenio de los ochenta será todavía mucho más deudor de su estirpe fundadora, porque el vínculo discurrirá ahora sustancial en el espíritu, esencial en la noción misma del acto creativo y sus sentidos. La iconoclasia noble y redentora, el proyecto emancipatorio y profiláctico, la anticonformidad indagadora, la repulsa al servilismo interesado, el expresionismo antropológico de los ochenta, tienen su embrión, su inspiración, su fuente de sincera rectitud, en el arte genésico de Antonia”, escribió Caballero.
La muestra, que se presenta hasta el 23 de mayo en la galería El reino de este mundo, incluye además dos materiales audiovisuales dedicados a Eiriz.
Entre la herida y el bálsamo, con las grietas de quien ha salido a mostrarse sinceramente al mundo, retorna la artista-maestra, la mujer de la mueca y el grito con pincel grotesco, la hacedora de máscaras y mariposas; la mujer dual que camina a ambos lados del tiempo con una pregunta entre los ojos.