Un ejercicio académico singular tuvo por marco el pasado 6 de agosto la galería habanera La Acacia: la defensa de tesis para la Licenciatura en Artes Visuales de Daniela Águila, artista-estudiante que desde 2016, cuando cursaba la academia San Alejandro, puso en marcha el proyecto que desembocaría en Tramas, muestra personal que estará a disposición del público hasta el 16 de este mes.
Las 22 obras que se exhiben, en su mayoría pictóricas, son fruto del cruce de poéticas diversas, ya que Daniela trabajó cada pieza con un artista consagrado escogido. Es decir, son obras a cuatro manos, en las que la discípula confrontaba su proceso de formación con el maestro, se nutría, aprendía de sus saberes técnicos y se impregnaba con ese algo inefable que se manifiesta en el momento de la creación, cuando un rostro, una mancha que se expresa a sí misma, un conjunto de signos visuales que luego se cargarán de sentido, pugnan por nacer.
Dieciséis artistas respondieron a los reclamos de la joven, entregaron su tiempo y se pusieron al trabajo en condiciones de iguales, absorbiendo la energía que aportaba Daniela, su hambre de éxito, su empeño por marcar, dejar huellas en la piel del tiempo. Quizá se veían a sí mismos cuando comenzaban el camino, tal vez se reconocían en ese instante inaugural en que el arte es, justamente, lo que no se sabe hacer, lo que hay que inventar cada día ante la superficie, lo que se resiste a manierismos y estratificaciones convenidas con público y crítica. Daniela les propuso volar juntos, y ellos aprestaron, desplegaron las alas.
Acudieron al llamado los premios nacionales de artes plásticas Alfredo Sosabravo, Eduardo Roca, Roberto Fabelo y Rafael Zarza; a los que se sumaron Marta María Pérez, Nelson Villalobos, Moisés Finalé, José Omar Torres, René Peña, Agustín Bejerano, Luis Enrique Camejo, Niels Reyes, Rubén Alpízar, Carlos Quintana, Agustín Hernández y Reynerio Tamayo.
Con algunos de ellos, como es el caso de Finalé y Camejo, la colaboración se concretó en más de una pieza, lo que aportó en la afinación de las sensibilidades y dejó como resultado —a mi juicio— las obras de mayor peso específico.
Este vínculo maestro-discípulo no es nuevo en la historia del arte. Viene del Renacimiento, y quizá de más atrás. En aquellos tiempos, el novel artista se sumergía en la obra del maestro, de forma anónima, para aprehender del proceso al tiempo que contribuía a la realización del cuadro. En ciertas culturas africanas, a la práctica de los principiantes con el experto artesano se le llama “tiempo del aprendizaje silencioso”. Es el tiempo de observar desde una posición de humildad que facilita la acumulación y comprensión de saberes.
Tampoco es nueva entre nosotros esta colaboración entre artistas para la fundación de espacios públicos y obras de salón. La misma academia lo había puesto en práctica —más dirigido al arte conceptual y performático— con proyectos como Desde una pragmática pedagógica (DUPP) de René Francisco y Ponjuán, y Enema, que orientaba Lázaro Saavedra.
Recuerdo, además, ahora en una dinámica de colegas y condiscípulos, los estupendos grabados de Ángel Ramírez con Belkis Ayón, Luis Cabrera y otros, de la serie Dando y dando, suerte de práctica osmótica, de enriquecimiento en ambos sentidos.
Las obras
Daniela se apega al pop art, tendencia artística que, entre nosotros, contó con nombres tan aportadores como Raúl Martínez y Umberto Peña, referentes visibles en su trabajo. En una conversación tiempo atrás, Daniela me comentó que el estudio de ambos maestros le había permitido un uso desenfadado del color; de RM tomó, además, la práctica de acudir a modelos populares que, primero, fueron capturados mediante la fotografía.
La presencia femenina en el trabajo de la artista es constante. Tiene una acusada sensibilidad de género, a lo que se suma su curiosidad por las raíces africanas en la cultura cubana. En ese sentido, me parecen muy notables “Yo sí te entiendo”, con Moisés Finalé; “No estoy sola, mi herencia está conmigo”, con Agustín Hernández; “Este es mi grito Munch”, con Eduardo Roca; “Mil patakines hablarán de mí”, con Roberto Fabelo; “Explosión intelectual”, con Carlos Quintana, y “Yo también tengo mi nganga”, con Rafael Zarza.
Por su empeño de ocho años frecuentando la obra de estos artistas que ahora la acompañan; pero sobre todo por los resultados obtenidos, Daniela Águila recibió un 5+. Pero sabemos que el devenir es quien finalmente legitima y fija, y no solo en el arte. Sorprende en ella la renuncia a la iconoclastia pueril propia de la edad (por ahí hemos pasado todos), su reverencia al talento y al esfuerzo de los otros, la alegre disposición con que cada día inaugura ese trabajo tan antiguo como misterioso, el intento de apresar lo inapresable. El adjetivo “consagrado” sirve para designar al sujeto que la práctica de cierta actividad le confiere un alto grado de estimación unánimemente aceptada, y también a aquel que se consagra, se aplica hasta el límite, en la búsqueda de un resultado. Para ser tenido como un consagrado, hay que consagrarse por largos años, sin importar trabajos, fracasos ni fatigas. Esta novel artista lo sabe.
Qué: Tramas, exposición de Daniela Águila
Dónde: Galería La Acacia. San José 114, e/ Industria y Consulado, La Habana
Cuándo: Hasta el 16 de agosto; de lunes a viernes, de 9 a.m. a 4 p.m.
Cuánto: Acceso libre