Quizá pocos conozcan su faceta gráfica, pero el escritor Pedro Juan Gutiérrez no solo nos descubre una peculiar y directa obra narrativa, reconocida internacionalmente, sino que también se adentra en el universo de la poesía visual.
Autor de varios títulos en los que examina a las franjas más pobres y marginales de la sociedad cubana y que lo han hecho visible en el actual panorama literario, el narrador, poeta y periodista es también un artista de los símbolos visuales.
Así lo confirma la exposición Poesía visual, inaugurada recientemente en la galería El reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, donde Pedro Juan revela una práctica suya muy íntima y que tiene muchos más vínculos con la poesía que con lo narrativo.
La muestra tiene como antecedentes una exhibición similar en 2013, aunque mucho más pequeña, en una galería de La Habana Vieja, en el Hostal Conde de Villanueva, así como otras exposiciones en diferentes latitudes.
En el prólogo a su libro de poesía La línea oscura. Poesía escogida 1994-2014 (Editorial Verbum 2015), una antología realizada por él mismo, analicé esta faceta en la que coinciden creativamente el poeta y el creador visual.
Ha sido recurrente la tentativa de Pedro Juan de hacer poesía a través de imágenes plásticas. Desde su primer libro, La realidad rugiendo…, los poemas graficados aparecieron con particular fuerza expresiva. Después hizo pinturas y collages, como quien alimenta la necesidad de explorar nuevas formas de crear lo poético. En su ánimo, el diálogo entre imagen y palabras ha sido una constante y un concepto unitario de expresión.
La inclinación de Pedro Juan por las artes visuales proviene de su adolescencia. En algunas entrevistas ha contado que con 16 años dibujaba con intensidad. Después quiso ingresar en la Escuela Nacional de Arte y, cuando mostró al director sus cuadernos garabateados, este lo aceptó en el acto. Pero ya el joven Pedro Juan estaba matriculado en otra escuela y, sobre todo, se interpuso el Servicio Militar Obligatorio. Aquello quedó pendiente. Siguió pintando y dibujando. La pintura abstracta se le daba muy bien.
Pedro Juan comenzó a gestar sus primeros poemas visuales en 1980. Tenía entonces 30 años de edad. Sobre esos inicios ha manifestado: “Por esos años hice tres exposiciones personales en Pinar del Río, La Habana y Matanzas. Después empecé a ir a México, a las bienales de poesía visual y experimental, hasta que se convirtió en un violín de Ingres, algo paralelo a mi escritura. Y sí creo que hay vasos comunicantes entre mi poesía y los cuentos y las novelas”.
Hace unos años Pedro Juan hizo nuevas series de collages con textos que merecen, de conjunto, un acercamiento puntual. Todos giran en torno a una comprensión integral del hecho poético y los signos plásticos, una tradición que se entierra en el tiempo y que es universal.
Este rasgo de su obra merece una rápida digresión. En Oriente, como se sabe, la literatura siempre tuvo una dimensión plástica y muchos poetas de aquellas latitudes fueron además consumados calígrafos. En nuestras tierras americanas las inscripciones mayas usaron la combinación de signos gráficos y pictogramas que pudieran verse como un extenso poema-objeto grabado en piedra. Igualmente, la antigüedad grecorromana exploró las afinidades entre poesía y pintura. Aristóteles las exhibió en su Poética, y Horacio las utilizó más adelante: Ut Pictura Poesis.
Los antiguos collages están en la génesis de los primeros poemas-objetos de Occidente, que dieron lugar, siglos después, a las empresas y emblemas del arte manierista y barroco. Baltasar Gracián fue un entendido de este tipo de arte escritural y gráfico a un tiempo.
Dos siglos después, los caligramas de Apollinaire primero, y Reverdy y Bretón a seguidas, extendieron la tradición que se hizo visible con los poemas-objeto surrealistas. La poesía concreta brasileña de los sesenta del siglo XX, y en adelante, fue una experiencia que tuvo las mismas raíces.
La fuerza motriz que las ha animado es de doble impulso contradictorio: los signos gráficos tienden a convertirse en imágenes y las imágenes en signos; en algunos casos los signos conservan su independencia. Los poderes de fascinación de estas variantes poéticas residen en su capacidad de síntesis y en el despliegue simultáneo de imagen y palabra en fecunda coincidencia significante.
Pedro Juan, admirador confeso de los pictogramas de las cuevas de Lascaux y Altamira, se sintió atraído desde siempre por las combinaciones en las que la imagen juega un papel tan expresivo como la palabra. Sobre las antiguas pictografías expresó en una entrevista: “La recuperación del sentido de la vida está en los orígenes. En Lascaux y Altamira alguien, hace miles de años, nos dejó una señal para iluminar el camino”.
Ahora el autor de Trilogía sucia de La Habana vuelve sobre sus pasos con esta muestra cuya inauguración estuvo enmarcada en la programación de la Biblioteca Nacional José Martí dentro de la reciente 32 Feria Internacional del Libro de La Habana.
Un somero visionaje de las cuarenta piezas exhibidas da cuenta de temas centrales como el erotismo, el sarcasmo, la reflexión existencial, la crítica a las sociedades contemporáneas, la muerte y la duda, todos presentes en su poesía escrita y en su narrativa. Estas piezas, construidas a base de collages de imágenes provenientes de revistas y libros, poseen una frase o varias que se articulan y dan una combinación en la que reside el discurso poético, el enigma. Adentrarse en él o descifrarlo puede ser la tentativa del degustador. Para el artista es un juego, pero un juego muy serio.
Es como si todas estas expresiones creativas de Pedro Juan funcionaran como un todo y sus partes o, con un término más eficaz y apropiado, como una cosmovisión de su tiempo.
Entre signos y palabras va esta muestra que seguramente concitará el interés del público. Es un lujo contar con los poemas visuales de Pedro Juan Gutiérrez, quien expresó sentirse muy a gusto con que la muestra estuviera en esa galería.
Disfrutar esta faceta menos conocida del escritor laureado en todo el orbe, también llevado al cine, es una manera de asomarnos a su mundo espiritual, a sus obsesiones y vibraciones más íntimas.
Hasta cuándo: 22 de marzo de 2024
Dónde: Biblioteca Nacional de Cuba. Avenida 20 de Mayo, La Habana
Cuánto: Entrada libre