¿Puede amasarse el bronce como se amasa la vida? ¿Puede moldearse entre los dedos como se moldean los sentidos, las ganas…, como se moldea un sueño largamente codiciado?
La respuesta es: Sí, se puede. Pero hay que ser un virtuoso para lograrlo.
Hoy he conocido a dos de ellos. Dos que comparten el mismo nombre y la misma pasión por la belleza y la ductilidad de los metales. Se llaman Israel. De León es el apellido de uno. Rufín, el apellido del otro. Ambos han reunido una parte de sus obras en la recién inaugurada exposición Broncean dos, montada en la sede de la Asociación Cubana de Artistas Artesanos (ACAA) de Matanzas.
Catorce piezas conforman la muestra, entre las que resaltan “Como pez en el bronce”, “Inexorable”, y un guajiro cubanísimo, sin nombre, que con su guitarra en ristre parece cantar a las bondades y durezas de la vida, que son a la vez las características del metal que le dio vida a su cuerpo.
En sentido general sorprende la combinación de luces y sombras, la prolijidad en los detalles, la bien pensada aplicación de pátinas que dan al bronce tonalidades azules, rojizas, negruzcas, con un grado de maestría tal que el espectador neófito termina por preguntarse: Pero… ¿y esto no es barro? ¿Cuántos años tiene esta pieza, de verdad es de ahora?
Lo que sucede es que los dos Israeles son, ya lo decíamos, virtuosos.
Para De León, el primer paso es el reciclaje. Va de ciudad en ciudad, de casa en casa, localizando antigüedades deterioradas: lámparas, jarrones, marcos de fotografías y cuadros, cabeceras de camas, adornos en muebles de madera, de escaparates… Es el nivel elemental. Amigos y familiares también colaboran. Cerca está de llegar el proceso creativo. Día tras día acude al taller donde acumula las piezas, solo para observar cada pormenor de cada fragmento. Para identificarse con ellos. Cuando ya es capaz de memorizarlos, entonces comienza a soñarlos. A percibir las posibles combinaciones, los contrastes, hasta que llega al concepto. El cascarón del huevo ha sido roto desde dentro y por el agujero asoma no un polluelo, sino una planta carnívora. Vida y muerte quedan expuestas… pero… ¿quién fue primero?
El tiempo, inexorable, lo representa con una campana. La campana es dura, sólida, maciza, como el tiempo. Está protegida no por la angulosidad de un cubo de apariencia matemática, sino por un jarrón de curvas acentuadas. Y es que los segundos, las horas, los días y los años fluyen gráciles, envolviéndonos en su decursar, muchas veces sin que seamos conscientes.
Israel Rufín emplea otra técnica, esta conocida ya en la Grecia del siglo VI a.c.: la fundición a la cera perdida. De inicio, modela el objeto en cera de abejas. Dedica semanas a ello. Tiene que ser muy cuidadoso porque de este trabajo dependerá en gran parte el resultado final.
Una vez terminado, reviste el caballo, la bailarina o el guajiro con guitarra (tres de las piezas que ahora expone), en yeso blando o arcilla. Cuando se solidifica lo mete en un horno. La cera se derrite y sale por unos orificios creados al efecto. Luego inyecta el metal fundido, que adopta la forma exacta del modelo. Es un proceso con el que obtiene un acabado superficial excelente. Ha llegado el momento de la patinación, en el que utiliza soluciones químicas que reaccionan con el bronce y le confieren tonos y efectos muy variados, en correspondencia con las sustancias empleadas y con el número de capas que les aplique.
Si en De León observamos que la creatividad y la imaginación un lugar fundamental en su producción, en Rufín se hace evidente que encuentra sus motivos en la vida cotidiana. Lo cual no significa que sea un creador realista. Pese al bronce, o gracias a él, sus criaturas vivas exhiben una fuerza interior, una movilidad y un deseo de acción abrumadores. “Naturaleza sojuzgada desde el alma de fierro”, dice, y muy bien, Maylan Álvarez en el catálogo de la muestra.
Isarel De León e Isarel Rufín son dos artistas virtuosos, que dan forma de danza al cuerpo del bronce. Piezas suyas forman parte de colecciones privadas en México, Estados Unidos, España y Chile, y también pueden encontrarse en hoteles de la Cadena Sol Meliá, en Varadero. Durante los próximos quince días también podrán ser admiradas en la sede de la ACAA, en Matanzas.