Los tres Braco de Weimar, de un azul acero aterciopelado y onírico, se ponen en guardia cuando se traspasa el umbral imaginario de la puerta. Consiguen una descarga de adrenalina en el visitante; pero, con la misma presteza, estos emisarios del terror regresan a la indiferencia cuando notan que detrás del intruso viene el dueño. Obvio. Es un asunto de contraseñas.
El dueño es un actor que ama a los perros (imposible no parafrasear la novela de uno de sus grandes amigos) y cuyo nombre estaba en la casilla triunfal en la que la rueda de la fortuna detuvo su movimiento. Ya sabemos de la advertencia bíblica: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Este hombre aparece entre los segundos.
Todo comenzó hace treinta años. Una película echó a rodar una historia de vida que aún hoy se muestra imparable y cruza cuerdas de acción: laboriosidad, deseo, constancia, ambición, oportunidades y riesgo profesional, cuya amplitud solo nos permite captarla en fotogramas dispersos. Al fin y al cabo, la totalidad no existe ni para quien la vive y mucho menos para quien la cuenta, así sea la misma persona quien haga ambas cosas. Tal es el caso.
Monjas y frutales en el humo de la memoria
Le pregunto si recuerda la primera vez que fue a un cine. Perugorría baja la cabeza. Exhala humo después de una chupada a su cigarrillo y deja ver un anillo de plata en su anular de la mano derecha. Es el cráneo de un perro. Para los antiguos egipcios, griegos, romanos y celtas, el animal era considerado un guardián de otros mundos. ¿Será el motivo?
“Fue en el cine La Lisa. Me quedaba cerca del Wajay, donde vivía. No recuerdo el nombre de la película, pero sí que la protagonista era una monja y que la historia ocurría en un convento”.
Por las señas, lo más probable es que fuera Madre Juana de los Ángeles, un clásico de 1961 del polaco Jerzy Kawalerowicz sobre una posesión demoníaca y los ejercicios de represión del poder, léase la iglesia. Sin duda, una experiencia como mínimo inquietante para un niño en pos de la adolescencia que aún mataperreaba y tomaba sin permiso los caimitos, los mangos y las guayabas de los frutales del Wajay, en compañía de sus compinches de barrio o de escuela.
“Desde el punto de vista artístico me impresionó, porque me marcó mucho”, resume el actor, quien desde los 10 años tomaba clases de pintura en un taller de la Casa de Cultura de su localidad, unos 15 kilómetros al suroeste de la capital y colindante con el aeropuerto internacional de La Habana.
Los aviones eran parte del paisaje cotidiano. Muchos años después, con cientos de horas de vuelo y pasaportes atiborrados de visas, los viajes se hicieron parte de una rutina que aún prevalece.
Casting. La alineación astral
Perugorría tenía 27 años y solo un mediometraje habitaba su carrera cinematográfica: Boceto, de Tomás Piard, 1991, recordado más por su desnudo frontal que por los méritos de su actuación, premio del IX Festival de Cine Plaza ’92; junto a Héctor Noas, quien entonces se hacía llamar H. E. Súarez.
“Recuerdo que estaba haciendo Las criadas, de Jean Genet, con Carlos Díaz; pero al mismo tiempo actuaba en Shiralad, [Shiralad: el regreso de los dioses] unas aventuras en las que trabajaba Mirtha Ibarra y ella me pregunta: ´¿Tú no te has presentado para el casting de Fresa y chocolate?´. Le dije: ´No, yo no me voy a presentar, no voy a tener ninguna posibilidad´. Semanas después, en un encuentro en la Uneac, coincido con Mirtha y con Titón [su esposo, Tomás Gutiérrez Alea] y Mirta vuelve a insistir y le dice a Titón: ´Mira, te presento a este actor con el que estamos trabajando en Shiralad, pero que no le ha llegado la citación para el casting´. Entonces conozco a Titón y lo saludo. Imagínate, conocer a Titón, y él me dice: ´Dame tus datos para mandarte la prueba. Entonces pensé que me iban a hacer la prueba para David, que era un personaje generacionalmente más cercano a mí, que era un poco más de mi mundo, y con el que pensaba tenía más posibilidades, y cuando fui a recoger las pruebas me dicen que Titón donde me quiere ver es en Diego, porque David ya tiene muchas opciones y él está buscando un actor para Diego. Yo lo cogí con cierto escepticismo. Me dije: ´Esto va a ser imposible, seguro van a coger a un actor de experiencia mayor que yo, por la edad también, que tenga las vivencias de esa generación´. Pero bueno, me preparé. Como estaba haciendo Las criadas, con Carlos Díaz, le hablé a Carlos para que me montara la escena. Carlos lo hizo, en un acto de generosidad; él también estaba aspirando al personaje de Diego. Y entonces me presenté y me dije: ‘Esto no va a ningún lugar’, y regresé a la casa. Y no supe más”.
Pasó un mes. Perugorría ya había olvidado la historia cuando recibió una nota del Icaic con el guion de la película dentro de un sobre. Le notificaban que había sido seleccionado para interpretar el personaje de Diego. “Y ahí dije, ´Guaooo, Dios mío, ¿qué voy a hacer? Porque ¡qué clase de reto!, ¿no? ¡Qué responsabilidad! Y ahí comenzamos a trabajar para Fresa y chocolate”.
Diego
Dentro y fuera de Cuba, todavía en los 90, apenas asomaba la sensibilidad social de hoy hacia la homosexualidad o, en general, hacia las llamadas disidencias sexuales. Los prejuicios y hasta las acciones de menosprecio, discriminación y odio —algunas extremas que comportaban violencia y hasta asesinato— no eran rarezas, sobre todo en los segmentos rurales y provincianos.
¿Qué dificultades contenía el papel de Diego a lo externo, cómo mantenerlo en control y que no escapara hacia la caricatura?
Jorge Perrugoría recuerda que estaba en control. A lo interno, su identidad de hombre cis heterosexual no ponía en peligro la construcción del personaje. Los forcejeos psicológicos estaban descartados.
“Al contrario, para mí eso era un acto de rebeldía”, dice rotundo, y argumenta: “Yo era parte del grupo de Carlos, habíamos hecho la trilogía de Tennessee Williams en el 89. Estábamos formando Teatro El Público y jugábamos con el tema andrógino. Además, habíamos hecho desnudo en el teatro, todo un escándalo; y yo era actor y un actor no tiene ese tipo de prejuicio”.
Por tanto, los recelos para el artista se activaban fuera del plató. En la calle, en el barrio, en los ómnibus. “Por el simple hecho de ser un actor ya te miraban con suspicacia. Cuando hice el casting y luego la película, nunca me interesó lo que pensaran de mí. Al contrario, todas esas cosas alimentaban la fuerza para, a través del arte, criticar la intolerancia hacia las personas que eran diferentes, no solo hacia los homosexuales”, resalta.
Pero todos entendían los riesgos del personaje de Diego. Un jocoso Titón, siempre con los pies en la tierra, luego del estreno de Fresa y chocolate, prometió a Perugorría reivindicar su masculinidad con otra película: Guantanamera, la última del gran director, igualmente asistida por Juan Carlos Tabío, y que contaba, de nuevo, a casi treinta años vista, la pesadilla de la burocracia en la isla, como lo había hecho con La muerte de un burócrata, de 1966, ambas en clave de comedia negra.
“En los estrenos me preguntaban: ¿Pero tú eres gay? Yo les decía: ´No. Pero bueno, nadie es perfecto´. Siempre me escondía detrás de esa respuesta, pero en lo personal nunca tuve prejuicio; sí he vivido con el prejuicio de la gente”, rememora el artista, cuyos últimos trabajos se comparten en un par de series: Las noches de Tefía, del español Miguel del Arco, en torno a los campos de concentración franquistas para vagos, maleantes y homosexuales, y La máquina, producida y actuada por las estrellas del cine mexicano Gael García Bernal y Diego Luna, bajo la dirección de Gabriel Ripstein, hijo del gran realizador Arturo Ripstein.
Para la construcción del personaje de Diego, “su manierismo, su gestualidad”, se buscaron modelos referenciales. El propio Gutiérrez Alea lo puso en contacto con Lázaro Gómez, a la sazón productor de Pablo Milanés; en tanto Senel Paz, autor del cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, arquitectura argumental sobre la que se erigió Fresa y chocolate, hizo otro tanto con el gran escritor Antón Arrufat, Premio Nacional de Literatura 2000, represaliado por la pieza teatral Los siete contra Tebas durante los años más oscuros padecidos por los intelectuales y artistas cubanos —sobre todo homosexuales— en las décadas del 60 y 70.
En paralelo, el propio Perugorría atesoraba su experiencia andrógina con el personaje de Clara en Las criadas. “Toda esa gestualidad también la tenía muy trabajada”, recuerda, a la que sumó la emanada de sus amistades de escuela, vecinos y gente del gremio, todos gays, que le prestaron visualidad y detalles psicológicos para conseguir autenticidad.
“El tema era dosificar en toda la línea dramática del personaje como queríamos presentarlo”, explica Perugorría, mientras, con todo respeto, pide permiso para encender otro cigarrillo.
El plan de Titón era maestro: Presentar a un Diego desescalando, que va de más a menos en su exteriorización amanerada y sus tonos de frivolidad. “Desde el encuentro con David en Coppelia (epicentro del rendez-vous gay), Diego está más afectado, digamos, tiene más plumas, es más más gay que nunca, está sobrepasado, para en el transcurso de la película, irlo controlando para que saliera la parte humana del personaje”, y redujera su banalización estereotipada.
Jorge Perugorría guarda recuerdos formidables del personaje, incluso previos al rodaje. En la calle, muchos habían leído el cuento de Paz y habían visto sus versiones libres para teatro, de modo que podían darse episodios binarios: “Yo estaba en la parada de la guagua, y se me acerca un homosexual sin ningún manierismo y me dice: ´Me enteré que vas a hacer el personaje de Diego. Mira… yo soy gay, soy profesor universitario, y no tengo plumas. No conviertas al personaje en una caricatura´. Pero a veces me abordaba el caso contrario. ´Ya sé que vas a hacer Diego y Diego es como yo, de carroza, no te dejes intimidar´, y me lo decía con toda la pajarería del mundo”.
Titón enferma. Tabío interviene
“Fabuloso”. Es el calificativo al que acude Perugorría para describir el trabajo de mesa previo a las grabaciones de las escenas de Fresa y chocolate.
“Montábamos las cadenas de acciones y las trabajábamos y luego montábamos la escena y después era que entraba el equipo técnico de la película para filmar”. Por entonces, el rodaje se convirtió en un desafío para Gutiérrez Alea, inveterado fumador aquejado de un carcinoma pulmonar. “De hecho, Titón no sabía si iba a poder terminar el rodaje y por eso llamó a Tabío y empezaron a trabajar juntos”.
La situación se hacía insostenible y en medio del rodaje, Titón tuvo que someterse al quirófano. Una semana antes se reunió con los actores y ensayaron, a todo tren, como si fuera un teatrillo, las escenas que Tabío filmaría en solitario mientras Titón estuviera en el proceso operatorio y posoperatorio.
Sin embargo, apenas una semana después de la cirugía, Gutiérrez Alea regresó al set. Subía muy despacio las maltratadas escaleras de mármol del restorán La Guarida, donde se filmó buena parte de la película, planificaba las escenas y luego se retiraba a su casa a descansar.
“Poco a poco se fue incorporando cada vez cada vez más, hasta que ya estuvo en todo lo que quedaba de la película con nosotros”, rememora Perugorría con ojos iluminados por la gratitud.
—¿Cuál es el recuerdo más vívido que te queda de TGA?
—Imagínate, Titón era un intelectual ejemplar. Su sensibilidad como artista, su compromiso con un pensamiento crítico hizo que aprendiera mucho de él y después no solo fue haber rodado sus dos últimas películas junto con Tabío, sino también haberlo acompañado en el estreno de Fresa y chocolate, en diciembre del 93, en el festival de La Habana. Además, estar a su lado en las numerosas ruedas de prensa durante la presentación de la película en el extranjero fue un privilegio, sus reflexiones sobre la cultura cubana, sobre la situación de Cuba. Y siempre ese hecho de defender un cine comprometido con un pensamiento crítico. Eso para mí ha sido una de las cosas fundamentales.
Rumorología y catarsis colectiva
No podía ser diferente. Siendo una película inconforme con el status quo homofóbico y reivindicativa del pluralismo en su sentido más amplio, Fresa y chocolate levantó suspicacias. Dos años antes, en 1991, durante el llamado aldanato (en alusión al poderoso administrador de la ideología en la isla Carlos Aldana, caído en desgracia un año después), el filme Alicia en el pueblo de Maravillas, de Daniel Díaz Torres, había zarandeado el firmamento político y simbólico a partir de una sátira mordaz a los métodos verticalistas de dirección. Su pase en los cines, limitado a solo tres días y vigilado por los cuerpos de seguridad, fue la comidilla nacional en medio de la crisis paroxística de la economía.
Sin embargo, Perugorría reconoce que Fresa… fue filmada “con mucha libertad”, aunque no faltaron los comentarios simpáticos del personal técnico que traslucían el clima de sospecha permanente. “Esta película no la van a dejar poner”. “Oye, esto está muy fuerte”. “Olvídate de eso, que esto no lo van dejar salir”. Pero al final, Titón hizo la película que quiso hacer. Y de una manera también sorpresiva, la película terminó la posproducción sin hacer ningún ruido, y se estrenó discretamente sin haber llamado la atención hace treinta años”.
Aún no hay consenso. ¿Fueron quince o veinte los minutos de ovación recibidos por la película en su estreno festivalero en el teatro Karl Marx, de La Habana? Perugorría habla de “una especie de catarsis porque, además de los aplausos prolongados, había mucha gente llorando. Si algo aprendí es que Fresa y chocolate era una película necesaria para la sociedad cubana”.
—Tal como has contado, la película hizo las veces de catarsis en Cuba, luego pasa por festivales, llega al Oscar. ¿Cómo digeriste todo ese éxito de la noche a la mañana? ¿Se te subieron los humos a la cabeza?
—No, no, para nada. Al contrario. Nosotros sabíamos que estábamos haciendo una película necesaria para Cuba, pero no teníamos referente de lo que conseguiría la película en el extranjero, y nos percatamos de que los temas que abordaba Fresa… eran universales, sobre todo en aquella época.
Estamos hablando de los años 93 y 94, cuando todavía el cine internacional tenía prejuicio en abordar esta temática homosexual. Así que realmente fue una cosa tremenda lo sucedido aquí en Cuba, en Madrid, en el festival de Berlín, incluso en Los Ángeles, cuando estaba nominada al Oscar.
Un traje para el Pichi
1993 fue un año de palmarés para Fresa y chocolate. Oso de Plata —Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín. Mejor película extranjera de habla hispana en los Premios Goya. Hugo de Plata al Mejor Actor en el Festival de Chicago, Premio especial del Jurado en el Festival de Sundance, Mejor Película en el Festival de La Habana.
Ante tal avalancha, el equipo del filme era constantemente invitado a los circuitos cinematográficos internacionales y para un “muchacho de Lawton”, como se autodefinía Perugorría, el ropero era tan escueto como impresentable para las grandes ocasiones.
A toda carrera, Alfredo Guevara, a la sazón presidente del Icaic, habló con uno de sus amigos, el embajador francés en La Habana, para que le regalara un traje de etiqueta al joven actor.
“Pero era un hombre altísimo y tuvieron que llevar el traje a los costureros del Icaic para rehacerlo a mi medida”, cuenta el Pichi, apócope de Pichilingo, un mote que le viene desde sus primeros días de nacido, por una vecina que lo vio horroroso y lo comparó con un personaje de la radio cubana, Pichilingo Puchucha, descrito como esperpéntico.
Personajes
Desde celebridades —Goya, en Volavérunt— hasta enfermos mentales —Luis, en La pared de las palabras—, pasando por un alcalde colombiano, un psicoanalista cubano, un timador y falso invidente, un nostálgico emigrado cubanoamericano, un comerciante alemán, un rudo camionero, un guerrillero internacionalista, un dueño de funeraria, entre muchos otros, la carrera actoral de Jorge Perugorría, que suma más de sesenta títulos, nunca superó el Diego de Fresa y chocolate, en su virtuosismo escénico, su envergadura sentimental y, sobre todo, en sus reservas de atemporalidad. Es un clásico, para decirlo de una vez.
“He tenido la suerte de dar un viaje por el cine iberoamericano, fundamentalmente, con grandes directores. He estado en Cannes y otros festivales importantes, pero una película así, en la que todo funcione, con esa magia, es difícil en la carrera de cualquier actor. Se cuentan con los dedos de la mano”, estima al evocar el encanto y el legado de Fresa y chocolate, sobre todo porque el éxito llegó en el principio de su trabajo en los platós. “Tienes que vivir siempre con ese reto y siempre la gente establece comparaciones”, lamenta.
Al parecer, después de Diego, el personaje por el que siente más simpatías es el Mario Conde de Cuatro estaciones en La Habana, miniserie española basada en la tetralogía novelística del escritor Leonardo Padura, a quien lo une una vieja y gran amistad.
“Es un personaje que me encanta. De hecho, estamos preparando otra temporada”, anuncia el actor, para quien Fresa… continúa evadiendo la trituradora del tiempo, porque tristemente hay una realidad que la rejuvenece a manera de bucle.
El cine también es un arma cargada de futuro
En su carácter de adelantada, la película de Gutiérez Alea y Juan Carlos Tabío abrió las compuertas en el propio cine nacional para las temáticas LGBTI+ a tal punto que ya no pudieron ser bloqueadas.
Aprovechando la brecha, aparecieron tiempo después películas como Verde, verde, Vestido de novia, Chamaco, Casa Vieja, La partida, Últimos días en La Habana, Fátima o El Parque de la Fraternidad (dirigida por el propio Perugorría), Viva (aun habiendo sido la candidata de Irlanda para la mejor película extranjera en la 88ª edición de los Oscar), Santa y Andrés e Insumisas.
En todas, los discursos narrativos escarban en realidades obscenas, negadas o poco visibilizadas en el mainstream social e institucional, sea por falsos pudores o por el ejercicio de la manipulación o la cruda censura.
“En Cuba hoy, lamentablemente, hay problemas que abordó la película hace treinta años que no se han resuelto. Quizá el público que la vea ahora tenga muchos menos prejuicios que quienes la vimos en el año 93; pero continúa transmitiendo un mensaje de tolerancia, de respeto a la diferencia; y no solo a los que son homosexuales, sino también a los que piensan diferente”, manifiesta Perugorría.
—Sin atender geografías precisas, ¿cuán subversivo puede llegar a ser el arte para el status quo? ¿Mueve conciencias?
—Sí, creo que sí. El arte en general y el cine en particular tienen un alcance tremendo en lo social y el ejemplo clásico que tengo es Fresa…, pero también otras películas que he hecho que se cuestionan determinados temas. Por tanto, creo en ese poder transformador del cine que lo aprendí de Titón, y defiendo un cine que tenga un pensamiento crítico y defiendo la libertad de que los cineastas puedan reflexionar sobre los conflictos más complejos de la sociedad, sin que tengan que enfrentar por ello ningún tipo de censura y ningún tipo de represalia.
—Esas reflexiones tuyas me llevan a la noche del 27N, 2020, cuando estabas con Fernando Pérez en las afueras del Ministerio de Cultura, en medio de un escenario insólito de protesta y demandas. ¿Te preguntaste cuál era tu lugar allí, qué hacías en esa circunstancia en que la historia parecía hacer uso de su derecho a la impaciencia?
—Fue pensar que realmente era necesario escuchar a esos jóvenes. Personalmente llamé a Fernando y lo invité a intervenir, porque sigo creyendo en el diálogo. Y cuando lees o escuchas esos discursos de odio en las redes, hacen que se aleje la utopía, que yo veo como ese abrazo final reconciliatorio entre Diego y David, como dos personas que pueden ser amigos y convivir pensando diferente. Por eso estuvimos en el Ministerio, para defender la posibilidad de que exista un diálogo entre los artistas, los creadores y los jóvenes y las autoridades que rigen la cultura en Cuba.
La matriarca
“Es mi mano derecha”, dice Perugorría mientras toma suavemente el brazo de Elsa María Lafuente de la Paz, quien con una laptop sobre su regazo coloca stills de Fresa y chocolate en una carpeta para esta entrevista.
Se conocieron adolescentes, en un politécnico en el que se calificarían como tecnólogos en edificaciones. Estudiando en ese lugar, Perugorría descubrió su vocación teatral. Se hizo actor como aficionado bajo las órdenes de Eduardo Novoa, quien comandaba el grupo Albatros.
—Elsita es la que a mí y a los cuatro muchachos nos motiva siempre y facilita todo para que trabajemos y podamos crear; pero es parte de todos los proyectos; sus criterios siempre lo tomamos muy en cuenta.
—Y la familia sigue unida. Es casi una excepción en la Cuba de hoy…
—Están mis cuatro hijos con nosotros.
—¿Y a qué se dedican?
—Anthuan, el mayor, es baterista y líder de Nube Roja. El otro, Andro, es actor. El tercero es Adán, quien también está en Nube Roja, graduado de piano y ahora al frente de Yarini, y del proyecto de desarrollo local de La Habana Vieja, y el más chiquito, Amén, que se graduó de música también y ahora está en primer año en Dirección en la escuela de cine de San Antonio de los Baños.
—¿Y tú tienes alguna vena musical?
—¿Yo? No (risas), pero por parte de Elsita sí. Su hermano y primo hermano eran músicos de Afrocuba, de Síntesis, de Cuarto Espacio, y por ahí le viene la vena musical a mis cuatro hijos.
Pinceles
Antes de ser seducido por el teatro, Perugorría lo fue de la pintura. Desde su infancia. En 2001 hizo su primera exposición personal. Si me pides el pescao te lo doy, jugando con el título dotado de picaresca de un danzón clásico de Eliseo Grenet.
Fue una acción de la SGAE en la Lonja del Comercio de La Habana. Once acrílicos y litografías, que según el catálogo algunos “gritan, vociferan lágrimas, obsesiones, preocupaciones, desilusiones”. Uno de los invitados a la muestra fue un visitante de paso: el cantautor español Luis Eduardo Aute, igual de pintor.
“Los pintores cubanos amigos míos me dicen: ‘Lo mejor que tú tienes es que eres libre completamente. No tienes los prejuicios académicos que tenemos nosotros. Tú haces lo que te da la gana”, dice el artista y suelta una carcajada. Desde entonces, Perugorría ha hecho decenas de exposiciones personales, la mayoría en la isla.
“Soy un expresionista y la pintura la tengo por rachas”, indica, aunque reconoce que cada vez es menos inocente frente al lienzo. Sus cuadros se venden y se venden bien en los mercados. Es una estrategia de sostenibilidad y funciona para respaldar proyectos de desarrollo local como la Galería Taller Gorría, en el barrio de San Isidro, La Habana Vieja, célebre por su pasado de prostitución, bohemia y malavida, y tumba del proxeneta más célebre de la ciudad, Alberto Yarini.
“Posiblemente sea el lugar donde más artistas jóvenes exponen”, y en el que se ofrecen talleres infantiles de artes plásticas, fotografía, arquitectura y apreciación musical, lo cual agradecen las familias que viven en la zozobra y las violencias de una zona económicamente deprimida y de canon machista y pendenciero”.
Cine de bolsillo. El fantasma de la IA ya es de carne y hueso
Para el director estadounidense J.J Abrams, el hecho de ver una película en la pantalla de un teléfono inteligente o una tablet es la pesadilla de todo cineasta. Perugorría lo suscribe.
“Realmente la magia del cine es insuperable. La atmósfera, la pantalla, el silencio, el ritual social de ir a una sala. Todo eso permite apreciar el cine en toda su dimensión en imagen y sonido”, y termina con una frase empapada de resignación: “¿Qué se va a hacer, no?”.
—¿Y qué te parece la IA? El productor ejecutivo Mitchell Block, ganador de un Oscar, dice que la inteligencia artificial cambiará el cine para siempre.
—¿Sabes? Soy un apasionado de los temas y los avances científicos; pero creo que ninguna máquina puede tener la humanidad de un humano, ¿no? Hablándote como actor, ningún cibersistema puede expresar los sentimientos que expresa un ser humano. Eso será imposible; pero sí es un tema a nivel intelectual y práctico muy complejo. ¿Quién pondrá los límites a la inteligencia artificial?
—Es como poner puertas al campo.
“La literatura como la entendemos hoy, el cine como la entendemos hoy, la actuación como lo entendemos hoy, la pintura como la entendemos hoy, las artes en general como las entendemos hoy, podrían desaparecer. Cada vez tenemos más conocimientos para llegar más lejos, pero cómo vas a censurar el conocimiento por otro lado”, se pregunta el protagonista de El doctor Portuondo, una serie española, en clave de comedia, basada en la novela homónima de Carlo Padial que sigue la ejecutoria de un psicoanalista cubano exiliado en Barcelona, quien siempre grita a sus pacientes, bebe whisky Johnnie Walker y jura en nombre de Freud.
Perugorría se confiesa fan de la tecnología, pero reconoce que no todo lo que es técnicamente posible es socialmente conveniente y confía que “el ser humano no sea capaz de construir su propio enemigo”.
—Jorge, y hablando de inteligencias, has sido actor y director de algunas de tus películas. ¿Te parece que esa dualidad afecta la solvencia crítica que hay que tener para manejar una filmación?
—Sí, estoy de acuerdo. Lo hice en Se vende, porque era una película muy autobiográfica, una especie de metáfora y homenaje de la lucha mía y de Elsita por la supervivencia, porque desde que nos empatamos de muy jovencitos hicimos de todo para sobrevivir. Pero ya después en Fátima no repetí la experiencia y si vuelvo a dirigir, no lo haría tampoco.
—Pero en Afinidades aplicaste la dualidad…
—Sí, pero era a cuatro manos, con Vladimir [Cruz]. Fue diferente.
Años
A la vuelta de la esquina, en 2025, Perugorría celebrá sus 60, una edad jubilatoria hasta hace no mucho en la isla y número que decreta el inicio del adulto mayor, según la OMS. ¿Añoranzas de juventud? El artista echa de menos vivir a todo tren, “sin tantos compromisos”, que terminan “siendo un lastre para cualquier fuerza vital”.
—Una persona que te conoció en medio del fragor escénico de la trilogía de Williams, en el Teatro Nacional, en el 89, me contó hace muchos años cómo la ayudaste a subir a la ruta 174 , mientras cargabas a la espalda, a manera de mochila, un maletín enorme lleno de viandas para tus hijos, entonces pequeños. ¿Qué queda de ese joven hecho a la medida de los apremios? ¿Aún estás en contacto con él o se dijeron adiós?
—Sí, yo creo que sí, que sigo en contacto. Eso es parte de cómo he visto y he entendido la vida. En esencia, soy la misma persona. Aparentemente más viejo, pero con los mismos sueños, la misma voluntad que cuando tenía esa edad en que ella me conoció y con la misma pasión de hacer proyectos y de luchar, no solo por uno, sino también por aportar algo a los demás.
—Reza la Biblia: “Todo es vanidad”. ¿Cómo se cuida de ella uno de los cubanos más conocidos, escrutados y admirados dentro y fuera de la isla?
—He vivido con intensidad cada etapa de mi vida y ahora estoy entrando en una etapa ya de madurez. Cada vez hay menos espacio para la vanidad.
—¿Has pensando regresar al teatro como actor?
—Mira, con tanta felicidad que me dio el teatro y nunca he pensado volver. Al principio, cuando empecé a meterme en el mundo del cine, decía que para el teatro siempre habría tiempo. Y ya ves. Quizá en algún momento hago una obra; no lo puedo saber.
—¿Y en el cine nacional, cuándo veremos algo nuevo tuyo?
—Lamentablemente ahora el cine está en un momento muy difícil. No escapa de la realidad del país y se están haciendo muy pocas películas. Esperemos que pronto eso cambie.
Isla Verde: Cine y emprendimiento o viceversa
“No tengo una visión apocalíptica”, asegura Perugorría, pese al aluvión de noticias sobre la crisis ambiental que servirían para descorazonar al más optimista.
Es un tema que ha ido ganando centralidad en la vida del actor y no es una pose. En el techo de su casa florece una huerta. Parte de sus hortalizas las dona a un cercano Hogar de Maternidad y en un terreno aledaño a su vivienda, arrendado en calidad de usufructo, ha sembrado varios surcos de maíz.
“Siempre he sido optimista y nunca vivo pensando en lo que he hecho, sino en lo que me queda por hacer”, dice mostrando su pequeño maizal dispuesto en canteros escalonados.
Esa voluntad naturista puede explicar por qué lo separan algunas horas para que comience su más ambicioso proyecto como emprendedor privado: el Primer Festival de Cine y Medio ambiente del Caribe, como parte de un vasto programa de reanimación social bajo la sombrilla de la etiqueta Isla Verde.
Aprovechando los dones que la naturaleza le concedió, Perugorría pretende colocar, mediante un programa de desarrollo local, la Isla de la Juventud (donde la mitad del territorio es una reserva natural) a la cabeza del activismo ambientalista del ramillete de las llamadas Antillas Menores, aun si técnicamente la cubana no forma parte de estas.
Son cerca de una veintena de islitas, mordidas por un turismo insaciable y una agricultura que no ha respetado las buenas prácticas, arruinando muchas veces los ecosistemas y la sostenibilidad a largo plazo de sus economías.
Para el nuevo empeño, Perugorría aprovechó sus relaciones con el cine documental estadounidense para gestionar fondos de agencias medioambientales en Washington, a donde viajó recientemente. El proyecto es una manera de retribuir a Cuba “que tanto me ha dado a mí”, a partir de “la certeza de que la conservación medioambiental es un bien común”.
—¿Y el embargo permite esa colaboración?
—Sí, porque está destinada a un emprendimiento del sector privado y se pueden canalizar fondos.
Una de las productoras del EDF (Environmental Defense Fund), grupo de defensa ambiental sin fines de lucro con sede en Nueva York, habló con Perugorría para apoyarlo en un documental luego de que el actor prestara su voz para un audiovisual de la cadena ABC en Cuba, a lo que el cubano retrucó con una solicitud de respaldo para Isla Verde.
Para ello se ha puesto en contacto con el mundo académico estadounidense y recientemente visitó la escuela de educación ambiental, la YSE, de la rancia universidad de Yale, que desde hace más de veinte años elabora el EPI (Índice de Desempeño Ambiental) de más de 180 países.
Optimizando sus experiencias como director del Festival de Cine de Gibara, ahora en manos de Sergio Benvenuto Solás, con Isla Verde Perugorría diseñó un programa de acciones para todo el año.
Incluye talleres de emprendimiento para adultos y de cultura ambiental para niños, promoción de energías limpias con paneles solares para la agricultura orgánica y el turismo sostenible, además de la reanimación del club de buceo —ahora abandonado— del hotel Colony, y respaldo a iniciativas privadas conservacionistas.
Una de ellas se localiza en el poblado de Caimanera, donde un joven biólogo alquila dos habitaciones a turistas para que conozcan la reserva natural —permisos institucionales mediante— y luego los lleva a bucear en aguas paradisíacas con sus propios equipos. Con los fondos recaudados, el científico y emprendedor siembra corales en los viveros habilitados al efecto. “Iniciativas como esa son las que queremos multiplicar”, adelanta Perugorría.
En su edición de estreno, que será no competitiva, el primer Festival de Cine Ambiental del Caribe arranca el 31 de mayo en el cine Caribe, de Nueva Gerona, bajo los auspicios de Eleonora Isunza, cofundadora de Cinema Planeta, una consolidada iniciativa cinematográfica en México.
Gracias a la Fundación GoodPlanet, que dirige Yaan Arthus-Bertran (1946), activista medioambiental y social, director de documentales y fotógrafo francés, y a la embajada gala en Cuba, los cinéfilos podrán disfrutar de la muestra retrospectiva de este divulgador científico, así como de materiales de creadores cubanos que se han ocupado del tema medioambiental, de manera directa o indirecta.
El evento cerrará el 5 de junio, Día Mundial del Medioambiente, con un concierto de Silvio Rodríguez, cuya aparatosa logística llegará a la isla por vía marítima. La huella de carbono dejada por el festival será registrada para reducirla al mínimo en las próximas ediciones y saldarla con respuestas ecológicas, en un país como Cuba, responsable de apenas el 0,08 % de las emisiones contaminantes globales.
Siempre optimista, Perugorría sueña en grande. “La Isla de la Juventud se puede convertir en un referente como la isla mejor conservada del Caribe”, dice, mirando la floresta de su barrio a través del balcón.
Zona franca (donde se pregunta lo que se quiera y se responde lo que se pueda)
—¿Ron o whisky?
—Whisky.
—El último libro leído.
—Personas decentes, de Padura.
—La última película que viste.
—Legacy, de Yann Arthus-Bertrand.
—Se quema la Cinemateca de Cuba. ¿Qué películas salvarías?
—Trataría de salvarlas todas.
—Deportes, ¿practicas alguno?
—Me gusta nadar.
—¿Madrugar o trasnochar?
—Las dos cosas.
—¿La mar o la montaña?
—Ambas.
—¿El mejor plato para la nostalgia?
—Congrí, pierna de puerco asada, aguacate y tostones.
—Consumos musicales.
—Toda la trova, música brasileña y rocanrol.
—La ciudad más interesante que hayas conocido.
—Madrid.
—Alguna pesadilla recurrente.
—Que filmo una película y es una manera nueva de hacer cine.
—¿Y la entiendes?
—Todavía no he logrado entenderla; si no, ¡la habría aplicado ya!
—La actriz más soberbia que hayas conocido en la historia del cine.
—Cate Blanchett. Es una mostra.
—¿Y el actor?
—Marlon Brando. Soy fanático de su trabajo.
—El escritor chileno Roberto Bolaño llamaba a desear la posteridad “el mayor absurdo imaginable”. ¿Lo compartes?
—Totalmente.
—Frente al espejo, remendando a un Travis Bickle, el personaje de Taxi Driver, ¿te has preguntado quién te está mirando…?
—Yo mismo.
—¿Y no es un desconocido para ti?
—No. Hay confianza.
—“Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria”. Es una frase de Fellini. ¿Qué le dirías si fuera tu vecino?
—Maestro, estoy loco por hacer una película con usted.
—No es el bar de Rick, de Casablanca, ni tampoco El dragón verde, de El señor de los anillos, o el Bar Esperanza, el último que cierra, de aquella fantástica película brasileña… pero, ¿qué es para ti el bar Sonia, de Lawton?
—Nunca he tenido que luchar tanto por una cerveza.
—¿Cómo eres en tu peor versión?
—Introvertido.
—¿Qué tienes en común con Fidel Castro y Alfred Hitchcock?
—El cumpleaños. 13 de agosto. Somos Leo.
—¿Te sobran amigos?
—Los amigos nunca sobran. Realmente la amistad es algo que he valorado muchísimo y parte de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida las he vivido con mis amigos.
—Según contaste, criabas un puerco cuando filmabas Fresa y chocolate. ¿Algún remordimiento por habértelo comido?
—No, ninguno, y menos ahora.
—¿Tentaciones?
—Siempre las hay.
—¿Te arrepientes de algo?
—De no haber estudiado más. De no haber hecho el ISA [Instituto Superior de Arte] por ejemplo.
—¿Edvard Munch o Lucien Freud?
—Munch.
—¿Tumba o crematorio?
—Tumba.
—¿Dónde volverías a nacer?
—En La Habana.
—¿A Cuba le haría falta un abrazo como el de Diego y David?
—Sí… ¡y lo más pronto posible!
—¿Fresa o chocolate?
—Mantecado.