II
En 1958 la atmósfera en Cuba estaba caldeada. En abril, una huelga general destinada a acabar con el régimen de Fulgencio Batista no pudo lograr sus objetivos. Pero hubo armerías asaltadas, voladuras de torres eléctricas y estaciones de radio tomadas. Esteban Ventura y otros sicarios segaban numerosas vidas, entre ellas la de un joven dirigente del Movimiento 26 de Julio llamado Marcelo Salado.
Un mes después se produjo la ofensiva militar contra la Sierra, un fracaso colosal que terminaría desmoralizando al ejército, a pesar de su evidente superioridad logística y militar. En agosto, fuerzas rebeldes al mando de Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos emprendieron la marcha hacia Occidente. A fines de ese año, la batalla de Santa Clara propinaría un golpe mortal a la dictadura. La suerte ya estaba echada.
George Raft, sin embargo, permanecía ajeno a todo. En sus evocaciones de Cuba no hay ni una sola alusión a ninguno de esos hechos. No hablaba español, salvo tal vez las mínimas palabras para saludar y socializar fuera y dentro del casino. Ni le interesaba demasiado. En ese mundo, los vaivenes de la política y de la realidad monda y lironda no parecían penetrar demasiado. Para sus personajes, La Habana era toda glamour, modernidad, tropical playground. Un lugar para jugar, beber e invertir. Un sitio para el romance, un eufemismo para designar el sexo con la otra (o con el otro). La isla, en fin, de las tres erres: rumba, ron y ruleta.
En las percepciones de varios mafiosos cercanos al actor, como Santo Trafficante Jr., había a lo sumo algunos tipos alzados en las montañas de Oriente, que en 1957 habían logrado obtener cierta notoriedad en los Estados Unidos después de los reportajes de Herbert Matthews publicados por el New York Times, según los cuales el líder barbudo, una suerte de Robin Hood aplatanado, estaba vivo y no muerto, como anunciaba el gobierno. Pero nada serio. Batista era el hombre, la carta segura. Todo estaba bajo control.
La actriz y ex Miss California de 1939 Margia Dean (1922), una beldad de origen griego que trabajó con Raft en el filme Loan Shark (1952), ha dejado el siguiente testimonio desde el Hotel Colony, inaugurado el 31 de diciembre de 1958 en Isla de Pinos, como parte de la “zona libre” decretada por la dupla Lansky/Batista tres años antes:
Yo había sido invitada a una fiesta por el fin de año 1958 en la Isla de Pinos. La noche antes estaba en La Habana y fuimos al casino que George dirigía. Le dije que estábamos oyendo rumores acerca de la inestabilidad política en Cuba, y nos respondió que la Florida estaba tratando de alejar a los turistas de La Habana. Me dijo que no nos preocupáramos, que de haber algún problema, él sería el primero en saberlo.
No. Raft no dirigía nada, ni tenía dinero invertido en el Capri, contrariamente a lo que algunos han venido asegurando. Vivía de un salario que le pagaba la mafia. Punto. Estaba en La Habana no solo para tratar de darle de ancho a sus arcas personales, siempre necesitadas de cash, como apostador empedernido de las carreras de caballos que era, sino también para tratar de reverdecer su vigor sexual tras la huella de los tiempos juveniles en los que, según se dice, tuvo sexo de manera consecutiva con siete coristas allá en Chicago, la ciudad de los vientos.
Un hombre de éxito con las mujeres, dispuesto a sacar ventaja de su condición de actor de Hollywood, la cual le reservaba un acceso seguro a ciertas jóvenes criollas, como una tal “Miss Cuba recientemente electa”, con la que estaba esperando la llegada del año 1959 en el casino del Capri.
Valdría la pena citar en este punto lo que él mismo relata:
Sobre las 3 y 30 de la madrugada mi novia estaba un poco cansada, de manera que le di la llave de mi habitación y le sugerí que subiera a descansar, porque planeaba reencontrarme con ella en poco tiempo. Había una piscina cerca de la suite. El escenario perfecto bajo la luna tropical.
Había hecho mi trabajo, saludado a todo el mundo, deseado a todos un Feliz Año Nuevo. Alrededor de las seis y media de la mañana me dirigí a la suite. Ella estaba allí, durmiendo en mi cama, pero noté que abrió un ojo cuando entré a la habitación. Ahora estaba medio despierta y amorosa. “Feliz Año Nuevo”, le dije entre mis sábanas de seda especiales.
Dispuesto a pasar a ligas mayores, recuerda sin embargo que
en medio de esta bella escena, de pronto, ¡fuego de ametralladoras! ¡Y sonaban como cañones! Llamé a la carpeta. “Habla el Señor Raft. ¿Qué está pasando allá abajo?”. La operadora me respondió, pero apenas pude oírla —había mucha conmoción—. Finalmente, entendí lo que me estaba diciendo: “¡Sr. Raft, la revolución está aquí. Fidel Castro ha tomado el control de todo. Ya está en La Habana. Batista abandonó el país!”.
Cuando salió del elevador y entró al lobby, el cuadro era de caos. Una turba compuesta mayormente por adolescentes y jóvenes tiraban piedras y botellas a las ventanas del hotel. Luego entraron y empezaron a destruir cosas, una expresión del significado que tenía para los cubanos de a pie el mundo de los casinos.
Escenas como esas no fueron raras durante la madrugada de aquel jueves 1ro de enero de 1959. Relata un testimonio:
Se vivieron algunos momentos de caos en las calles de La Habana al no haber ninguna autoridad responsable. La gente salió a las calles armada con barras de acero y con el propósito de acabar con algunos de los símbolos del gobierno del presidente Batista, como los centenares de máquinas tragaperras de los casinos, que fueron arrasadas y saqueadas. También fueron saqueados algunos hogares de parientes y amigos del presidente, al igual que las casas del ministro del Interior, Santiago Rey, y del jefe de policía, el coronel Estaban Ventura.
De acuerdo con Armando Casielles, un joven cubano que le servía como chofer a Meyer Lansky, testigo excepcional de aquellos sucesos, de los 13 casinos que había en La Habana, 6 sufrieron cuantiosos daños. El Capri, el Deauvile y el Sevilla Biltmore eran dominios de Santo Trafficante, como los del Comodoro y el Sans Souci. “Trafficante abandonó las instalaciones del cabaret Sans Souci sin tomar las medidas: cerrarlo todo, irse de ahí con todo, y al amanecer el afamado cabaret Sans Souci corrió la misma suerte que el casino del Plaza”, le contó Casielles al escritor cubano Enrique Cirules.
Ciro Bianchi Ross escribe, por su parte: “Había concluido ya el show cuando Meyer Lansky llegó a la instalación [el Sans Souci]. Se enteró en el Hotel Plaza de la huida de Batista y al igual que lo había hecho ya en otros casinos, recomendó a Trafficante que recogiera todo el dinero y cerrara el local. Trafficante sacó el dinero, pero demoró en cerrar el establecimiento. A la vuelta de pocas horas el casino de Sans Souci, invadido por el pueblo, estaba destrozado”.
Raft permaneció en Cuba hasta el 10 de enero de 1959, fecha en que finalmente pudo regresar a los Estados Unidos en un vuelo a Miami. Dos días más tarde, el 12 de enero, habló con el periódico neoyorquino Schenectady Gazette sobre los sucesos del Capri: “Todo lo que hice fue hablarles en la puerta y explicarles mediante un traductor que yo era un actor estadounidense —neutral en cuanto a la política cubana se refiere— y que hicieran el favor de no molestar en el lugar”. Entonces reaccionó ante algunos despachos de prensa que describían a la turba como “miembros del ejército de Castro”. “Esa turba”, dijo, “causó grandes daños en los hoteles. Pero la componían muchachos, unos cuatrocientos, de 15 a 25 años. No había revolucionarios entre ellos porque el ejército de Castro no entró a La Habana sino hasta el 8 de enero”.
En este punto, fue bastante fiel a la verdad. En lo que a Cuba se refiere, evidentemente, nunca había sido el primero en saber nada de nada.