Más de un mes en temporada. Entre semana y lleno. Increíble. Martes, miércoles y jueves muchos se citan a las 7:00 p.m. en el Café Brecht. Gente de todas las edades, gente que quizá no tiene por costumbre citarse en un teatro. Ha sido, sin duda, un fenómeno de público. Lo había escuchado y lo constaté semanas atrás. Me dicen que junio también tendrá La cita en cartelera.
Los actores Andrea y Osvaldo Doimeadiós devuelven a la escena cubana un peculiar montaje. Por un lado, un texto, de la mano de Andrea, donde se condensa un vasto imaginario de la cultura cubana, la culta y la popular. Por otro, una puesta en escena, dirigida por Osvaldo, estructurada en cuadros o sketch, que refresca y revitaliza el género de comedia entre nosotros.
Diáfana y dinámica en su ritmo, la obra complejiza y pone sobre relieve, desde el humor, la parodia y la ironía, lugares comunes, tópicos y estereotipos relacionados con lo cubano y lo universal.
Contrastantes fuentes se cruzan y forman un tejido simpático y sorprendente. En esas “criaturas híbridas”, reconocemos ilustres padres de la filosofía y el pensamiento cubanos decimonónicos, Saco, Varela, Villaverde, conviviendo con frases, situaciones contemporáneas, personajes de la novela de turno, en un intenso y delirante palimpsesto que penetra, críticamente, arquetipos y conceptos.
La cita es, desde su propio título, una invitación a un juego inteligente y agudo con el espectador. El recurso de la intertextualidad acuñado por la francesa Julia Kristeva desde el pasado siglo, es convención y vehículo para remover ciertas fijezas ancladas en patrones y moldes sociales, culturales e ideológicos. Asombra la profundidad de Andrea, con una carrera sólida como actriz tanto en el cine y en el teatro –la vimos espectacular en El Techo, de Patricia Ramos; en Charlotte Corday y el animal, creación junto a Martha Luisa Hernández a partir del texto de Nara Mansur; cada fin de semana en Harry Potter, se acabó la magia, de Teatro El Público– para indagar en aspectos de la idiosincrasia y la identidad cubanas tomando como referencia la acumulación histórica, cultural y literaria cubanas.
La primera escena da pistas seguras de ese ingenio. Lo que ponen en solfa es el propio oficio, en este caso, la actuación. O, para decirlo mejor, la idea sobre él. Dos mujeres, con apariencias similares, están sentadas a la espera de una supuesta audición. Mientras aguarda y en la ausencia de su colega, una de ellas extrae de una bolsa perteneciente a la campaña contra la violencia a la mujer “Eres más”, productos de diversa naturaleza para su venta. Lo hace en una abierta operación de simulacro. Lentamente saca los productos, los exhibe con cuidado y los vuelve a meter dentro. Efectivamente, ese eslogan –a mi juicio no del todo acertado en esa campaña– infiere, de manera muy sutil, la situación de precariedad en la que se encuentra. Sí, efectivamente, ella es más que una vendedora furtiva. Pero, ¿lo es realmente? Luego, se desencadena, en una feroz competencia, un diálogo en el que ambas actrices apelan a todo tipo de recursos para descalificarse. Entre esos recursos están asuntos personales, planteamientos teóricos que me recordaron Utopía, el corto de Arturo Infante, quizá otra cita subliminal de la puesta, ideas acuñadas entorno a las dinastías familiares en el teatro –un juego irónico de autorreferencialidad para los Doimeadiós justamente–, entre otros temas.
La arrancada es efectiva, concisa. A partir de ahí, se suceden, uno tras otro, los diferentes sketch donde alternan los unipersonales y los duetos. En cada uno de ellos se reconoce un eficiente e inteligente tejido de textos y referencias que van bordando nuevos sentidos e ideas. Los diálogos, hilarantes, tocan temas relacionados al canon de belleza, a la doble moral, a la extrema ideologización manipuladora, a la muerte.
Figuras emblemáticas de la cultura y el imaginario colectivo se desdoblan en circunstancias ridículas y cómicas por su imposibilidad. De esta forma, ponen en situaciones bizarras a Marilyn Monroe y Frida Kahlo, por ejemplo. Tensionan, desde la ficción y zonas de sus respectivas vidas íntimas, la relación entre ellas, recolocan los mismos estereotipos que han signado a ambas artistas. Esos enroques son recurrentes durante el espectáculo en una maniobra de subversión donde lo esperado se quiebra.
Sorprenden las actuaciones en distintos registros y múltiples personajes. Tanto Andrea como Venecia Feria desarrollan un trabajo interpretativo que matiza y enriquece sus respectivos roles. Cada uno de ellos contribuye a complejizar una obra que descansa básicamente en el texto y en las actuaciones. La puesta en escena remarca este ejercicio: las deja fluir. El trabajo con los objetos, la fisicalidad y el diseño escénico también potencian, por un lado, la calidad empática de un texto que exige un ejercicio de pensamiento, y, por otro, la versatilidad en las actuaciones, el contraste entre los sketchs y el ritmo.
La cita es, de algún modo, una primera parada en el camino. Reúne no solo la creación conjunta entre padre e hija, en tanto director y autora, sino un toma y daca entre generaciones, entre oficios teatrales.