Los filmes de Jorge Molina generan siempre polémica, y no solo por las escenas de sangre y sexo, que parecen obsesionarlo como autor, sino también por razones formales. Donde algunos ven despropósitos, otros encuentran iluminadoras razones; donde cierta crítica exclama “cine chatarra”, varios aplauden una actualización del cine imperfecto que defendía Julio García Espinosa. En cualquiera de los casos, uno está seguro de que tiene frente a un cinéfilo como pocos, por el nivel de referencias que existen en sus obras.
Molina, como persona, resulta tan polémico como su cine. Cuenta que después de presentar una de sus películas, se le acercó una joven y lo llenó de insultos; una señora mayor lo felicitó ese mismo día largamente. Sin embargo, lejos de lo que muchos suelen creer, Molina no es un calco de sus personajes. Aunque sabe llamar las cosas por su nombre y no hay quien mantenga su desacuerdo en silencio; Molina es, a ratos, muy tímido, y, a ratos, tan sensible como un niño. Su gran debilidad es el cine B norteamericano de las décadas doradas, no hay semana en que no mencione nombres como, Jack Arnold, Kurt Newman, Edgard G. Ulmer, Rouben Mamoulian… y el rock de los 80.
Conversamos sobre Gíbaros, último filme donde está su impronta; y de ahí las palabras, como sucede siempre que no se habla con miedo, alcanzaron otros rumbos.
¿Cómo filmaron Gíbaros, cómo se les ocurre la idea?
Fue durante el último Festival de Cine Pobre de Gibara. Viajé para encontrarme con un amigo, Ramiro García Bogliano con el que he hecho algunos guiones. Él, Iba de jurado y yo competía por guión inédito, al final el guión no cogió nada como siempre, pero seguí allí. Lester Hamlet, el director del Festival, me dijo: “Molina, ¿por qué tú no filmas algo?” También Ramiro quería filmar pero como era jurado apenas tenía tiempo para nada. A mí me tomó de sorpresa, pero le dije: “Perfecto, si me consiguen una cámara, yo filmo”. Y ahí nos pusimos a conversar una noche de borrachera Ramiro y yo, él tenía una idea y unos apuntes que había traído consigo, yo tenía otras y nada, cogimos una servilleta y apuntamos un par de cosas, aunamos ideas, discutimos otras entre risas y tragos. Había una actriz mexicana, muy buena, que se llama Mónica del Carmen, la protagonista de “Año Bisiesto”, y le dije a Ramiro, hablemos con ella.
La llamamos y le dije: “Mónica, ¿quieres hacer de mi mujer en la película?”. Estaba una muchacha preciosa que se llama Rebeca, una actriz, de la zona, de Holguín y le dijimos: “¿Quieres ser la víctima?” ¡Vamos a abusar un poquito de ti! Ah y por supuesto, el actor, yo. Y así se fue armando la cosa. Yo me encargué de toda la producción, organizar la locura y hacer los contactos con la gente. Al otro día por la mañana salimos con una cámara, tres cuatro personas, llegamos a una casa, tocamos, invadimos el lugar, casi los despertamos. ¡A filmar ahí carajo! Los vecinos de Gibara son muy colaboradores y en un día se rodó todo. Quedó un corto que se llama Gíbaros, con G de Gibara y con mensaje salvaje, sobre lo peligroso que puede ser el amar con demasía. Funciona como una de estas cosas que yo llamo —que no es mío el término pero me encanta—cine instantáneo: es automatismo psíquico puro: se me ocurre algo y lo hago al momento. Tengo varias experiencias en ese sentido. Creamos un cortico tan potente que ahora la gente del Festival de Gibara quiere incluirlo en ese largo que se va a llamar Gibaras, porque son historias sobre ese pueblo. Aclaro que el corto que vio en el 34 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, es la versión cubana, llamémosle la del productor, que igual no difiere mucho de la versión de Ramiro, la del director, porque hemos estado en constante comunicación durante la postproducción y no hay ninguna diferencia creativa ni nada de eso. Fue sencillamente que yo pude postproducir el corto acá un poco más rápido, supervisar la edición y la mezcla de sonido y sacar el corto porque si no es así, pasa el tiempo, se enfría todo y la gente se olvida.
Es un corto donde la sangre, la violencia y el sexo hacen presencia. Explícame por qué estos dos elementos, sangre y sexo, te llaman la atención como autor.
A mí la sangre me divierte. Es muy cinematográfica. No sé si de momento veo que matan a alguien delante de mí y será divertido, pero en las películas, me hace mucha gracia; se ve bonita, los chorros de sangre se ven lindos y por eso me gusta ponerlos. No tiene ningún componente filosófico, hay gente igual que le ve cosas, es su problema.
Por supuesto que soy un tipo sexual como me imagino que son todos los seres humanos. Yo siempre digo que si tú no tienes buen sexo tu vida marcha jodida. Siempre trato de que no me pase eso para poder hacer estas cosas y divertirme mucho.
Sexo y muerte van ligadas, de hecho, se dice que para llegar al clima sexual supremo, es necesario casi morir por asfixia. Entonces busco con mis trabajos ese tipo de filosofía, la relación intrínseca entre eros y thanatos. Creo que es potente, es poderosa y a la gente como que los perturba, no los deja indiferente, creo que eso es algo bueno.
La mayoría de tus protagonistas, al menos los que conozco, son masculinos, la mujer tiende a verse como…
Quizás son misóginos, un poco.
Eso lo dijiste tú… ¿Por qué se muestra la mujer como un elemento de peligro? ¿Por qué también se ve aquí como una amenaza, que saca al hombre de su equilibrio cotidiano?
Ojo, pueden parecer misóginos. Pero en mi vida personal yo soy un tipo que ama a las mujeres con desmesura. Quizás si lo ponemos a nivel freudiano… una amiga mía, una persona brillante que es especialista en cine de terror asocia eso a una experiencia que yo le conté que me sucedió cuando era púber, adolescente. Yo tenía una novia, mi primera novia. Yo estaba becado en una escuela al campo, de esas que se pusieron de moda en los años 70. Ella estudiaba allí, en mi curso, pero nunca le había dado un beso, era amor casi platónico. Entonces estaba yo trabajando en un naranjal y de momento sentí como una presencia detrás de mí, alguien que me miraba y me acechaba, cuando miré era ella, pero lo que vi fue como una especie de súcubo, algo monstruoso que venía hacia mí, y cuando se me acercó le metí un estrallón. ¡Y la pobre lo que venía era a darme un beso…! A partir de ahí creo que siempre he visto a las mujeres como amenaza. De hecho, a mí me costaba mucho trabajo comunicarme con una mujer, decirle algo, era muy tímido en ese sentido, quizás era por eso, porque temía ser rechazado y perturbar mi buen o mal estado vital de ese momento.
Pero al final yo siempre digo, no juzguemos el libro por la cubierta. Hay que conocer un poco al Molina persona, que quizás tiene muy poco que ver con las historias que cuenta. Me encanta el sexo, claro, soy una persona bastante normal. Soy padre de familia, tengo una relación estable hace más de 17 años. Soy un tipo normal al que le gusta el cine de géneros, que le gusta hacer historias sobre el lado oscuro del ser humano. En el cine latinoamericano se ha olvidado un poco eso, se han dedicado a exportar la pornomiseria esa que tanto erotiza a Europa, para ganar fondos, ir a alfombras rojas y ganar festivales. Yo me niego a seguirles el juego a los colonizadores. Han pasado casi 600 años ya y seguimos todavía fascinados con los espejitos. Yo trabajo sobre el ser humano, sobre ese Dr. Jekyll y Mr. Hyde que todos tenemos dentro pero que no todo el mundo muestra.