Escogí para entrevistar a Jorge Perugorría la peor tarde posible: apenas unas horas antes se había enterado de que su filme Se Vende estaba ya en los bancos de películas de La Habana, pese al celo con que protegió las copias existentes…
Al usualmente afable actor le sobraban razones para estar molesto: el filme había ganado el premio de la popularidad en el pasado Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, pero por alguna razón inexplicable, su estreno en las salas cubanas era postergado hasta el infinito.
Lo que más le recondenaba era que lo había advertido. Rechazó las más tentadoras ofertas de los “banqueros”, porque como hombre de cine, solamente le interesaba que el público pudiera juzgar su película como Dios manda, en la sala oscura, con el sonido que lleva y la posibilidad de comprobar in situ si obra era capaz de dialogar, de generar reacciones, algunas planificadas, otras sorpresivas…
A pesar de la frustración, Perugorría me dedicó casi una hora. Le llaman Pichi, es industrialista, vanvanero y desde 1993 uno de los rostros imprescindibles del cine latinoamericano, gracias a Diego, su personaje en la única película cubana nominada a los Oscar: Fresa y Chocolate.
Después de tantos papeles viriles… ¿Por qué aceptas a Diego?
Era un personaje maravillosamente escrito por Senel (Paz) en su libro El bosque, el lobo y el hombre nuevo. También era mi gran oportunidad de trabajar con dos maestros: Titón y Juan Carlos.
Por otro lado, durante el rodaje sentíamos que estábamos haciendo una película necesaria. La obra abordaba temas que el cine cubano no había tocado en toda su historia, temas complejos en relación con la tolerancia, el respeto a la diferencia, y sentíamos que este país necesitaba hablar de esos temas y hacerlo con sinceridad.
¿Qué significó Diego para ti?
En esa época mis sueños eran hacer teatro en Cuba, televisión cubana y trabajar con el ICAIC en alguna película, con mucha suerte, dirigida por Titón, Tabío o Solás. Entonces llegó Fresa y Chocolate y se me abrieron otras puertas. De pronto estaba haciendo cine en Europa, principalmente en España, y en Latinoamérica: Brasil, Argentina, Chile, Colombia…
Diego representó un cambio en mi vida, me dio una proyección internacional que no estaba siquiera ni en los más optimistas de mis sueños. Con Diego crecí, me formé como ser humano y como profesional.
De cierta manera, la película contribuyó a rescatar a figuras como Lezama… ¿Conocías su obra?
Interpreté a un personaje con una cultura mucho más amplia que la mía como joven actor cubano. Yo por entonces estaba más cerca de David. Viví una relación de aprendizaje con Diego como la vivió Vladimir en la ficción con David. Fue bonito. También los viajes por otros países y culturas, que la película propició, me enriqueció como individuo, como ser humano, me hizo tener una visión más compleja y profunda de la realidad.
¿Crees que Fresa y Chocolate cumplió su cometido?
Una película no puede cambiar a un país, pero Fresa y Chocolate contribuyó a que los cubanos cambiaran un poco su mentalidad respecto a ciertos temas como el respeto a la diferencia. También, mostró al mundo una visión diferente de Cuba, fue la primera película cubana que tuvo un estreno comercial y una gran difusión a nivel internacional.
Cuando exhibíamos la película en el extranjero, muchos la miraban y se quedaban sorprendidos. No podían creer lo que veían y teníamos que explicar entonces muchas cosas sobre Cuba, que vivimos en un país diverso, lleno de matices, de gente que profesa diferentes gustos y religiones.
La idea que tenían de nosotros, por toda la campaña mediática, era que todos nos vestíamos igual, pensábamos igual, andábamos igual…
Definitivamente, Fresa y Chocolate contribuyó a cambiar esa imagen esquemática de Cuba.
¿Qué significó la nominación al Oscars?
Habíamos ganado el premio en Berlín, y de pronto viene lo del Oscar. La película había tenido una repercusión internacional tremenda. Se estrenó en Estados Unidos y luego vino la nominación.
En ese momento dejamos de ser individuos y comenzamos a pensar en que era un premio, un reconocimiento a todo el cine cubano, a su historia, a tantos años de grandes directores.
Pensábamos que la cinematografía cubana merecía un reconocimiento como ese, y tuvimos la suerte de representarla en ese momento.
¿Crees posible una segunda parte de Fresa y Chocolate?
Va a ser difícil, aunque hace tiempo algunos productores se han interesado en filmar una saga años después, sobre qué pasó con David y Diego, con su amistad. Pero hasta ahora no hay nada en concreto. Tampoco estamos todos los que hicimos la película.
Igual creo que una segunda parte tendría el mismo impacto, porque aunque ya ni las instituciones ni el gobierno reprimen, culturalmente queda en el machismo cubano. No es un tema fácil.
¿Cómo ves la realidad cubana a partir de Fresa y Chocolate?
Soy optimista, celebro las cosas que cambian para bien. Por ejemplo, para mí no fue una derrota haber tenido que esperar 15 años para poner Fresa y Chocolate en la Televisión Cubana.Yo lo ví como una victoria: la pusieron.
Además, siempre vi el abrazo final entre Diego y David como un símbolo de la reconciliación de los cubanos, de quienes ven más allá de las diferencias, de quienes quieren aprender a respetarse y a convivir.
Veinte años después…
La película está muy vigente. Tiene un extra muy humano que la hacen exitosa, y valores cinematográficos que conmueven y la hacen actual. Triunfa porque tiene que ver con el ser humano. Quizás por eso, a pesar de sus veinte años, Fresa y Chocolate sigue viva.