El Versailles es el restaurante cubano más popular en Estados Unidos y acaba de cumplir 50 años. En Lisboa hay otro y el año entrante cumple 100.
En algo se parecen: ambos son restaurantes y venden dulces. El Versailles lusitano es famoso por sus pasteles de nata o los Duchesne (de inspiración alemana y mucha crema. Recuerdo haberme comido ocho de un tirón alguna vez). También se parecen por las costillas de vaca a la parrilla y los pastelitos de camarón con ensaladilla rusa.
Pero, mientras el miamense es un establecimiento popular, el de Lisboa es “de alcurnia”. Más caro y con una clientela burguesa que se acomoda en dos grandes salones, también rodeados de espejos, casi siempre llenos de comensales.
Tienen otra cosa en común, pero en diferentes dimensiones. Son restaurantes guerreros. Mientras el de la Calle 8 ha sido centro de conspiraciones anticastristas, casi siempre en voz alta (lo que puede explicar muchos fracasos bélicos) el de la Avenida de la República, en Lisboa, también tiene su historia.
Me contaba un amigo que durante la dictadura (1928-1974) en sus predios se llevaron a cabo muchas conspiraciones. “Era un buen lugar para la conspiradera. Restaurante de la burguesía, nadie se percataba de que la izquierda se reunía allí, discretamente, y no llamaba la atención”, me explica el periodista José Ferreira, que no es pariente mío.
Después de la llegada de la democracia, el 25 de abril de 1974, se supo, por ejemplo, que el primer secuestro de un avión (volaba de Casablanca a Lisboa y allí regresó después) fue parcialmente planificado en nuestro Versailles. Los secuestradores sobrevolaron Lisboa, lanzaron octavillas apelando a levantarse contra el gobierno y volvieron a Marruecos. “Aquello fue impresionante”, acota.
También algunos de los militares que dieron el golpe de Estado de 1974 se reunieron en sus salones clandestinamente para ajustar detalles del plan e intercambiar ideas para el manifiesto político que sería presentado al país.
El Versailles de Lisboa es también escenario de reuniones durante las campañas electorales, pero no tiene mítines ni los candidatos van a tomar café o socializar con los electores. Quizás porque el café no es tan bueno como el del restaurante de Miami, pero sirven un buen expreso. Por cierto, en nuestra ciudad capital se le dice “bica”.
Dudo que en Lisboa sepan del Versailles de Miami, y viceversa. Pero tienen sus similitudes. Solo que en el de la Calle 8 la señoras de alcurnia no se juntan a tomar té a las cinco de la tarde, como si estuvieran en Londres.
Pero, de todos modos, el Versailles más famoso sigue siendo el castillo en las afueras de París, que no tiene ni restaurante ni pastelería, sino unos pasillos inmensos donde en sus buenos tiempos el Rey Sol hizo de las suyas.