Alfredo Bryce Echenique, el escritor peruano del que se dijo había llegado tarde al boom, grupo que él mismo define como “mentores de la Revolución Cubana”, porque eran años en los cuales “se era castrista o no se escribía”, llegó a Buenos Aires para presentar el tercer tomo de sus memorias, Permiso para retirarme.
Una sala llena fundamentalmente de peruanos que celebraban el Día de Perú y Bryce, a la hora convenida, fundiendo su vida con su obra, o viceversa.
“El humor se lo debo a Cortázar”, dijo: “Con él se me soltó el estilo.” Y: “Las interioridades del poder las conocí en un yate”.
Bryce Echenique es un “amante de las islas”, en ellas ha escrito todos sus libros, de modo que en algún momento después de haberlo declarado habría de surgir el tema.
“A Cuba llegué cuando nadie iba”, advirtió.
Quería decir que había viajado a La Habana mucho después de los 60, la época idílica entre la Revolución y la intelectualidad mundial, antes del Caso Padilla, ese cubo de agua fría que bañó a tantos intelectuales de Occidente.
Su relación con Cuba parte de una invitación que él mismo pidió que se le hiciera. “Un día me encontré con Roberto Fernández Retamar y le dije que por qué no me invitaba. Así se abrió Cuba para mí y dejé de estar en una lista negra.”
Ese día en verdad fue una noche y comía en la casa del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, quien había invitado a Bryce junto al escritor paraguayo Rubén Bareiro.
Sucedió a principio de los 80, década en que el autor de La vida exagerada de Martín Romaña realizó un total de cinco viajes a La Habana, aunque mucho después de que su apellido sonara entre los lectores de la isla.
Antes, en 1968, había sido mención del género cuento con su libro Huerto cerrado en el concurso Casa de las Américas, cuando aún no firmaba como Alfredo Bryce Echenique, sino como Alfredo Bryce.
Ese año el premio fue polémico, lo ganó Norberto Fuentes con un libro, Condenados de Condado, que transformaba héroes en hombres de carne y hueso.
El libro de Bryce no hubiera aspirado al premio sin el entusiasmo de los escritores César Calvo, Mario Benedetti y Germán Carnero; y, claro, sin la venia de sus maestros Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro.
Pero, debió llover bastante para que Bryce Echenique llegara a La Habana: 1981.
También ese año la colección Honda, de Casa de Las Américas, publicó su elogiado Un mundo para Julius.
Después de eso, regresó seguido: en marzo de 1986 como jurado del Premio; volvió a irse y volvió a volver para instalarse en las proximidades de la playa de Guanabo. Lo operaron de la vesícula en el Cimeq y de repente una visita de Felipe González a Cuba lo puso encima de un yate con exclusivos invitados, políticos como Javier Solana o creadores como García Márquez y el pintor Oswaldo Guayasamín.
Fidel Castro invitó al presidente español Felipe González a un viaje en yate. “Fidel le dijo: ‘Te invito a mi yate’. Y Felipe González pensó que podría buscarse un problema en la opinión pública, como el que se le acababa de armar por haber subido al Azor, un yate de Franco. Entonces Fidel le dijo: ‘Lo que tenías que haber hecho era venderle el yate de Franco a un magnate norteamericano, un coleccionista, después, por la mitad de lo que te hubieran pagado te comprabas uno igualito a este. Lo otro lo donabas al pueblo y se acabó.’”
“Aprendí del Poder, de lo risible del poder en ese yate”, dijo Bryce.
También habló de su padre, de su madre, de los momentos en los que escribía todo el día y al final entraba a un bar dando tumbos para salir firme y sereno después de haberse bebido unos tragos. Tan confusa imagen promovía, que el dueño del establecimiento le dijo: “Es usted el cliente más extraño que he tenido. Entra borracho y sale totalmente sobrio después de haberse bebido unas copas”.
Todas las respuestas de Bryce Echenique la noche que estuvo en la Feria del Libro de Buenos Aires fueron sacadas de sus libros, casi transcritas fielmente para nosotros. De hecho, no es en esta última entrega, sino en la primera de sus memorias: Permiso para vivir (Antimemorias), donde habla de Cuba. Todo un capítulo le dedicó allí, y lo llamó: “Cuba a mi manera”.
Un día de 2005, entrevistado por la periodista Fietta Jarque para El País de España, dijo de ese libro y su recepción en La Habana: “No se prohibió por esas genialidades de loco que tiene Fidel, que dijo: ‘Los libros a favor de Cuba los pago yo (entonces el KGB), los anticubanos los paga la CIA; el libro de Bryce lo ha pagado Anagrama y este tipo lo ha escrito con mucho amor, no por la Revolución, pero sí por la gente’. Es curioso, yo me alejé de su política, pero él no prohibió mi libro.”
Así es Alfredo Bryce Echenique y su obra, una monumental conversación donde lo disparatado se funde con la realidad y lo imaginado. “Los cubanos me consideraron siempre un caso perdido para su revolución y cualquier otro asunto serio”, escribió en aquellas primeras memorias.