Desde hace más de veinte años, la Dra. Llilian Llanes Godoy, una de las investigadoras más acuciosas del arte cubano, ha trabajado en un grupo de libros que contribuyen a la historia no escrita de esa manifestación en la isla. Enfocada primero en la docencia, cuando fue profesora en la carrera de Historia del Arte de la Universidad de La Habana y vicerrectora de investigaciones de la Universidad de las Artes (ISA); luego en la práctica curatorial al frente del Centro Wifredo Lam y, a la vez, directora de las bienales de La Habana, Llilian acumuló una fecunda experiencia sobre el arte cubano e internacional que le ha servido en la etapa actual de su vida, en la que se dedica por entero a la investigación.
Más allá de la crítica. Recopilación de textos críticos sobre arte (2008), con prólogo de mi autoría, evidenció una intensa relación vivencial con lo artístico que es parte indisoluble de su prestigiosa personalidad en este ámbito. Ya en ese libro —no el primero, pero sí fundamental para justipreciar a Llilian como crítica de arte— ella mostró una mirada afilada y poco complaciente, algo inusual en la literatura sobre arte a nivel internacional. Igualmente, en la compilación se aprecian su prosa eficaz y sin artificios, un lenguaje explícito que mucho deseamos ver en la escritura sobre arte, con frecuencia repleta de fraseología abigarrada y críptica, así como de adjetivaciones difíciles, a veces inadecuadas. La autora evitó tales devaneos de la crítica y cargó sus párrafos con ideas, razonamientos y observaciones lúcidas y claramente expresadas.
Llilian siguió investigando, escribiendo y publicando títulos, ocho en total, hasta llegar a los tres presentados recientemente, y que me permito bosquejar. Son libros cardinales para seguir de cerca la cultura, la creación simbólica y la docencia de las artes en el período que va de 1900 a 1930, un espacio temporal decisivo para la conformación de la joven república emanada de las guerras de independencia del siglo XIX y de las dos intervenciones militares norteamericanas.
Estamos hablando de una nación que comenzaba su senda hacia la modernidad de que la privó el estatus colonial. Una nación que va creciendo desde el desmontaje del entramado cultural de la colonia y contra las poderosas influencias, también culturales, del ávido vecino norteño. En buena medida y, sobre todo, el primero de estos tres libros lo recoge muy bien: se trataba de construir el acceso de la nación imberbe a una modernidad que se había hecho inalcanzable dentro de la subordinación a la atrasada Metrópoli española. Como bien expresa la autora: “Porque no todo fue frustración y pesimismo ni todo fue entrega a los intereses foráneos en las dos primeras décadas del siglo”. Fue un período duro, difícil, iniciático, pero ascendente.
Los tres libros: Del arte en Cuba. Enseñanza y divulgación de las artes visuales entre 1900 y 1930, Del arte en Cuba. Esculturas y 1900-1930. Del arte en Cuba. El dibujo, forman parte de un proyecto de investigación mayor sobre el arte cubano en esos treinta años. La autora persigue una aproximación a comprender la sociedad cubana del período y, dentro de ella, se acerca a los temas de la formación de los artistas y al proceso de creación y circulación del arte, en particular y por el momento, al dibujo y la escultura. Es una tarea compleja que ha sabido vencer con mucha información y capacidad de análisis.
Del arte en Cuba. Enseñanza y divulgación de las artes visuales entre 1900 y 1930 estudia y sistematiza la enseñanza privada y estatal de las artes visuales, el papel pionero de la Academia de San Alejandro, los ambientes de las escuelas, los estudios en otros países, los espacios fundamentales de la enseñanza (Ateneo de La Habana, Círculo de Bellas Artes, Academia Nacional de Artes y Letras, la Sociedad de Conferencias, el Museo Nacional y los espacios alternativos), así como el rol de la Asociación de Pintores y Escultores entre 1916 y 1930.
En este tema, la investigadora indaga sobre la Escuela Libre de Artes Plásticas y el Club de Bellas Artes, escenarios de una docencia transformadora para su momento. Finalmente, el libro versa sobre los salones de Bellas Artes del período, una recopilación muy importante para los estudiosos, pues permite examinar cómo evolucionó la creación en correspondencia con la enseñanza. Aparece un apartado sobre los salones de humorismo, fundamentales por la importancia del dibujo humorístico y la caricatura en ese momento republicano. La autora hace hincapié en la situación caótica que presentaba la educación (en general) en Cuba al término de las guerras de independencia. Sobre ese páramo hubo que realizar la recuperación de la enseñanza del arte. Al cierre del libro aparece una bibliografía utilísima para las investigaciones ulteriores sobre el tema.
El segundo volumen, Del arte en Cuba. Esculturas, está dedicado al arte tridimensional, lo que significa un gran aporte a una manifestación que ha sido subestimada a lo largo de la historia del arte cubano, aunque es bueno decir que, en el presente, investigadoras como María de los Ángeles Pereira y Meiling Cabrera han hecho aportaciones capitales a su estudio.
En la introducción, el reconocido escultor José Villa Soberón expresa: “Ordenado por temas, nos adentramos en un riguroso estudio que resulta del trabajo de todas las publicaciones de la época, de investigaciones especializadas y revistas que de alguna manera expresaron las polémicas y las motivaciones de estas obras en su momento…”.
De tal manera, lo relativo a lo escultórico, lo conmemorativo (los monumentos y conjuntos escultóricos a los próceres de la patria), la escultura funeraria y religiosa, la emblemática (medallas y plaquettes) y la escultura decorativa, son desplegados ante el lector. Llilian se encarga de advertir algo importante, y es que la historia del arte cubano se ha configurado desde la pintura, de ahí la importancia del tomo. Otra cuestión que destaca es que lo conmemorativo tuvo en la exaltación del mambisado y de los próceres independentistas una presencia fundamental en el período. Ellos fueron el núcleo duro de una sustancia nacional que se creó lentamente. Con profusión de fotografías de las obras y los artistas e igualmente con una bibliografía minuciosa, este volumen suple una carencia prolongada en nuestros estudios sobre arte.
1900-1930. Del arte en Cuba. El dibujo cierra la trilogía. Aunque esta manifestación ha tenido diversos cultores entre los críticos e investigadores cubanos, el libro de Llilian cubre un período que no ha sido precisamente el más investigado. El texto analiza las revistas Social y Carteles, vehículos por excelencia de los buenos dibujantes, el papel del gran Conrado Massaguer, un paradigma del dibujo republicano, y se adentra en el análisis de los salones de humoristas entre 1921 y 1930. Examina a los protagonistas del dibujo como Miguel Covarrubias, Emilio Amero y Alexander Bierig, en el decenio de 1920, así como a otros creadores reconocidos (y otros no tanto) como Eduardo Abela, José Manuel Acosta, Rafael Ángel Surís, Esperanza Durruthy, Ernesto de Blank y Mario Karreño.
Para no dejar nada relevante por explorar, Llilian analiza la novela Fantoches (1926), a cargo de doce escritores cubanos, un verdadero suceso editorial, y el calendario de la revista Social de 1929, así como las transformaciones del dibujo humorístico en el país. Este último había constituido una suerte de crónica histórica sobre los primeros tiempos de la república (y después en los subsiguientes), crónica que tiene hoy una vigencia enorme desde el punto de vista de la visualidad historiográfica. Acerca de esta perspectiva, exaltada por Llilian y olvidada por muchos, he insistido en los últimos tiempos en artículos y trabajos académicos; hay mucho por buscar y encontrar en nuestra iconicidad.
No debo dejar de mencionar el atractivo e inteligente diseño del artista R10, la probada calidad de impresión del taller valenciano Selvi Ediciones, la generosidad de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE), patrocinadora de la publicación de los tres libros, la que, además, destinó ejemplares para las escuelas de arte provinciales, las universidades y las bibliotecas vinculadas a las artes visuales, donación invaluable en medio de la escasez de papel para las impresiones de libros en el país. Otros apoyos han contribuido igualmente a dar a la luz las investigaciones de Llilian Llanes, como los de los artistas Roberto Fabelo y Rodolfo Martínez.
Estamos hablando, entre los tres tomos, de más de mil páginas plenas de conocimientos, en formato libro de arte, con ilustraciones, bibliografía y, sobre todo, la erudición, la tenacidad y pasión investigativa de la autora, realmente una verdadera proeza intelectual. Para la aún no escrita historia del arte en Cuba, esta es una aportación de un valor incalculable. Y aún falta la entrega del cuarto volumen, dedicado a la pintura, con el que Llilian piensa cerrar el ciclo de sus indagaciones y reflexiones acerca de los tres primeros decenios del arte en la república burguesa.