Cuando el 28 de abril de 1959 se funda en La Habana la Casa de las Américas, la recién triunfante revolución de los barbudos inauguraba un mito. Su creación solo fue antecedida por la del ICAIC -en marzo- bajo el empuje y el prestigio de Alfredo Guevara; le correspondió a la heroína del Moncada y guerrillera de la Sierra Maestra, Haydée Santamaría, la conducción de la que sería conocida de manera entrañable como La Casa.
La tarea no era fácil, la misión era difundir el mensaje de la nueva Cuba por el Continente y ayudar a vencer el aislamiento y la fragmentación cultural en que vivían los creadores de nuestros pueblos, que históricamente marcaban su Meca cultural en París o Nueva York. Así se convocó para inicios de 1960 el primer Concurso Literario Hispanoamericano, conocido en la actualidad como Premio Literario casa de las Américas. Esa primera edición se le encargó a Alejo Carpentier, quien redactó las bases del certamen y tuvo apenas tres meses para convocar a un grupo de prestigiosos escritores e intelectuales, muchos de ellos amigos personales.
De esa manera formaron parte del primer concurso Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, el propio Alejo y el por entonces muy joven Carlos Fuentes. Las 575 obras enviadas y el premio obtenido por el ya consagrado escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, demostraron la favorable aceptación del Concurso convocado por la Institución cubana. En ese año, se crean la editorial y la revista Casa de las Américas, devenida hoy, decana de las publicaciones periódicas de su tipo.
Con estas tres herramientas trabajando al unísono, pronto la Casa se fue convirtiendo en foco de atención y centro de reunión y promoción de lo mejor de la cultura literaria de nuestra América. Vinculados al Premio, a las diferentes colecciones de la editorial y a la febril revista Casa… se vio a consagrados y a jóvenes, a escritores y artistas que difícilmente se hubiesen conocido sin la existencia del nuevo espacio que proporcionó Cuba. Martínez Estrada, Cortázar, Pepe Bianco, Leopoldo Marechal, David Viñas, Mario Benedetti, Ángel Rama, Eduardo Galeano, Idea Vilariño, Augusto Roa Bastos, Iván Egüez, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Cornejo Polar, Gonzalo Rojas, Diamela Eltit, Darcy Ribeiro, Thiago de Melo, Nélida Piñón, Rubem Fonseca, Jorge Enrique Adoum, Gabriel García Márquez, William Ospina, Luis Brito García, Roque Dalton, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Manuel Galich, Rigoberta Menchú, Juan José Arreola, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Camilo José Cela, Juan Marsé, José Saramago entre muchísimos otros, comenzaron a circular sus textos en la revista, en las publicaciones de la editorial o se dieron un apretón de manos o un abrazo en los Premios y los diversos encuentros de escritores e intelectuales que se han sucedido en estos 60 años. Varios de estos escritores, hoy consagrados, como Eduardo Galeano, Ricardo Piglia, Bryce Echenique, Antonio Skármeta y Luis Brito García, vieron premiadas y publicadas sus obras aquí cuando comenzaban sus andares literarios.
Este trasiego de escritores y publicaciones benefició de un modo muy peculiar a la biblioteca de la Casa, que ha recibido a lo largo de estos años las donaciones de libros de los propios autores, muchos de ellos autografiados. La biblioteca ha sido la base, el punto irradiante del perfil investigativo, -no solo promocional- que fue creciendo al interior de la institución en la medida que la complejidad y mejor conocimiento de nuestras culturas lo fue requiriendo. Las artes plásticas, la música, el teatro, los estudios de la mujer, las culturas originarias, el Brasil, -con toda su peculiaridad cultural y lingüística-, los nuevos géneros literarios gestados en estas décadas, todo ha merecido atención de una u otra manera dentro de esa Casa que, más que el espacio físico, es una actitud, un sello de identidad y compromiso indisoluble con la América Latina y su cultura.
Nos dicen la que la conocieron que fue Haydée la inspiradora y creadora de eso que llaman “el estilo de la Casa”; un concepto casi imposible de definir pero identificable en la manera en que se proyectan los trabajadores de Casa, la que la conforman; fue Haydée también quien con gran acierto señaló que los trabajadores de la Casa no eran solo los que entraban a ella a diario a cumplir con su jornada, si no todos aquellos que, estuviesen donde estuviesen, aportaban y defendían la cultura de nuestros pueblos del modo en que lo hace la institución. Y esos rasgos distintivos, que parecen inasibles, son una clave esencial del éxito del proyecto de la Casa.
Conmueve recordar a Ezequiel Martínez Estrada dedicando sus últimos años de vida a trabajar en Cuba, a Mario Benedetti y su inseparable compañera, Luz, trabajando durante años en el Centro de Investigaciones Literarias, donde también trabajó el colombiano Óscar Collazos; a Julio Cortázar, a aquel formidable “Comité de Colaboración” que se nucleaba en torno a la revista para iluminar estrategias de trabajo en los complejos y fructíferos años 60. Ese estilo que va desde el legendario café de Eusebio (recogido en uno de los cuentos de Cortázar) hasta requerir las opiniones valiosas de esos otros “trabajadores” suyos diseminados por el mundo, la Casa lo ha sabido mantener -como la fórmula de un buen licor añejo-, bajo la conducción de Haydée, de Mariano Rodríguez y del poeta Roberto Fernández Retamar, siempre en equipo, donde cada uno cuenta.
Es estilo lleva implícita una sensibilidad única, aquella que hizo nacer el primer Concurso Literario, la que potenció aquel fenómeno llamado “boom” que cambió el panorama de la literatura en lengua española, la que cobijó y dio espacio a la “Nueva Trova”, la que no ha dejado de renovar la actitud de una institución ante una cultura, de la que se ha vuelto, a su vez, sujeto. Mantener esa dinámica es el reto de las generaciones de jóvenes que renuevan y seguirán renovando el quehacer de la Casa de las Américas, esa que hoy está cumpliendo sus primeros sesenta años al servicio de nuestra América.