El teatro Et Cetera, de Moscú, ha traído a Cuba dos espectáculos muy ‘agradecidos’. El primero, “Rostros”, una deliciosa comedia en cinco actos independientes, basada en relatos de Antón Pávlovich Chéjov. El segundo, una oda a la “Esperanza, fe y amor”, musical que combina canciones de la guerra y folclor alegórico, tan arraigados en el imaginario ruso.
“Rostros”
Quien pensó que por ‘ruso’, el humor de “Rostros”, no alcanzaría al público cubano, se equivocó. Aún y con el inconveniente de un subtitulado eficiente, pero básico, el público rió a carcajadas durante hora y media y luego, le dedicó 10 minutos de sus más fervientes aplausos a Alexándr Kalyáguin (adaptador y director) y Vladímir Símonov, los cuales tuvieron a su cargo, cinco hilarantes parejas. Cada una con su especificidad. Todas – un regalo al virtuosismo histriónico más clásico del teatro.
Rigurosa en su puesta. Sobria en la ambientación y recursos expresivos, “Rostros”, basa todo su encanto en la actuación de este par, conocido no sólo en Rusia, sino en muchas prestigiosas escenas del mundo. La universalidad de Chéjov, podría quedar anulada ante un material tan específicamente ruso. Sin embargo, el humano es humano, donde quiera. Y aunque nos falle el dominio del contexto y el idioma nos juegue una mala pasada, el riquísimo lenguaje corporal compensa cualquier laguna en la comprensión.
Más en un par de interpretaciones de campeonato. Orgánicos, desde el primer instante, Kalyáguin y Símonov, dejan de ser ellos para tornarse disímiles ‘rostros’ de la cotidianidad rusa del s. XIX. Parecería que después de tantos siglos y ‘leguas marinas’ de por medio, el mensaje ha perdido vigencia. Pero una vez más: el humano es humano, donde quiera y siglo y medio después.
Antes de ser escritor, Chéjov se dedicó a la medicina. De hecho, como nos dijo el propio Kalyáguin antes de empezar el espectáculo “sin Chéjov el doctor, no tendríamos a Chéjov el autor”. La experiencia colectada durante años de excursión por la campiña rusa, le permitió producir las más auténticas narraciones populares, sin perder su sentido intelectual, y sin traicionar tampoco la esencia de sus criaturas.
Es como si estuviéramos viendo ante nosotros a un hacendado y un francés, en un debate pseudo-patriótico; un padre y un hijo psicotizados, si me permiten el neologismo, por sus propias e inexplicables fobias. Una vieja devota, pero decrépita, tratando de dictarle intenciones por ‘vivos y difuntos’, a un nada religioso sacristán; o al guajiro, perdón muzhik ruso, medio bobo, medio astuto poniendo en jaque la siempre ‘relajeada’ autoridad (relajeada en un sentido cubano). Todo muy de aquí y de ahora, aunque sea de allá y de hace un siglo.
No por arrancar las mayores carcajadas, la última, fue la mejor estampa. Difícil destacar alguna, salvo por una simpatía personal muy marcada. Ni el texto, siempre preciso y rico en inflexiones, ni la actuación – rayando la genialidad – sufren desniveles, manteniéndose siempre en el tope de las posibilidades (algo que sólo pueden hacer criaturas de teatro como Kalyáguin y Símonov).
El anuncio de una muerte indeseada, es el leitmotiv para demostrar las veleidades del ser humano y las posibilidades de un actor, de la talla de Alexándr Alexándrovich, Artista del Pueblo de Rusia, director del Et-Cetera y cinco décadas de glorias y reconocimientos en el mundo teatral.
De una etapa temprana de Chéjov, marcada por el humor, son “En el extranjero”, “Psicópatas”, “Cantinela”, “El Malhechor” y “El Diplomático”. Siguiendo algo que se ha vuelto tradición, Kalyáguin lleva a las tablas los textos de Antosha Chejonté (como firmaba entonces el clásico dramaturgo y escritor ruso), acertando en el tono y la forma.
No por gusto, el espectáculo ha sabido ganarse el aplauso no sólo de los cubanos, rusos residentes en Cuba, cuerpo diplomático y estudiantes de actuación, que comparecieron las noches del sábado y domingo a la “Hubert de Blanc”, sino de muchos distintos públicos del planeta.
“Esperanza, fe y amor”
La emoción siempre tiene un sabor a música ¿y qué es la música sin emoción? Pero no por obvia, la opción por un musical de la Guerra, dejaba de correr sus riesgos, en tratándose de Cuba. Aquí ‘guerra’ y ‘cine soviético’ son casi sinónimos y no siempre de la mejor forma. Sin embargo, luego de una recepción que yo juzgué tibia, la platea estalló en el aplauso más prolongado y cadencioso, que haya visto en mucho tiempo, dejando atrás cualquier recelo mío.
La muerte de 30 millones de personas (según datos actuales) no pasa sin huella en el corazón de un pueblo. La Guerra – en mayúscula – es parte del imaginario ruso, pues casi todos, aun sin saberlo, perdieron a alguien o sencillamente sufrieron las consecuencias de su devastadora influencia. Por ello, es natural que más de 65 años después aún sigan tejiéndose loas a aquellos que no sólo ofrendaron sus vidas por las nuestras, sino que preservaron las suyas, para regalarnos la Victoria.
Y con ese subtítulo, “La Música de la Victoria”, se presentó ante el público habanero de este lunes esta idea de Yuli Kim, magistralmente ejecutada por Ekaterina Granítova, en la dirección artística y Grigory Auerbach, a cargo de la parte musical. Tejida a partir de números clásicos de esa etapa, con inserciones folclóricas “Esperanza, fe y amor”, nos conduce a través de sus 17 números por los altibajos de la emoción. Desde la apacible y algo inocente vida previa, hasta la madurez forzada por el miedo y la destrucción.
El humor siempre preciso y elegante diluye las tensiones de momentos realmente trágicos. Vemos justamente la ‘esperanza’, la ‘fe’ y el ‘amor’ – en ese orden – de un pueblo que está dispuesto a vencer al invasor, ridiculizado y minimizado en la mentalidad popular, quizás para olvidar su verdadera atrocidad y fuerza.
Nueves actores dramáticos, cantan, bailan, interpretan en un escenario un tin menos funcional que el originalmente concebido (ni la Covarrubias donde inicialmente la veríamos, podría proporcionar las condiciones necesarias, para la interacción total que esta puesta tiene con el público). Aún así, esto no perjudicó el desempeño, básicamente eficiente de actores y músicos tras bambalinas (más bien disimulados en una esquina del palco).
Con una ovación prolongada y rosas rojas de parte de la Embajada, el Ministerio de Cultura, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, fueron despedidos estos actores excepcionales que cierran mañana esta mini-temporada de teatro ruso, con otra función del mismo espectáculo.
Para los nostálgicos y amantes de la dramaturgia del país eslavo, una promesa: según el jefe de la Agencia Rusa de la especialidad, David Smelianskiy, probablemente contemos a finales del 2013, con un grupo teatral de gran porte en el Festival de La Habana, que esta vez estará dedicado a otra figura cardinal de las tablas universales: Konstantín Stanislavskiy.