La pianista cubana Ivette Hernández falleció la pasada semana en la ciudad de Nueva York a los 88 años de edad, según informó en las últimas horas el Centro Cultural Cubano de la Gran Manzana.
La pianista clásica, que ya despuntó como una niña prodigio en su Cuba natal, comenzó a tocar el piano a los 3 años cuando vivía en Guantánamo, la ciudad donde nació.
El centro Cultural Cubano, del que Hernández era miembro del Buró Asesor, destaca que en 1945, con 12 años de edad, se presentó con la Orquesta Filarmónica de La Habana, interpretando “Capriccio Brilliant”, de Mendelssohn, bajo la dirección del director austriaco Erich Kleiber.
Hernández fue galardonada en 1950 con el gran premio para la música y el piano del Conservatorio de París y 20 años después, en 1970, se impuso en la competición de piano internacional Louis Mureau Gottschalk, convocado por la Universidad de Dillard, en Nueva Orleans.
En 1968, Hernández y su marido, el diplomático Armando Flórez, desencantados de la revolución cubana se exiliaron en España y cuatro años más tarde emigraron a Estados Unidos, donde la pianista continuó actuando y dando clases a jóvenes intérpretes.
Ese mismo año grabó en España con la firma RCA el disco Danzas cubanas para piano de Ignacio Cervantes, un trabajo que con algunas canciones menos había grabado en Cuba poco antes, pero que se malogró debido a su deserción.
La medalla de oro lograda en el concurso Gottschalk le permitió trasladarse a Estados Unidos, y en 1972 ofrecía su primer concierto en Nueva York en el prestigioso Carnegie Hall.
Asimismo, interpretó como solista en diferentes orquesta sinfónicas como la de Milwaukee, la de Minesota y la de Miami y celebró conciertos por todo el mundo.
La prestigiosa marca de pianos Steinway la incluye en su lista de pianistas y recoge una frase de alabanza suya a sus instrumentos.
Hernández, que falleció el 26 de mayo, será enterrada este sábado en Nueva York, tras una ceremonia privada que se celebrará en la iglesia Margaret of Cortona, en el barrio de El Bronx.