No es que Marta Valdés esté de moda, aunque así parezcan confirmarlo los numerosos intérpretes que la incluyen en su repertorio. Es que, desde la década del 50, cuando comenzó a componer y a cantar sus extrañas y difíciles creaciones, también empezó a viajar en el tiempo inclasificable, única. Su estilo no es el del filin ni el del bolero, sino el de la poesía de más alto vuelo, hecha música, hecha palabra, conminándonos a reconocernos en esa canción que, según sus propias palabras, “fue siempre lo mejor que podía ponerme a inventar para salvar las tardes y las noches del miedo a lo desconocido”.
Siempre he creído que Marta es también una excelente crítica. Alguien que domina la palabra escrita tanto como la técnica de esa “cuerda al aire” que le enseñó a utilizar una profesora de guitarra y que tiene en sus armonías un lenguaje único, inimitable: el de la artista que nació para quedarse toda la vida y más allá. Por eso escucharla es para mí (y para muchos) una epifanía, por tristes que puedan ser a veces esas canciones de giros impredecibles, que no son modulantes sino tonalizaciones, que la distinguen de cualquier otro músico en cualquier sitio del mundo.
No le gustan las entrevistas ni perder su tiempo con nadie que no le proporcione un enriquecimiento o la haga reflexionar sobre su propio proceso creativo. Por eso estoy tan orgullosa y agradecida de que haya accedido a responder estas preguntas que le formulé para OnCuba, siempre con el temor de que no le parecieran lo suficientemente interesantes o motivadoras.
Pero aquí están sus respuestas: lúcidas y profundas como todo en Marta, a la que solo puedo dar gracias no solo por esta deferencia sino, sobre todo, por existir.
Parece haber un boom de tus canciones en la actualidad. Cantantes como Haydée Milanés y Gema Corredera las han elegido para su repertorio. ¿Por qué piensas que tus composiciones calan tan hondo en jóvenes intérpretes?
Cualquiera de los intérpretes jóvenes que hoy se están acercando a mi obra, es mayor que aquella muchacha de 21 años que compuso Palabras o En la imaginación, o la de 24 que compuso Tú no sospechas. Mi Canción fácil fue compuesta cuando yo tenía la edad que cumplirá Haydée este año; Gema aprendió a tocarla, y la cantaba insistentemente, cuando ella tenía 14 y yo más de 40.
Las canciones, de por vida, arrastran las almas de las personas según la velocidad que les imprimimos en la sangre cuando las soltamos listas para dejarse cantar o escuchar. Cuando fui niña, adolescente, joven, preferí las canciones de los grandes maestros, que fueron las que me marcaron. Ninguna de las que se me quedaron clavadas fue compuesta por alguien de mi edad sino, al menos, por alguien diez años mayor que yo. Hoy día, buena parte de la música que prefiero está firmada por compositores jóvenes. Todo esto da mucho que pensar y forma parte de las cosas bellas que pasan porque, como dice muy sabiamente un personaje de Lorca, “…eso tiene el estar vivos”.
¿Cómo compone Marta Valdés, a partir de experiencias personales?
Cualquier experiencia personal, cualquier desprendimiento nacido de ella, para ser llevado a letra y música tiene que contar con el amparo de la fantasía. Lo más tremendo es darles vida a esas expresiones sin que se pierda la estrecha unión de la letra con la música, y que una palabra o una frase al decirse, o un sentimiento al exteriorizarse, sean bendecidos con la música exacta para hacerse canción. Ese momento de tensiones y hallazgos en el fragor de la creación, no ha parado de fascinarme. Por eso cuando cantan, acompañan u orquestan una canción mía y me cambian caprichosamente un fragmento de la melodía o aflojan el sentido que quise darle a la letra para que el dolor doliera más o el conflicto llegara a su punto más alto y, sobre todo, cuando eso queda grabado y lo escucho, se me unen cielo y tierra y me quiero morir.
¿Cómo consigues esa genial imbricación entre la música y la letra de tus canciones? ¿Cuál de las dos cosas te importa más?
Yo compongo como aprendí a escuchar en la época en que me tocó formarme el oído y el gusto: letra y música en busca de una correlación perfecta, cuidando la acentuación y demás aspectos fundamentales del buen decir y garantizando el clima para el bien cantar. Digo “letra” y no “texto”–que es la forma que se adopta muchas veces para hablar de las canciones haciendo predominar el qué y cómo se dice, por encima del qué y el cómo se canta–. Mis canciones nacen así como te digo –letra y música– y me da mucho gusto que alguien de tu altura respete esa categoría que es toda una conquista de nuestro ingenio y diga: “la letra de tus canciones”.
Entre la gente que se fue de Cuba, ¿tienes información de algunos que te incluyan en su repertorio?
En el transcurso de algo más de seis décadas de labor autoral, mi máxima aspiración ha sido lograr mantener la mayor cantidad de canciones en condiciones de entrar, salir, descansar un tiempo, reaparecer… pero siempre estar en forma para activarse y entrar en vigencia a partir del tratamiento que les dé el intérprete. En el cultivo de eso que podemos llamar la canción de repertorio, abundan las paradojas.
Por ejemplo, la primera grabación de una canción mía salió al mercado en 1957 y estaba interpretada y orquestada por músicos que, veinte años antes, se habían ido de Cuba en busca de un mejor clima para su trabajo. En la imaginación llegó desde New York hasta las victrolas de toda la Isla, cantada por Vicentico Valdés, tocada por músicos de cualquier parte, con arreglo de René Hernández. A nadie, en aquel entonces, se le ocurría pensar dónde vivía aquel que le hacía vibrar cuando esos boleros sonaban. Ese mismo año, tres boleros míos, grabados en La Habana por Fernando Álvarez con arreglo de Bebo Valdés, entraron a sonar en las mismas victrolas. Luego salieron de viaje a partir de los 60, formando parte del equipaje del Sello Gema –es decir, se fueron de Cuba– y para su suerte, gracias a ello, en los años en que otras modas copaban los espacios de difusión en el ámbito nacional, pudieron entrar en el gusto de la gente de Venezuela, del mundo antillano más cercano a nosotros, de Centroamérica y la zona costera de Colombia, encabezada por Cartagena.
Más allá de los designios de quienes pretendían trazar pautas absolutas en relación con lo que “gusta” o “no gusta”, en mi país he sido afortunada con el aprecio de algunos de los más altos cultivadores del estilo de canción por el que me he inclinado. Ellos llevaron mi obra a sus discos, muchas veces a contrapelo con los puntos de vista de los productores nacionales, ya que esas canciones no figuraban en la categoría de las que “paran al público del teatro” en un concierto o alcanzaban un lugar en las listas de éxitos radiales.
Mi producción de los años 60 y 70 fue acunada y protegida por intérpretes que permanecieron aquí de por vida y eligieron para ellas al mejor arreglista, a los mejores ejecutantes, y cuidaron sus letras, sus armonías y sus melodías. Así, sin formar bulla, en los años 80, cuando amainó el nivel de rechazo a mi producción recibido de parte del sello discográfico único de que disponíamos en el país, dos de las más altas voces que ha dado nuestra historia musical (por cierto, pertenecientes a dos generaciones distintas) dedicaron discos enteros a mi cancionero (Miriam Ramos en 1983, Canción desde otro mundo y Elena Burke en 1987, Elena Burke canta a Marta Valdés). En 1980, alguien que ya comenzaba a despuntar entre los más grandes de todos los tiempos, Pablito Milanés, había incluido cinco títulos míos en el primer Volumen de su colección dedicada al feeling, desenterrando tres de los boleros que se habían dado a conocer en los primeros años de mi vida autoral y estrenando dos canciones, acompañado por talentos jóvenes que lo secundaron en un absoluto respeto a aquel material. Más tarde Pablito, en el ámbito internacional, no solo hizo circular esas canciones –sobre todo en América Latina– sino que añadió obras mías en los siguientes volúmenes de esa importante colección.
Párrafo aparte merecen Bola de Nieve y la insólita Freddy, dos entidades de una movilidad creciente en tiempo y espacio que ni ellos mismos soñaron alcanzar. Intérpretes fidelísimos a quienes sumo en esta deuda inmensa, verdaderos hermanos del alma como Renée Barrios, Malena, a quien vi nacer, Bobby Jiménez, la inolvidable Doris de la Torre y el excepcional caso de Meme Solís, a lo largo de muchos años, desde dondequiera que estén, han mantenido un mano a mano eterno conmigo cuidando de mi obra para que no caiga en el silencio (el olvido es harina de otro costal).
En el momento actual, como se sabe, resultan dignos de atención los casos tan contundentes de Haydée Milanés (desde La Habana) y Gema Corredera (desde Miami), cuyos discos Palabras y Feeling Marta respectivamente, grabados con músicos cubanos, dan continuidad a ese regalo que me ha dado la vida.
La lista de intérpretes de otros países que, en lo que va de siglo, han estado incursionando con verdadera altura en mi cancionero (cito como ejemplos a los españoles Martirio, Silvia Pérez Cruz, Mayte Martín, Raúl Rodríguez o Chano Domínguez, a Carmen Prieto de Chile, a Juan Quintero de Argentina, a Claudia Gómez de Colombia, Corina Peña de Venezuela, Mariela Condo, de Ecuador) me hace sentir honradísima.
Agradezco a la vida la certeza de que mis canciones, concebidas con la aspiración de mantenerse “en repertorio”, hoy por hoy, después de más de seis décadas bregando, están en buenas manos.
Eres una excelente escritora. ¿Has pensado en redactar tu autobiografía?
Me gusta poner cosas por escrito, pero, ya en este momento, la mejor manera de dar gracias por haber llegado a mis 82 años con lucidez y con muy pocos padecimientos de salud, consiste en tomarle el pulso a cada porción de vida que me toque. Afrontar el envejecimiento físico es ya una faena que reclama fuerza y que sucede a la vista de todos. Cada cosa que hago lleva una carga de reflexión y cuidado que no deja espacio, tiempo ni energía para mirar hacia atrás y darse el lujo de re-vivir mediante la palabra sino de tomarle el pulso al milagro de la vida.
¿Qué cambiarías del mundo en que te tocó vivir?
Por ejemplo, el protagonismo que ha ido alcanzando el ruido. Por ejemplo, la manía de unos seres humanos de querer dominar a los demás. Por ejemplo, la práctica impune de la arbitrariedad. Y la lista de mis propias incapacidades (cuyos pormenores me reservo).
¿Quién es Marta Valdés como persona y como artista?
Eso que lo deduzcan los demás pero, por favor, sin inventar, sin poner ni quitar sino desde la observación, desde la escucha atenta, desde la indagación, que es más sana y enaltecedora que la interrogación. Solo acotaría que soy una cubana artista, que ha vivido con los pies puestos sobre esta tierra desde que vio la luz, en la primera mitad del siglo XX. Como reza un decir que leí hace un tiempo, el resto es “lo demás”.
Hermosa entrevista, no podía ser de otra forma. Gracias a las dos. A Marilyn por preguntar y Marta por responder. Un regalo de verano para todos los que gustan de la buena música, la que quedará para siempre.
Gracias Marilyn por la entrevista. Y sin dudas, gracias a Marta por aceptarla. Te confieso algo de envidia, pues traté de tenerla en mi libro sobre las cantantes, donde está, como es imprescindible, pero no con una entrevista actual. Ojalá pudieras influir en la decisión de escribir su biografía, pues con su profundo conocimiento y vivencias del mundo musical cubano, sería un aporte increíble. Se lo he dicho y calla. Quizá nos tiene, quién sabe, alguna sorpresa. Atinadas preguntas y sabias respuestas. Saludos desde México