Busco que los sueños / sean más posibles / que la realidad.
Santiago Feliú
Desde hace días me encuentro inmerso en el mar de canciones de Santiago Feliú. Sus temas siempre me han acompañado, pero últimamente parecen resonar en mí con intensidad mayor, sin que sepa exactamente qué ha desencadenado el acercamiento.
Hoy, sin embargo, sí podría encontrar un motivo; aunque no lo necesite nunca para escuchar a Santi. Es 12 de febrero y se cumplen diez años de su partida.
Estos años hemos seguido teniéndolo cerca, vivo en la canción que nos da, el verso como asidero en momentos duros o entrañables de la vida. Santiago es de una persistencia hermosa.
En 1978, con solo 15 años, el menor de los Feliú desafió las expectativas al presentarse a una audición para unirse al Movimiento de la Nueva Trova. Interpretó composiciones propias, “Batallas sobre mí” y “Dime”. Pablo Milanés, miembro del jurado, quedó impresionado y al terminar aquel muchachito le lanzó este tremendo elogio: “¡Ojalá alguna vez yo pudiera crear dos canciones como esas!”.
Batallas sobre mí
Se le caen los dientes a mi barba
y sólo doy a la luz
canciones comprometidas:
texto, música, nada más.
Blancas, blancas mis canciones
trotan, trotan de ansiedad;
buscan la guitarra de sueños y caricias,
buscan tu beso por el mar.
Ven que estoy aquí, creo que es así:
texto, música, sin ti,
me sabe a batallas sobre mí.
Ven que estoy aquí, creo que es así:
texto, música, sin ti,
me sabe a batallas sobre mí.
Batallas de solo escudo para mí
y flechas de mí hacia mí.
Luego, llanto;
más tarde, papel y cuerdas;
y resultado, sólo mierda.
Ven que estoy aquí, creo que es así:
texto, música, sin ti,
me sabe a batallas sobre mí.
Ven que estoy aquí, creo que es así:
texto, música, sin ti,
me sabe a batallas sobre mí.
Se le caen los dientes a mi barba
y sólo doy a la luz
canciones comprometidas:
texto, música, nada más.
(1978)
Mis primeros encuentros con las canciones de Santiago Feliú se remontan a mediados de los 90, en mi adolescencia. Tendría unos 15 años cuando Eduardo Frías Etayo, un hermano de la vida, llegó a mi casa en Holguín y traía la primera discman que vi en mi vida. Entre sus CD, descubrí uno grabado con una recopilación de la intensa y conmovedora música de Santiago. Me estalló la cabeza. Eduardito me lo regaló y me avisó que pronto Santiago Feliú se convertiría en parte de algo importante en mi vida. Y así fue.
Sacando otras cuentas, hace veinte años de la primera oportunidad en que lo viví en vivo y directo. Fue, además, la primera vez que lo retraté.
Fue un encuentro al más genuino estilo Santiago Feliú. Corría 2004. Con La Habana como nuevo hogar y el fotoperiodismo como pasión, me aventuraba por las calles de la capital cubana equipado con una cámara soviética Zenit y un modesto rollo de 36 exposiciones, que debía durar unos meses hasta poder permitirme comprar otro. Un día me llegó un regalo inesperado: una película marca Ilford de 800 ASA, lujo extraordinario para aquella época y mi primer encuentro con un rollo de esa calidad. Podría hacer fotos en la noche sin la necesidad de flash.
Por esos días anunciaron en el teatro Carlos Marx un concierto de Santiago Feliú y la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa. No dudé en estrenar y dedicarle todo mi nuevo rollo a la presentación.
Sobre el escenario, además de los grandiosos músicos de la orquesta, junto al trovador, destacaban figuras como Roberto Carcassés al piano, Elmer Ferrer en la guitarra, Néstor del Prado en el bajo y Ruy López-Nussa en la batería. ¡Una verdadera bandaza!
El teatro estaba casi vacío, así que pude sentarme en primera fila, frente al escenario. Quedé fascinado.
Santiago rompía todo tipo de formalidades. En un momento olvidó por unos instantes la letra de su propia canción, hizo gestos con la mano para que se detuviera la mismísima Orquesta Sinfónica Nacional. Cuando se dio cuenta del “sacrilegio”, pidió perdón. Todos rieron, incluido el maestro Pérez Mesa, quien con una sonrisa cómplice perdonó el descuido del trovador. El espectáculo continuó, y no puedo olvidar cómo resonó “Ansias del alba”.
Las fotos que tomé quedaron técnicamente muy mal, pero son un modesto y tierno documento de una fecha importante para mí: la primera vez que tuve la oportunidad de fotografiar a Santiago Feliú. Por suerte vendrían muchas después.
Años después, emocionado, comenté la anécdota con Darsi Fernandez, amiga cercana de Santiago y quien lo conocía como pocos. Darsi, por supuesto, estaba aquella noche en el Carlos Marx. Me contó: “Estuve buscando en Internet y ni siquiera encuentro mención de prensa de ese concierto. Tú lo recuerdas con el cariño del descubrimiento. Yo lo pasé fatal porque había un error detrás de otro, errores de producción, de audio, de todo tipo. Lo sufrí y luego me fui para su casa y lo puse de vuelta y media porque había desperdiciado una oportunidad única; y luego nos reímos y se me pasó”.
Era así. Al parecer a Santi se le perdonaba todo. O casi todo: si hay algo que seguimos reprochándole es que se fuera tan pronto a esa gira eterna.
Hoy leo unas sentidas palabras de Darsi en la revista AM:PM dedicadas a Santiago: “Quizá lo intuíamos ya cuando tus canciones nos retrataban el alma y parecían tener la temperatura exacta de nuestras angustias y anocheceres. Pero solamente ahora, en la distancia que has marcado con esa muerte a un tiempo inesperada y oportuna, hemos caído en la cuenta de que eras un filósofo, dedicado a dudar de todo y a tratar de explicarse el sentido de la vida. Y que, a falta de otras herramientas, discurriste sobre la existencia solo, con una guitarra y una voz. Y en ese intento encontraste… y perdiste, para volver a encontrar…, una y otra vez del Amor su sustancia y misterio”.
Cuando vio la luz Ay, la vida, en 2010, el que sería su último disco en vida, me crucé con él en varios espacios de La Habana. Siempre me atendió con familiaridad, cosa que me alimentaba las ganas de entrevistarlo; pero el trovador era esquivo… Hasta un día. Aceptó responderme un manojo de preguntas por e-mail.
Repaso aquellas respuestas publicadas entonces en Juventud Rebelde y quedo perplejo con su vigencia tremenda.
En una parte confiesa: “Dejo que la inspiración supere al oficio. La música me sale más espontánea. Casi siempre con una estructura de canción. Luego trato de poner versos sobre esa melodía inventada. También, a veces, con melodías sin palabras, hago instrumentales por puro placer guitarrístico”.
En otro tramo cuenta:
La verdad es que escribir me cuesta. El qué decir es una cuestión trabajosa sobre todo cuando se ha dicho tanto, incluyéndome. Pero el español es tan mágico que te permite inventarte una poética que va diciéndose sola. Así me va saliendo la canción.
—La vida es motivo reiterado de tus canciones… —le dije.
—Debe ser por la muerte.
—A principios de los 90 cantaste en “Náuseas de fin de siglo”: Lo que pasa es que lo eterno / no es de nosotros. / Lo imposible es esa brújula rota en el alma. / El amor de la sonrisa / contaminándose más. / Y en el miedo de querer / todo lo que está ahogándose”. ¿Qué náuseas te provoca el principio de este nuevo siglo?
—Pues son las mismas: El hombre sigue bruto, prepotente y mediocre. Destruye el planeta y juega a la guerra en nombre de la paz. Y tanto avance de la ciencia y la tecnología para luego involucionar. Creo que sería bueno una invasión de extraterrestres para ver si nos unimos y dejamos de matarnos entre nosotros.
En la madrugada del 12 de febrero de 2014, a sus 51 años, en plenitud creativa y vital, Santiago Feliú se desplomó sentado al piano, dejándonos a muchos un poco huérfanos.
Pero las olas de su mar continúan salpicándonos, recordándonos la profundidad de su arte y la intensidad de su pasión. Como si la sal que trae esa espuma jamás se despegara de nuestra piel. Yo, de todos modos, la marqué con tinta en mi antebrazo con uno de sus versos: Ay, la vida.
Resumiendo
Resumiendo.
Fue tan cerca
llegar a este momento
donde la vida muere por vivir.
Fue todo corriendo
hacia un saber sin saberlo,
a contra el viento.
Fue como hacerle el amor
al tiempo.
Fue tan pronto
que casi no recuerdo
la risa de la cara de tu amor
romántico y tierno,
enamorando la suerte
en cada momento.
Fue como hacerle el amor
al viento.
Fue creciendo
la forma de este canto
que va apagando luces tras de sí:
fantástico encanto,
novio de la tristeza
de los inventos.
Fue como hacerle el amor
a un cuento.
La vida se merece
no equivocarse jamás
porque aplasta su sueño,
se nos muere el tiempo
que nos tocó para amar.
La vida vive con y sin nosotros,
pero la vida nuestra
determina el espacio
de su propia huella,
vivida en cuerpo y alma.
La vida entera,
la que nunca alcanza,
para recomponerla,
se apura toda,
se acompaña sola
y se desatormenta.
La vida un día
amanece muerta.
Entonces, calma:
siente, vive y salva
la vida mientras viva.
(2010)
Santiago es un genio adorable, es un extraterrestre entre nosotros. Solo le pido que me reserve un asiento en primera fila en sus conciertos.