Carmen París es una criatura de escenario. La aragonesa posee un don proverbial para comunicarse con el público, repasar su propia vida en la tarima y desdoblarse bajo las luces en mil personalidades distintas, aunque, al final, solo siga siendo ella misma.
Su concierto en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana este sábado, abrió su primera gira por América Latina y fue una muestra de la búsqueda incesante que ha definido su carrera a partir de la internacionalización de la jota, uno de los géneros tradicionales de la paleta de sonoridades de la cultura española.
Tarragonesa de nacimiento la París trajo a La Habana una revisión significativa de sus cuatro discos Pa’ mi genio, Jotera lo serás tú, InCubando y Ejazz con Jota, en los que descansan canciones de inspiración universal capaces de unir con naturalidad la jota con ritmos caribeños, africanos, latinos o cuanto género crea pueda aportar a la permanencia y la evolución de la identidad sonora de su país.
París no es una cantante muy conocida en Cuba a pesar de que lleva más de tres décadas sobre el escenario. Su carrera es un claro ejemplo de coherencia, autenticidad y solidez interpretativa. Con una voz que se hace más universal mientras más profundiza en sus orígenes, ha logrado sentar cátedra en los más acreditados escenarios internacionales, donde ha expuesto a través del esplendor rítmico que la identifica su memoria personal y compartida.
Carmen comenzó con una de las transnacionales de la música más reputadas, la Warner, pero por desavenencias y, quizás hasta guiada por el interés en mantener su independencia, decidió desarrollar su obra en los circuitos màs alternativos.
Lo fidedigno, lo original y lo auténtico se percibió en este concierto en la que Carmen reveló las vivencias que le pertenecen para dar una master class sobre las tablas por las que desfilaron canciones como “Jotera lo serás tú”, “Chavalica”, “Mucho Ringo-Rango” y “Bolero cuántico”, entre otras muchas.
Las canciones de Carmen París no han sido escritas como temas al uso, sino que proceden de sus historias, de su recorrer, de esa vida que ha explotado al máximo para conocer o acercarse lo más posible a lo que significa la verdadera existencia humana.
Los instrumentistas la secundan con precisión y destreza. La perfecta comunión que establece con ellos solo podía nacer de una filosofía compartida sobre la música y sobre el mundo que los rodea. Carmen hace casi de todo encima del escenario. Baila de forma expansiva ese ritmo aéreo que es la jota, cuenta historias de amor, de quebraduras, de sus experiencias en distintas partes del mundo, de su región natal, de resistencia, y de los próceres que un día la inspiraron a subirse al escenario y no bajarse jamás.
La española viajó hace más de 10 años a Cuba donde dio forma a su disco Incubando, uno de los más conceptualmente elaborados en su repertorio. En su concierto hizo un repaso sobre los espacios que habitó en ese viaje y cursó una invitación a un guitarrista que la estuvo acompañando en esos conciertos casi clandestinos que ofreció en La Habana. El “Yoyi”, como llamó a ese mulato de manos firmes y rostro endurecido por el tiempo, la escoltó en una interpretación con la que se remitió a aquellos tiempos aciagos que vivió en la capital.
Carmen ha construido un mundo sin fronteras, un territorio en el que ella misma es el puente hacia otras culturas y que se basa, especialmente, en la ruptura de cualquier matiz que simplifique su continua necesidad de libertad. La plenitud de su obra, de su puesta en escena, de sus recorridos por las geografías más inhóspitas sin abandonar la oscuridad de las tablas, tiene como principio la curiosidad, la emigración y el regreso, y esa libertad de expresión que en ella ha tomado el rostro de la permanente búsqueda y experimentación.
Durante su carrera ha colaborado con una pléyade de astros de la historia de la música y de la creación sonora más contemporánea. Participó con su versión de “Calle melancolía” en el disco Entre todas las mujeres, un homenaje a Joaquín Sabina bien conocido entre los seguidores del madrileño. Ha colocado su voz, además, al servicio de otras leyendas como el mexicano Armando Manzanero y ha incursionado en muchos mundos sin dejar el propio, para ampliar los matices de su obra y quizá para saldar cuentas con el legado que defiende, aunque de alguna manera se haya alejado un poco de los reflectores para darle cuerpo a su obra de manera independiente. Un precio que ha sabido pagar con dignidad y que, incluso, le ha permitido mantener incólume su necesidad de expansión.
Carmen conoció a los músicos de Habana Abierta en España, el país que se convirtió en un escenario natural para este indomable colectivo de cantautores. De ese intercambio emergió el tema que grabó con Luis Barbería, uno de los invitados a la noche de Carmen en La Habana. Ambos intérpretes, junto a Nam San Fong, otros de los instrumentistas imprescindibles de este grupo cardinal de la contemporaneidad cubana, echaron mano a “Del cielo a mi vida“, una canción grababa por Barbería en su disco a A full y que integró las pistas de 1234, un material poco conocido de Habana Abierta que no llegó a ser estrenado en formato físico.
Con Raúl Paz hizo otro de los dúos de la tarde. Recordó cómo se conocieron en unas fiestas populares y arropó con elogios al cubano. Carmen París, cuyo concierto habanero pasó prácticamente desapercibido en los medios tradicionales de la Isla, regresó con esta presentación a un país cuya música ha ejercido una influencia notoria en su carrera, tanto la que defienden los creadores radicados en la isla como los representantes de su diáspora.
Y desde Cuba trazó las líneas maestras de un viaje de ida y vuelta hacia los territorios más increíbles del mapa, para demostrar que la inmersión en sus orígenes le ha permitido descifrar todas las incógnitas que puede guardar la música y sobre todo la jota, ese género cuya defensa ha sido para ella una declaración de principios.