Hace siete años el concierto habanero de los Rolling Stones acaparó titulares en la prensa y la televisión estadounidenses. Cuba estaba en el bombo, como lo había estado durante la tormenta de Elián González o la primera visita de James Carter en 2002.
Pero esta vez el protagonista de la historia no fue ni la separación/división familiar, ni el Proyecto Varela, mencionado por el expresidente en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, ni siquiera el mismo Obama, que ya había volado a la Argentina, sino una banda con un hálito satánico, envejecida y sin embargo capaz de movilizar a millones de personas de distintas generaciones alrededor del mundo.
En un texto clásico, “Peripheral Vision: US Journalism and The Third World”, William Dorman analizó las prácticas profesionales de los medios del mainstream hacia el Tercer Mundo, y en específico hacia América Latina. Una es el empleo de códigos propios de la Guerra Fría que aparecen regularmente sin justificación o explicación. “Las frases peyorativas —argumenta— actúan como buzzwords: son cortas, tienen un alto contenido emocional y amplia aceptación, como si tuvieran un significado sobrentendido”.
En el artículo “Rolling Stones Tell Giant Crowd ‘Times are Changing’ at Cuba Debut”, de Daniel Trotta y Frank Jack Daniel, socializado por AOL News, se transparentaba el empleo de esos códigos y las limitaciones de una cobertura descontextualizada e ideológica, sustentada en presunciones y en el desconocimiento de las dinámicas internas cubanas. Y que conste: esto no es atípico. Órganos como The New York Times, The Wall Street Journal y Los Angeles Times anduvieron por derroteros similares al referirse o cubrir el evento. Prácticamente con los mismos gestos, las mismas palabras.
Su lead contenia un elemento factual —la celebración de un concierto masivo gratuito de la banda en La Habana— mezclado a renglón seguido con una proposición falsa de cabo a rabo: ¡por primera vez desde 1959 — dijeron— la isla ha estado expuesta a la cultura occidental!, ideologema al que se le ubica incluso un plazo temporal de una semana, el que iba de la visita del presidente Obama a la celebración del concierto en los terrenos de la Ciudad Deportiva.
Un cubano de la isla pudo sentirse tentado a preguntarse si hasta ahora había estado viviendo en Borneo o la península de Kamchatka. Equivalía a decir que la visita de Obama y el show de los Stones habían sido una auténtica brecha en la Corea del Norte del Caribe, idea en consonancia con esas imágenes cubanas de abrumadora circulación en Estados Unidos de automóviles viejos, edificios derruidos y otras concurrencias.
Un obispo inglés lo estableció una vez: existir es ser percibido. Y Cuba era y sigue siendo, para muchos, exactamente eso: una isla intocada por la globalización. El imperio de Buena Vista Social Club. Parque Jurásico a 45 minutos de vuelo de los rascacielos del downtown de Miami. Ah, la impenitente buzzword, con todo su arrastre: “Los Rolling Stones pusieron a bailar a una multitud que acudió al concierto gratis al aire libre que ofrecieron en La Habana el viernes, cerrando así con broche de oro una semana de compromiso del mundo occidental con la isla comunista que una vez censuró al veterano grupo musical británico”.
El otro handicap de la cobertura fue su ahistoricismo: “El Gobierno revolucionario de Castro vio a las bandas de la contracultura como los Stones y Los Beatles peligrosamente subversivas y prohibió su música en la TV y la radio”, de manera que lo sucedido en la Ciudad Deportiva constituiría una derrota cultural traída por los músicos británicos. Quedaba fuera del juego, como por arte de magia, todo lo que ha llovido desde los años 70 hasta hoy.
Se ignoraba, en primer lugar, la experiencia de toda una generación que en un principio, ante la renuncia oficial a difundir la música de agrupaciones como los Beatles y los propios Stones, se las arregló para pasarse sus discos de mano en mano y levarlos a sus fiestas, bien traídos del exterior por marineros mercantes y funcionarios o por las llamadas placas, es decir, LPs fusilados por técnicos de la radio cubana. Y también que los jóvenes de entonces escuchaban la emisora WQAM de Miami. Un arco de prohibiciones oficiales que concluye, simbólicamente, con la inauguración de la estatua de John Lennon en un parque de El Vedado.
Ese reportaje tenía otro problema: ni siquiera mencionaba la presencia permanente de la música estadounidense en la radio y la TV cubanas —que, como se sabe, no están en manos privadas—, ni en los nuevos circuitos de consumo audiovisual traídos por el trabajo por cuenta propia. Para cualquier observador informado, el rock no es un elemento ajeno a la cultura cubana, en la que tiene seguidores y fanáticos como en cualquier parte del mundo, y hasta festivales del género, con la presencia frecuente de bandas no cubanas.
Pero se dejaron otras cosas importantes fuera del tintero: la primera, que en ese concierto muchos cubanos se sabían las letras de las canciones, si bien con los inevitables forros intercalados; la segunda, que hubo interacción con extranjeros de habla inglesa y no inglesa en ruedas de baile espontáneas, entre lo más lindo del concierto.
Recuerdo que en su discurso en el Gran Teatro de La Habana —una gema bien pulida con mensajes claros y distintos para públicos específicos a ambos lados del Estrecho—, Obama fue bastante más inteligente. La palabra “cambio”, uno de los eslóganes que lo llevaron a la presidencia, tuvo un despliegue polisémico: podía denotar fin del embargo/bloqueo, cambio en las relaciones históricas o cambio de régimen. Uno de los cambios era el siguiente: mencionar a Celia Cruz y Gloria Estefan, sabiendo de antemano que se conocían en Cuba a pesar de no ser difundidos oficialmente.
Además, aludió a Pitbull, a quien sí ponían en canales oficiales. “La gente de nuestros dos países ha cantado las canciones de Celia Cruz y de Gloria Estefan y ahora escuchan el reguetón y Pitbull”, sentenció el presidente. A todas luces, otro elemento ninguneado por la cobertura mediática: la porosidad Miami-Habana, acrecentada por la reforma migratoria, los viajes de ida y vuelta y las visitas a la isla de cubanos y cubano-americanos de varias generaciones.
Obama y sus asesores quisieron enterrar el último vestigio de la Guerra Fría en las Américas, pero los medios siguieron atrapados en sus viejas redes. Dicen, sin embargo, que lo que sucede conviene. Además, como en todas partes, los estadounidenses sacan sus conclusiones de lo que es el mundo por la información que reciben de sus medios.
El trabajo de estos sobre Cuba suele ser bastante deficiente, al punto de que llega a tener un efecto boomerang para la gente común y las celebridades que viajaban a la isla con licencias educacionales, como les ocurrió a Beyoncé y Jay-Z en 2013. Convencidos al inicio de que en la isla serían invisibles, fueron reconocidos de inmediato por sus fans, tanto en la paladar a la que asistieron en su primer día en La Habana, como en el hotel Saratoga en el Paseo del Prado o la Universidad de las Artes.
Tal vez una manera de paliar el problema hubiera consistido en apartarse de la práctica sobremanera extendida de cubrir los acontecimientos cubanos desde las oficinas de Washington D.C., Nueva York o Los Ángeles, y dejar de reciclar acríticamente lo que otros dicen; es decir, acabar de tirar al cesto de la basura lo que James Aronson denominó alguna una vez el “periodismo de oídas”. “Periodismo de paracaídas”, facturado por verdaderos profesionales del gremio, pero carentes de obra y milagro en menesteres de cultura cubana.