No había dos o tres charcos en la calle. La calle era un gran charco. El agua llegaba hasta las rodillas. Allá, una mujer hacía malabares con una sombrilla y su vestido de gala, quizás el único por la fuerza con la que se aferraba a él. A su lado, un hombre “acróbata” hacía piruetas en el intento por preservar sus zapatos. Así comenzó CIRCUBA 2013 para quienes decidimos desafiar la lluvia inoportuna y llegar, casi a remos, hasta el teatro capitalino Karl Marx en la noche del 16 de julio.
Una Giraldilla contorsionista, desde las alturas, dio la bienvenida y comenzaron los primeros sobresaltos de este lado. Equilibrio con un pie, luego con el brazo “¿y ahora qué hace?”, “¿con la cabeza?”, “esa está loca”, dijeron algunos. Pero ella salió airosa e invitó a disfrutar de Un día en La Habana.
En la Plaza de la Catedral, en un juego de béisbol y en un solar citadino se mezclaron a partir de entonces el arte circense y las danzas tradicionales de Cuba, en una conjugación que entorpecía por momentos las demostraciones de trapecistas, malabaristas y acróbatas cubanos.
Entre aplausos, gestos de asombros o de decepción-compasión cuando algún salto fallaba, llegó Rogério Piva, otro de los atractivos de la noche, aunque no el mayor. Arribó desde Brasil con zamba e impresionó por el carisma y la habilidad con que lanzaba al aire y recogía bolos, pelotas, sombreros. Dejó la pista caliente al Dúo Cardio (México) que subió la parada con el equilibrio en la percha aérea. Ningún error, seguridad y profesionalidad, antesala del plato fuerte del espectáculo.
¡Fuyon Acrobatic Art Troupe de China!, anunció el maestro de ceremonia. Volvieron a encenderse las luces del escenario. “Pero si son unas niñitas”, comentó uno. “Mira a aquella, no levanta ni una cuarta del piso”, se asombró otro. Llegaron con sus Hula Hoop (hula hula como decimos en Cuba) y con esa parsimonia que caracteriza a los asiáticos cautivaron a los espectadores. Precisión, belleza y elegancia pueden resumir la presentación. Todos quedamos boquiabiertos.
Hubo quienes ni escucharon los tambores del carnaval que sonaron después, ni se impresionaron con las piruetas –monótonas, demasiado espaciadas, inseguras en algunos casos– que los artistas del patio realizaron en los minutos finales. Después de todo lo visto, solo una idea nos rondaba: ¿Cómo estará eso por allá afuera? Pero, por suerte, el agua había tomado su nivel. Al salir del teatro, solo dos o tres charcos quedaban en la calle.