El anuncio de la plataforma digital Sandunga, dedicada a la comercialización en línea de música cubana, una vieja necesidad del mercado cubano, es una buena oportunidad para reflexionar acerca de las relaciones entre políticas culturales, el sector no estatal y la innovación.
En realidad la plataforma no es la primera relacionada con la música cubana. En el 2017 salió publicada la aplicación “D’ritmo”, del emprendimiento Pixel Solutions en conjunto con la EGREM, que buscó activamente ofrecer música cubana en streaming. Y aprovechando los nuevos servicios ofrecidos a personas naturales por ETECSA, desde el 2020 está en línea SePoneWeno, que no comercializa directamente, pero ofrece un espacio para la promoción de la música cubana urbana.
Si se mira el resto del panorama de las industrias culturales en Cuba, no es extraño encontrar otras emprendimientos culturales innovadores, que se han hecho de un nicho de mercado y que introducen nuevas maneras de hacer en el escenario cubano.
Los estudios de videojuegos seguramente es el ejemplo que más fácil acude a la mente. Por ejemplo ConWiro y su videojuego “La Pira”. Pero también hay que mencionar el emprendimiento cubano de efectos especiales Remache Estudio, o el proyecto “NewMen”, que en el 2019 ofrecía experiencias inmersivas en realidad virtual y aumentada.
Los emprendimientos culturales no pueden permitirse ignorar que deben basar sus propuestas de valor en la creatividad y la innovación constante. Y ello es especialmente cierto para los emprendimientos en las industrias culturales. Los productos y servicios de las industrias culturales para generar ingresos deben ser competitivos. Un componente importante de la competitividad pasa por sus valores estéticos y culturales intrínsecos, pero también por su valor agregado. Dicho de otra manera, por el componente de innovación que debe tener incorporado.
Esa es una excelente noticia para las políticas culturales cubanas dirigidas a las industrias culturales, en un momento en que se pide generar mayores ingresos a la economía del país. Significa que existen nuevos actores económicos con la disposición y la capacidad de experimentar activamente en la búsqueda de nuevos productos, servicios, modelos de negocios, y que pueden ser mucho más flexibles y ágiles que los actores estatales. Solamente falta incorporarlos explícitamente dentro de las políticas culturales.
Esto es recomendable porque la industria cultural cubana no necesita simplemente generar ingresos. La cultura puede y debe convertirse en un motor para el desarrollo. Pero el desarrollo no pasa simplemente por el crecimiento en la generación de ingresos, sino por la calidad de ese crecimiento, o lo que es lo mismo, por la cantidad de conocimientos y tecnología autóctona que está incorporado en el producto o servicio comercializado.
La industria cultural necesita generar ingresos con productos y servicios de alto valor agregado. Ello implica tener la capacidad no solo de crear contenidos, sino la capacidad de empaquetarlos, distribuirlos y de comercializarlos a través de una plataforma propia que responda a los estándares contemporáneos de usabilidad e interoperatividad, con un manejo eficaz e inteligente de los datos generados en su operación diaria.
Por eso es importante considerar a la innovación dentro de las políticas para las industrias culturales.
Las políticas públicas innovadoras lo son porque tienen tres componentes esenciales: crean y sostienen un ambiente propicio para el desarrollo de nuevos productos y servicios, estimulando y transparentando las relaciones de competitividad entre los diferentes actores económicos; facilitan la entrada rápida al mercado de las innovaciones y sostienen la difusión rápida de los saberes y habilidades que posibilitan tanto la adopción como la generación constante de nuevos productos y servicios.
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Lo anterior significa que las políticas públicas cubanas dirigidas a las industrias culturales deben enriquecer sus instrumentos y objetivos, y considerar de manera más activa al sector no estatal como un actor de pleno derecho, especialmente valioso por su capacidad para generar e incorporar innovaciones de manera rápida. Estas políticas deberían fomentar de manera activa la capacitación y la transferencia de tecnología, la incubación de emprendimientos culturales con componente tecnológico, la inversión en infraestructura y capacidad industrial, el estímulo mediante premios y fondos concursables a la innovación en productos y servicios y la protección de la propiedad intelectual y el derecho de autor.
Las políticas culturales cubanas están en un momento de cambio importante, con tres áreas bajo fuertes transformaciones: la sociedad que la sostiene y que es su más importante beneficiario, ahora mucho más diversa y participativa que hace veinte años; el entorno económico con nuevos actores y reglas de juego; y el soporte material de la cultura, con un mayor peso de la tecnología digital. También se modifica lo que se le pide a la cultura, se mantiene su principal misión social y humana, que es cuidar y defender la identidad y el patrimonio nacional para las siguientes generaciones, pero a ello se le suma además hacerlo de manera sostenible.
Es un momento de oportunidades, especialmente propicio para enriquecer los instrumentos y los objetos de las políticas públicas hacia las industrias culturales, sin perder la identidad y los principios que ha mantenido hasta ahora, y al mismo tiempo asegurar la sostenibilidad y la resiliencia hacia los fuertes desafíos que sin ninguna duda esperan en el futuro.