Habitualmente, los focos eran para Denia Caballero. Habitualmente, no había disparos eléctricos a la hora de irse a las duchas. Habitualmente, Yaimé Pérez no era la protagonista en las fotos de la celebración.
Pero los tiempos cambian. Hoy, “La Rusa”, como todos le dicen a Yaimé, es la figura estelar del disco cubano, aspirante al máximo en las lides a nivel mundial –con el permiso de Sandra Perkovic–, y reina del atletismo en la Isla, sobre todo después de su exultante triunfo en los Panamericanos de Lima.
En el estadio de La Videna, donde muchos miembros de la delegación antillana sudaban frío al ver como se escapaba una de los títulos más seguros de los Juegos, Yaimé fue la antítesis del personaje que todo el mundo criticaba en el pasado, aquella atleta sin sangre fría para sacar los galones a la hora cero.
Serena a pesar de la desventaja, serena a pesar de la presión que bajaba por las gradas a modo de cuentas matemáticas que no dan, Yaimé se inventó un disparo final épico, sacado de los libros de leyendas del deporte cubano, esos que tanto se añoran hoy.
¡66.58 metros! ¡Récord panamericano! Muchos saltaron, se bañaron en oro y sacaron las banderas; otros, recelosos, miraron casi con desprecio un registro que es nada al lado de lo que ha marcado Yaimé en la presente temporada.
Pero ella, que se sentía segura de su victoria –o la de Denia–, me había advertido antes de salir a Lima que algo así podía pasar. “La gente se piensa que uno se pone el disco en la mano y sale volando solo. Todos los días no son iguales. A veces estás bien, pero no te salen las cosas. A veces no rindes al máximo de tus capacidades y no hay manera de explicar por qué.”
Sus palabras, una especie de premonición, me dieron vueltas en la cabeza durante toda la prueba, en cada disparo, y pensé que, inevitablemente, se estaban cumpliendo al pie de la letra. Pero, afortunadamente, los tiempos han cambiado y “La Rusa” demostró que ya es una competidora de raza.
Antes del éxtasis de Yaimé, Cuba había recibido otra buena noticia en los 400 con vallas, rama femenina, donde Zurián Hechevarría logró récord personal y el mejor crono de semifinales con un paso estable y seguro, lo cual invita al optimismo de cara a una final que quizás no sea tan exigente.
Esa también fue una señal de que vivimos en otros tiempos, muy diferentes a los últimos 10 o 15 años. Baste decir que Cuba, desde aquellas carreras imposibles de Daimi Pernía, no tenía a nadie de consideración en las vallas largas.
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En la noche limeña, la otra cara de la moneda fue Denia Caballero. Para ella también los tiempos han cambiado. Fue triste verla de espaldas al festín, casi ajena a las celebraciones de la grada y a pie de campo, todos rodeados con su bandera.
Fue triste porque Denia venía de un 2018 desastroso y esta era una oportunidad inmejorable de redención. Fue triste porque ella ha superado los pírricos 60.46 metros –su mejor marca en Lima– unas diez veces esta temporada. Fue triste porque la caída de grandes deportistas, aunque sea un estado transitorio, duele hasta la médula.
Levantarse tras una derrota de tal magnitud, cuesta, pero Denia puede hacerlo. En sus manos está volver a los tiempos de antes.