Desde hace algún tiempo una afirmación se vuelve viral en las redes sociales al inicio de cada año: “ni el rey del jit, ni el rey del jonrón, ni el lanzador que más veces ha ganado el premio Cy Young en la historia de las Grandes Ligas están en el Salón de la Fama de Cooperstown”.
No es casualidad que enero sea la fecha marcada en el calendario para recordar que Pete Rose, Barry Bonds y Roger Clemens, tres de los peloteros más influyentes en la historia del juego, no tienen espacio reservado en el templo de inmortales del deporte de las bolas y los strikes en Estados Unidos por errores graves que cometieron en distintos puntos de sus carreras.
Justamente, en esta época del año la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA por sus siglas en inglés) da a conocer los resultados de las votaciones emitidas por más de 400 especialistas encargados de seleccionar a los nuevos miembros del Salón de la Fama, listado en el que Bonds, Clemens y Rose brillan por su ausencia pese a sus monstruosos dividendos estadísticos cosechados en los diamantes.
Bonds, por ejemplo, ganó siete veces el premio de Jugador Más Valioso, ocho Guantes de Oro, 12 Bates de Plata, además de conquistar dos títulos de bateo e inscribir su nombre en 14 Juegos de Estrellas durante una carrera de 22 temporadas en las Mayores. El mítico dorsal 25 de los San Francisco Giants, por si fuera poco, es el líder histórico en jonrones (762) y boletos (2558).
Clemens, por su parte, brilló como un lanzador excepcional, con más de 300 victorias, siete premios Cy Young y 11 participaciones en el Juego de Estrellas. “The Rocket”, el mote que se ganó por su impresionante desempeño en la lomita, fue siete veces puntero en promedio de carreras limpias, cinco en ponches propinados y ganó en dos ocasiones la Triple Corona de pitcheo.
La misma línea se puede seguir con Sammy Sosa, Mark McGwire o los cubanos Rafael Palmeiro y José Canseco, así como otros jugadores que, a golpe de jonrones, arrastraron a millones de fanáticos a los estadios en un momento de crisis para el béisbol en la década del 90 del siglo pasado. Las cifras de estos peloteros se convirtieron en un show mediático de enorme alcance, pero Cooperstown es un santuario, no un simple almacén de números.
Quizás gracias a esa visión, ninguno de los mencionados superó el exigente escrutinio de los votantes de la BBWAA y quedaron lejos de obtener el 75 % del apoyo necesario para entrar en el Salón de la Fama. Tras diez años en las boletas de elección, ya no tendrán más opciones de ser exaltados al templo de inmortales del béisbol por la vía convencional, y deberán esperar por el favor de los Comités Especiales.
Quizás parezca un castigo excesivo, pero Bonds, Clemens, Sosa, McGwire, Palmeiro y un largo etcétera tuvieron vínculos marcados al consumo de sustancias para mejorar el rendimiento, particularmente en los últimos años de sus carreras, cuando se burlaron del paso del tiempo y lograron temporadas extraordinarias, con liderazgos y récords rutilantes que todavía hoy encandilan la vista de los fanáticos.
Su mayor coartada o defensa se basa en que ninguna ley les impedía el consumo de anabólicos, pues no existía ni siquiera una política antidoping en MLB, organización que, en medio de una crisis de credibilidad y popularidad, miró hacia otro lado y se benefició abiertamente del espectáculo que montaban esos peloteros. Nada se hizo en aquel momento, a pesar de que había suficientes sospechas y rumores para sentarse a investigar lo que sucedía tras las puertas de los camerinos.
Los medios y muchos de los escritores de la BBWAA que hoy condenan a Bonds y compañía, tampoco cuestionaron demasiado el fenómeno porque vender portadas y shows televisivos era una parte indispensable del negocio. Si nos ponemos exigentes, nadie escapa del bochorno y el escándalo.
El único filtro para desmarcarse del marasmo y romper el guion de aquellos actos circenses era la moral y la conciencia de todos los actores involucrados, pero los ejecutivos, directivos y los medios estaban muy pendientes del negocio, y un grupo importante de peloteros pasaba por encima de los valores con tal de mantenerse en el campo a toda costa y a todo costo.
Algunos apostaron al consumo de esteroides conscientes de que necesitaban una inyección para resaltar porque no tenían un alto nivel, pero otros se fueron por el mismo camino pese a ser ya jugadores brillantes. Ese es el caso de Bonds, Clemens y compañía, quienes no se conformaron con ser estrellas, querían convertirse en leyendas a riesgo de que sus nombres se mancharan para siempre.
De nuevo, el ejemplo de Bonds es el más recurrente y también el más mediático por la magnitud de su rendimiento. Hablamos de un jugador total, con habilidades naturales para pegar jonrones, robar bases, discriminar pitcheos como nadie y fildear a la altura de los mejores en los jardines. Solo con esas herramientas, Bonds hubiera llegado al Salón de la Fama en su primera oportunidad.
Una evidencia sólida –aunque quizás algo conservadora– al respecto la aportó el sistema de proyección de Dan Szymborski (avalado por MLB), el cual predice el desempeño futuro de un jugador basado en su rendimiento en el pasado y las tendencias sobre cómo se degrada con la edad. ESPN utilizó esta herramienta para proyectar las estadísticas de Bonds a partir de 1999 –cuando se supone comenzó a utilizar esteroides– y los resultados fueron asombrosos.
De acuerdo con este estudio, el toletero zurdo hubiera jugado una temporada menos, pero su total de jonrones (551) hubiera superado el de Mike Schmidt –el antesalista de mejores números ofensivos en la historia–, y su WAR (Victorias sobre reemplazo) todavía lo ubicaría en el Top-10 de todos los tiempos, por encima de un monstruo como Stan Musial.
Entonces, ¿no era ya Bonds un pelotero con credenciales suficientes para entrar a Cooperstown sin discusiones? No hay dudas al respecto, jamás se podrá poner en entredicho su calidad como jugador, pero él escogió transgredir los límites y, por el camino de la trampa, intentar convertirse en una leyenda a la altura de Babe Ruth, Hank Aaron, Ted Williams o Willy Mays.
Un sector importante de la fanaticada y de los especialistas, muchos de los cuales lo veneraron cuando reinaba en el diamante, no le perdona la traición y considera como tal la actitud del resto de las grandes estrellas que apostaron por el uso de sustancias para mejorar el rendimiento.
Tony Oliva: “Llegar a Cooperstown no es un premio solo para mí”
Bonds, en particular, ha pagado un altísimo precio por sus errores. Sin ir muy lejos, justo después de su retiro en el 2007, afrontó acusaciones de perjurio y obstrucción de la justicia por mentir en el proceso de investigación federal contra los famosos Laboratorios BALCO (Cooperativa de Laboratorios del Área de la Bahía), los cuales supuestamente suministraban esteroides indetectables a un grupo de jugadores.
Como rostro representativo del escándalo, Bonds vio totalmente perjudicada su candidatura al Salón de la Fama, al punto que, desde su primera aparición en la boleta en el 2013 hasta la últimas en el 2022, nunca obtuvo más del 66 % de los votos. Lo mismo sucedió con Clemens, acusado por usar tratamientos con hormonas de crecimiento humano y otros esteroides.
Ellos, junto a otros que también consumieron anabólicos, siguen acaparando la atención y es absurdo pensar que sus nombres no saldrán una y otra vez en cualquier debate sobre Cooperstown, pero no podemos negar que resulta nocivo para el prestigio y el simbolismo del Salón de la Fama. No hay que borrarlos del mapa, pero hay que prestar mayor atención a los que sí son elegidos.
Precisamente, esa fue una de las ideas que hace poco defendió Curt Schilling, otro de los lanzadores legendarios de MLB que tampoco está en Cooperstown y que, como Clemens y compañía, consumió en el 2022 su décima y última oportunidad en la boleta de la BBWAA.
“Cada año, la conversación gira en torno a quién no entró. Como todas las estrellas que votan, quién fue engañado. Lo digo todos los años y especialmente este año, concéntrate en quién entró. ¡@davidortiz merecía una primera inducción a la boleta! Felicidades amigo te lo ganaste!”, escribía Schilling en Twitter después de conocer los resultados de las últimas votaciones, en las que el único electo fue el dominicano David Ortiz.
Lo peor es que esta tendencia de ocuparnos más de los que no entran que de los premiados se va a mantener. Bonds, Clemens y Sosa ya consumieron sus diez años en la boletas, pero Alex Rodríguez recién comenzó su viaje y todavía sigue con vida Manny Ramírez, ambos con vínculos reconocidos al consumo de esteroides, aunque en sus casos sí fueron detectados y sancionados bajo la política que MLB aplica desde el 2004.
Encontrar una solución se impone. Muchos apuestan por crear un espacio en el propio Salón de la Fama exclusivo para la era de los esteroides con un comité especial de selección, aunque honestamente me parece poco probable que algo así suceda a corto plazo.