En Latinoamérica no pega el Superbowl. Lo que pega es el Superclásico. Mientras los aficionados del Superbowl son consumidores, los del Superclásico se consumen. La final de la Copa Libertadores será lo más parecido a una batalla medieval que pueda ofrecer un deporte en el siglo XXI. Y también es un exponente de la particular identidad argentina.
Este sábado a las 21 horas de Buenos Aires, Boca Juniors y River Plate jugarían la primera final de la Copa Libertadores de América. Pero la lluvia lo impidió, para aumentar el suspenso.
Fue tal el vendaval, que el ente del fútbol sudamericano no tuvo más remedio que reprogramar el partido para el domingo.
En cualquier caso, será la primera vez en la historia que dos equipos argentinos definen el torneo más importante del continente. Pero lo trascendente pasa por quiénes son esos dos equipos: dos archirrivales de barrio, los dos equipos más populares del país cuyo enfrentamiento ha sido definido como “uno de los espectáculos que nadie debe perderse antes de morir”, “el clásico de clásicos”, “el evento deportivo número uno del mundo”.
Martín Caparrós y Juan Villoro escribieron sobre este partido, que a esta altura, es más un mito que un juego. Villoro dijo que “los superclásicos son la navidad del fútbol. Durante meses, los hinchas imaginan goles con la desmesura de los niños que piden una PlayStation a Santa Claus”. Sin embargo, más que al nacimiento de Cristo, este partido remite a su pasión.
El presidente Mauricio Macri había deseado que no se de este cruce porque “no podrá dormir en 20 días” (la crisis económica y la inminente cumbre del G-20 en Buenos Aires no le alteran tanto el sueño). Quienes salen a la cancha, quienes lo viven en las tribunas y quienes lo sufren por televisión, atraviesan la previa de este fin de semana como un vía crucis y coinciden en algo: “un partido así se juega a muerte”.
La AFA (Asociación del Fútbol Argentino) hizo un video para sus redes sociales en el que propone “disfrutarlo”, “vivirlo como una fiesta”. Sin embargo, evitará que haya público visitante en los estadios: no pueden convivir en un mismo espacio las dos hinchadas porque sencillamente se matan. Ya hay 326 muertos en episodios de violencia entre hinchadas en el fútbol argentino.
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En su libro “Boquita” Caparrós escribió sobre el único antecedente similar al acontecimiento de este fin de semana: “cuando estaba preparando mi libro Boquita y les pregunté a innumerables hinchas de Boca por su partido favorito, la mayoría me habló de aquel 3 a 0 a River. Era el año 2000: los dos años más brillantes del Boca de Bianchi estaban culminando. Pero aquella noche todo parecía complicado. Teníamos que ganarle a River para pasar a la final de la Libertadores y River tenía, como siempre, mucho mejor equipo”.
Ganó Boca con la resurrección del goleador Martín Palermo. Era el Boca-River más importante porque se daba en una semifinal de América. Años más tarde volvieron a cruzarse en la semifinal y la serie la ganó River, después de que la hinchada de Boca rocíe con gas pimienta los rostros de los jugadores riverplatenses.
Esta vez, será directamente en la final. Quien gane sumará la estrella más relevante que su equipo pueda sumar, accederá al Mundial de Clubes y jugará contra el Real Madrid. Quien pierda, “tendrá que aguantarsela”, como dijo el mediocampista de Boca, Pablo Pérez. El problema es que se ha construído tanto símbolo alrededor de este match ya no es un match, es una leyenda por escribirse.
Es difícil que la reacción ante la derrota pueda ser pacífica: la cultura del “aguante” en Argentina, no consiste en felicitar al rival, sino en eliminarlo. “Vincere o morire”, era el lema del Duce Mussolini en Italia en los años 30. Ganar, en Argentina, es derrotar a un otro.
Argentina ha construido su identidad -y el fútbol, en tanto cultura transversal de las clases sociales, no es más que un síntoma brutal de la identidad nacional- de una manera fascista. Los argentinos, en general, podemos ser nostálgicos y exitistas a la vez porque vivimos la vida como un “vincere o morire”. Por eso los estudios universitarios se llaman “carreras”: no se trata solamente de ser -pongamos que “abogado”- sino de llegar primero que otro.
El dispositivo necesario para constituir la identidad de esa manera requiere ese otro sea una amenaza: unitarios y federales, peronistas y gorilas, kirchneristas y macristas.Toda escuela de Argentina tiene como enemiga a otra escuela cercana. En Buenos Aires por ejemplo, en el barrio de Caballito, el colegio Huergo es el archirrival del Vieytes y se baten a duelo periódicamente. Al interior de cada escuela hay divisiones a muerte entre grupos: como lo ilustró la serie Patito Feo entre “divinas” y “populares”. Entre los fanáticos de Los Redonditos de Ricota y los de Soda Stereo, las dos bandas más importantes en la historia del rock nacional, se odian a muerte.
Cada equipo de fútbol tiene un “clásico rival”, al que se le dedica cánticos aunque estén jugando contra otro rival: después de jugar contra San José de Perú, la hinchada de River festejó cantando “Boca te vamo´ a matar”. Y no hay partido en el que no canten: “Que feo ser bostero y boliviano”. Del otro lado les responden: “Los de River son todos putos”.
El fútbol argentino es xenófobo, homofóbico, fascista y machista. Pero no por elección ideológica -quienes afuera hablan con lenguaje inclusivo, cuando están en una tribuna son los más machistas del universo- sino como espacio extra civilizatorio. Desde chicos eso queda claro: cuando los padres argentinos regañan a sus hijos por decir insultos, les dicen: “a putear, andá a la cancha”. El fútbol no es un deporte en Argentina sino una dimensión paralela, como si fuera el “otro lado” de Stranger Things.
El partido Boca-River es la condensación de todas las polarizaciones cotidianas argentinas, es un goce vuelto tragedia y una tragedia vuelta goce. El país se deleita pensando que una mitad perderá y la otra ganará.
Durante dos horas en el partido de ida este domingo y durante otras dos horas en la vuelta el 24/11 nadie recordará la deuda externa, el crecimiento de la pobreza, la inflación galopante y la devaluación del peso. Una ficción se vuelve real cuando en todo un territorio la gente cree en ella. Jorge Valdano suele decir que dentro de lo menos importante, el fútbol es lo más importante. Entre todas las historias trágicas del mundo, al menos esta entretiene, dura un par de horas y tiene épica. Boca- River es algo tan bárbaro como imperdible.