Basta leer su apellido o mirar su rostro para detectar el brillo genuino e innato, acorazado con una sonrisa y una secuencia de salto tan “frenética” como envidiable, la misma que le ha permitido reeditar en París su cetro paralímpico de la longitud conquistado en Tokio hace tres años.
Sí, por paradojas del destino, el Sol del paraatletismo cubano, quien fuera revelación en la capital nipona —su estirón de 7.46 metros le valieron el oro en la categoría T 46/47— ajustó sus pinchos e iluminó lo más alto del podio de premiaciones y el camino dorado de Cuba en París.
Esta vez no era un “eléctrico”, de hecho, llegaba al Stade de France con el cartel de amplio favorito e hizo valer esa condición. Con estirón de 7.41 metros, marca por debajo de las proyecciones para un chico que ostenta el récord mundial (7.84) y el paralímpico (7.46), logró superar al chino Hao Wang, dueño de una envidiable secuencia de seis saltos por encima de los siete metros y tope de 7.32.
“Fue una competencia buena, aunque para mí los resultados no fueron los mejores. El atleta chino tuvo un cara a cara conmigo y llegó a ponerse delante en un momento, pero supe sobreponerme sin ningún tipo de problema porque había entrenado para eso”, apuntó Robiel a la prensa acreditada en París, donde la lluvia hizo acto de presencia en la final.
“No me gusta poner excusas, [el clima] era parejo para todos. Las marcas no salieron, no era el día hoy para eso. Tengo 21 años, apenas empiezo mi carrera deportiva”, añadió el caribeño, quien dijo sentirse orgulloso y contento por el segundo título paralímpico de su carrera.
Su historia al más alto nivel comenzó el 31 de agosto de 2021 en Tokio, privado de la vital ovación del público, cuando gradas casi desiertas por la pandemia marcaban el ritmo de unos Juegos fuera de lo común. Aquel día escribí que Sol, nacido el 1ro de mayo de 2003, se había untado “Flubber” en sus zapatillas. Entonces, Robin Williams desde el cielo, Mike Powell, Iván Pedroso, Juan Miguel Echevarría y millones de cubanos ovacionaron su corona con primacía universal incluida.
Entonces no creyó en el estadounidense Roderick Townsend, anterior plusmarquista (7.41) y rey de la longitud y la altura en Río 2016. No creyó tampoco en rivales que lo superaban ampliamente en kilometraje bajo atmósferas de presión y rigor. Desafió todo postulado de la lógica pues sus adversarios lo superaban en talla, cargas de entrenamiento, madurez técnica y desarrollo físico.
Redondeó su secuencia con cuatro estirones de lujo, por encima de los 7.20, una barbaridad a sabiendas de que su registro personal previo a la lid en tierras del Sol Naciente era de 6.77 metros.
La antesala
Afectado por una parálisis en el brazo izquierdo derivada de complicaciones durante el parto, tuvo la suerte de que sus padres vieran en él esa motivación innata y lo inscribieran en sus albores en natación, disciplina desde la cual daría el salto luego hacia el atletismo.
¡Y vaya salto! Corría 2019 y los tanques de los Juegos Nacionales Escolares vieron emerger campeón a un explosivo y menudo competidor de 16 años, quien desde ese instante le comenzaría a tomar el gusto a eso de imponer récords, bajo la égida de sus iniciadores Lien Gay y Geikel Cabrera.
En lo adelante todo sería progresión vertiginosa: dos años más tarde se estaría hablando del plusmarquista mundial de su categoría; y el pasado mes de abril, en el estadio Heriberto Jara de Xalapa, México, clavó sus pinchos a la distancia de 7.84 metros, para pulverizar por una decena de centímetros su anterior cota del orbe, que databa de los Juegos Parapanamericanos de Santiago de Chile 2023.
Ese 2023 fue de ensueño, pues al vellocino de Santiago adicionó en junio su triunfo con 7.71 metros en los V Juegos Parapanamericanos Juveniles, en Bogotá, Colombia; y un mes más tarde se impuso en el Campeonato Mundial de Paratletismo en la propia urbe parisina con plusmarca para la competencia de 7.63.
Podría no parecer relevante, pero hablamos de 38 centímetros más de evolución de Tokio a la fecha. Los que conocen en materia de atletismo saben que esa distancia se antoja algo así como cruzar de una orilla a otro del Sena si de criterios de progresión se trata.
Con esos truenos, el alumno pródigo del otrora estelar exponente de esa modalidad Luis Bueno (se estiró hasta los 8.28), llegó con la contundencia de sus registros y el cartel de amplio favorito al Stade de France. Tanto es así que en el actual ranking mundial de la disciplina del Comité Paralímpico Internacional le secundaban bien distantes el ruso Nikita Kotukov (7.32) y el chino Hao Wang (7.25), medallistas de bronce y plata en París, respectivamente.
Robiel calza tanta ambición en su mente como en sus pinchos. Abanderado de la comitiva de la Mayor de las Antillas junto a Omara Durand, le confesó al colega Guillermo Rodríguez que no ve la barrera de los 8 metros como un imposible: “Es una marca que pudiera superarse en cualquier momento, cuando uno menos se lo espere, saldrá el resultado”, sentenció desde la capital francesa.
Para tener una idea de lo que estamos hablando, en la actual temporada solo dos saltadores de longitud convencionales nacidos en Cuba han superado la barrera de los ocho metros: son los casos de Lester Lescay (8.35), y Maikel Vidal (8.05).
La conexión
Hablamos de Robiel Yankiel, de su hambre de 8 metros, de su evolución de vértigo y de su estela dorada paralímpica, pero necesariamente hay que recalar, para entender lo que hay detrás de cada carrera y salto del chico Sol, en su timonel Luis Bueno. Pocos recordarán que las manos Bueno estuvieron tras el cetro en la especialidad del legendario Enrique Cepeda en los paralímpicos de Sydney 2000, cita en la cual lesionado se estiró hasta los 6.80.
Por si eso no bastara, también dejó la huella de su magia ganadora en otro extraclase del triple y la longitud paralímpicas: Luis Felipe Gutiérrez, actual plusmarquista universal de la categoría T 13 avalado por aquellos 7.66 metros de los Parapanamericanos de Guadalajara 2011.
Con esa filosofía ganadora y la sapiencia acumulada tras años de batalla en la preselección nacional junto a Iván Pedroso, Jaime Jefferson, Luis Felipe Méliz y otros, Bueno esculpe a Robiel Yankiel a diario.
Le exige al máximo en cada sesión de entrenamiento bajo el sol y la brisa con olor a salitre del Estadio Panamericano, lo fuerza a que revisite competencias de los grandes saltadores cubanos, y de los que ahora regentean en la élite convencional, como el griego Mitiadis Tentoglu. Detrás de cada avance del “niño Sol”, hay horas de estudio y de pulir pequeños detalles técnicos, que en definitiva son los que en el breve período de poco más de tres años lo han hecho volar de 6.77 a 7.84 metros.
Por eso no es nada extraño que Robiel conjugara en París a las mil maravillas carrera, despegue en la tabla y vuelo con Sol y Luz dorada.